Mi querida gente,
Estas, mis últimas Señales de
Vida, las escribo ya desde mi terruño de origen.
No quería despedirme sin antes
compartir con ustedes unas últimas reflexiones sobre este viaje, hacia dentro y
hacia fuera, hacia atrás y hacia delante, en el que me he embarcado.
Quiero, en primer lugar,
contarles brevemente qué ha sido de mi vida desde que arribé a la India. Este país o, más bien,
este subcontinente, encarna como pocos todas las contradicciones de nuestro
mundo. Como diría Amartya Sen, hijo de sus suelos, si “hay algo de la India que sea cierto, lo
opuesto es igualmente cierto”. Como si esta tierra y sus gentes se empeñasen en
desojar margaritas en nombre de quien se aventura en sus entrañas, uno puede
amarlas, odiarlas, o ambas, incluso al mismo tiempo, pero nunca serles
indiferente.
En Bombay (o Mumbai), la primera
ciudad que pisé en suelo indio, todo es posible. Desde degustar un dry martini
(preparado con Bombay Saphire, e incluso al mismo precio londinense) junto a
los jóvenes profesionales urbanos ligados a la industria de las tecnologías de
la información en uno de los cientos de bares “cool” de la ciudad, hasta jugar
a la rayuela saltando y esquivando los cientos de miles de cuerpos de niños,
hombres y mujeres que duermen en sus calles. Con el frenesí de sus diecisiete
millones de habitantes y su pujante actividad comercial, es puro imán. Y como
tal, no para de atraer a los campesinos que huyen del campo y del hambre para
probar su suerte. Mientras luchan por sus sueños, duermen en las calles o se
hacinan en Dharavi, la villa miseria más grande y populosa de Asia que, se
impone reconocer, ha sido urbanizada en gran medida en los últimos años. O se
instalan sobre las vías del tren, esta aorta vivificante de la India y escenario de la
fantástica película Salam Bombay.
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Puerta de entrada a Mumbai, la "Victoria Gate" |
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Una vaca rumiando en las calles de Mumbai (y a veces asfixiándose con bolsas de plástico) |
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Los legendarios "lavaderos públicos" de ropa de Mumbai |
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El refrescante jugo de caña y limón de las calles de Mumbai |
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Mujeres y niñas de Dharavi |
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Mujeres cuchichean entre el tendido eléctrico de las calles de Dharavi |
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Con los niños de Dharavi |
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Con el "niño araña" de Dharavi |
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Masas fritas en Dharavi |
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Un niño y un secado, en Dharavi |
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Abrazo con un sahib (blanco), Dharavi |
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Mujer cargando barro en Dharavi |
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Salaam Bombay! |
De allí pasé a las paradisíacas
playas de Goa, un enclave turístico sobre la costa, lo menos propio de la India, pero con unas caídas
de sol memorables.
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Goa I |
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Goa II |
Luego quise conocer a la llamada
“Silicon Valley” de la India,
Bengalore, la ciudad que, en gran parte, por ser huésped de la mayor parte de
las tecnologías de la información, contribuye al boom económico que lleva al
“elefante” de Asia a crecer al 9.2 % anual. Sin embargo, habría de encontrarme,
al azar, con otra de sus caras. En la
India, lo más moderno y lo más tradicional conviven, o mejor
dicho, se amontonan, sin llegar a fundirse. Resulta que estaba caminando por
sus calles cuando veo, entre mucho ruido y una explosión de colores, que
estaban sacando a una diosa de uno de los templos. Extasiados, un grupo de
jóvenes bailaban al son de los tambores. Me invitaron a unirme a ellos y
acepté…para qué! Parece que les gustó como bailé porque me adoptaron como el
bailarín oficial de la jornada. Así, bajo un sol agobiante, bailé y sudé todo
el día, en medio de ofrendas de miles de vecinos y de sacrificios de cabras y
gallinas que regaron sangre por todos lados. Pero el esfuerzo rindió sus
frutos. A la noche el miembro del Parlamento de la Ciudad me entregó una
corona de flores en reconocimiento, me invitó a dar un discurso frente a miles
de personas, y me agasajó con una cena, mientras los niños y niñas me tiraban
besos desde las terrazas.
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El templo "Shree Annamadevi" del que sacaron a la diosa |
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Niños responsables de descubrir mi talento como bailarín (y, peor aún, de alertar a los demás de ello) |
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Bengalore, la Sillicon Valley de la India |
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Salida de la diosa del templo |
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Mujeres con ofrendas aguardando la salida de la diosa |
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Oficializado como parte de la comitiva |
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Escoltados por rickshaws adornados para la ocasión |
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En las calles del pueblo en el que tuve que bailar |
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Llegada de la diosa al pueblo |
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Ofrendas para la diosa |
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Una niña aguardando a la diosa |
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Lo que quedó de una pobre cabra sacrificada en ofrenda a la diosa |
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Mujeres que me hicieron entrega del arreglo floral |
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El "sacrificador oficial" de la ceremonia |
Al día siguiente me fui a la
costa del Golfo de Bengala a la ciudad de Chennai, donde me reuní con las
comunidades pesqueras que debieron soportar, primero, perderlo todo a causa del
tsunami y, luego, su propia forma de vida junto al mar, toda vez que el gobierno del estado decidió
entregar la costa a grandes proyectos inmobiliarios, mientras ellos y sus hijos
se hacinan en los campos de “refugiados ecológicos”.
Después de Chennai me bajé del
tren en el distrito de Bolangir, en el estado de Orissa. La revista india
Outlook había presentado a Bolangir como la contracara más fuerte del muy
publicitado éxito económico de la
India, al ser el distrito más pobre del país. Miseria en
medio de la riqueza. Pude comprobar de primera mano recorriendo las aldeas del
distrito que, como diría un premio nóbel de economía indio, en la India una parte de la
sociedad vive como en California, y la otra como en el Africa subsahariana. En
Bolangir, además, me hice amigo de un muchacho dalit (este término designa a
los que anteriormente se conocía como “intocables”, los fuera de casta en el
sistema de castas brahmínico). El fue quien me abrió los ojos, por primera vez,
de que el drama de los intocables está aún muy lejos de ser solucionado, mas
volveré sobre este punto luego.
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Un porteador de agua en Bolangir, Orissa |
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Vendedores de bananas resguardándose de los 45 grados |
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Con los varones de una familia en Bolangir |
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Las calles de Bolangir |
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Bomba comunitaria en Bolangir |
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Con una familia en Bolangir |
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Un rancho en Bolangir |
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El "progreso" llega a Bolangir (y su gente se cuece al sol para realizarlo) |
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Con una familia en Bolangir |
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En las calles de Bolangir |
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Anciana refrescando los pies en una bomba comunitaria |
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Rickshaws por las calles de Chennai |
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Niños posando junto a una estatua en Chennai |
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Mujeres refrescándose con sus saris en la costa de Chennai La zona fue devastada por el tsunami (y ahora apropiada por la especulación inmobiliaria) |
De Bolangir, a Calcuta. De más
joven, cuando aún revoloteaban en mi ser fervores cristianos, me dejé enamorar por
la figura de la Madre Teresa,
la viejita santa que recogía a los moribundos de la calle y procuraba, con
amor, darles una muerte digna. En aquél entonces fantaseaba con engrosar sus
filas. Ahora, pese a abrigar ideas y motivaciones distintas, quise no obstante
ver de cerca de qué se trataba todo ello. Y me convertí, así, en un voluntario
de las Misioneras de la
Caridad. Durante diez días, asistí por la mañana al centro de
Prem dan, donde pasan sus días más o menos trescientos hombres afectados por
distintas enfermedades mentales. Siempre me he sentido muy bien en compañía de
los que las sociedades definen como locos, y ésta no ha sido la excepción. Con
mi delantal (que, como por arte de magia, me colocaba en el mundo de los
cuerdos) ayudé a alimentar, bañar, cambiar, afeitar y cortar el pelo (fiel, ya,
a mi nueva vocación de peluquero) a mis congéneres. Pero, más que nada, a
prestarles un oído (que, aunque empático, sordo, porque no entiendo una palabra
de hindi o bengalí), a hacerles una caricia, un masaje, a bailar, a cantar, a
sonreir. Por la tarde, acudía al Centro de Khaligat, más sombrío y triste,
porque a este vienen a parar los que se debaten entre la vida y la muerte en
las calles y donde todas las mañanas, casi sin excepción, una cama queda
vacante (sólo para tener un nuevo, y efímero inquilino, durante el día).
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Vías del tren en Calcuta |
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Hogar de las Misioneras de la Caridad de Pren Dam |
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Con la/os volunataria/os en Calcuta, devenidos amigos de la vida |
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Taxista en Calcuta |
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Uno de los personajes (de los tantos) que caminan por las calles de Calcuta |
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Elaborando un "pan" |
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Marcha en Khaligat |
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Despedida de Pren Dam Cuando llega el último día de un voluntario, las Misioneras de la Caridad le obsequian unas flores que lucen en las orejas. |
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Hogar de Khaligat |
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Despedida de las Misioneras de la Caridad |
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Niñas en un proyecto de reciclaje de residuos en las afueras de Calcuta |
Desde Calcuta crucé la frontera
hacia el este para adentrarme en Bangladesh, el país más densamente poblado del
mundo y uno de los más pobres. Tras la partición de India y Pakistán, este
territorio se convirtió en Pakistán Oriental (esquema que, de por sí, era
vulnerable) y cuando la administración de Pakistán quiso imponer la enseñanza y
uso del hurdu, estalló el Movimiento del Lenguaje (en defensa de la riquísima lengua
bengalí) y la guerra de liberación nacional que desembocó en la independencia,
hacia 1971. Los gobiernos que se sucedieron fueron uno más despótico,
clientelista y corrupto que el anterior. En este terreno, no obstante, floreció
una vigorosa sociedad civil. En los años 70´ dos organizaciones, Brac y
Proshika, llegaron a todos los hogares bengalíes para explicar que mezclando determinadas
proporciones de agua, sal y azúcar, la diarrea que causara la muerte masiva de
sus niños y niñas no sería ya un problema, valga la analogía, insoluble. Del
mismo modo, organizaron a los campesinos y construyeron cientos de miles de
pozos de agua (este aspecto, lamentablemente, y por falta de adecuada
previsión, figura más en el debe que en el haber, porque en las napas
subterráneas circulan grandes concentraciones de arsénico que dieron lugar a
cientos de miles de casos de arsenicosis, y una vuelta obligada al uso de las
fuentes de agua superficial, menos salubres). En los ochenta, nació en este
pequeño país otra revolución, la del microcrédito, de la mano de quienes fueron
galardonados con el premio Nóbel de la
Paz el año pasado, Mohammed Yunus y la organización que
preside, el Grameen Bank. Pues bien, en Dhaka (la capital) y en las aldeas de
sus alrededores he tenido la dicha de visitar los proyectos encarados por estas
organizaciones y, más aún, de hablar con sus beneficiarios, mujeres pobres que
hoy se ganan la vida con dignidad. Del mismo modo tuve la oportunidad de
visitar lo que Yunus considera su próxima gran idea: los emprendimientos
sociales a gran escala. Por un acuerdo entre Grameen Bank y Danone, se abrió
una fábrica de dhoi (yoghurt), enriquecidos con todos los nutrientes que los
niños necesitan y que se vende al precio que permita tan sólo recuperar la
inversión y reinvertir en nuevas fàbricas del mismo tipo. El dividendo es sólo
social.
Tras la esperanza que me contagió
el ver de primera mano estos desarrollos, fui a visitar una de las industrias
más insalubres y más contaminantes del mundo: los desarmaderos de barcos de las
costas de Chitaggong. Desde que Greenpeace puso a la industria en la mira a
través de informes muy fuertes, es muy difícil que un extranjero pueda ingresar
a estos predios. Pero lo que parece
difícil no siempre es imposible. Sobre todo si uno tiene la suerte de ser
argentino y, como tal, de contar con la magia de Maradona. Porque ésta no sólo
consistió en hacer goles imposibles, sino que incluso, en el día de hoy, se
extiende en abrir puertas en todos lados. “Si usted es amigo de Maradona, pase.
Pero sólo por quince minutos, y sin fotos. Mandele saludos del pueblo de
Bangladesh, que espera que se recupere pronto” (todos los medios seguían la
evolución de su última internación). Así, el telón se abrió y, del otro lado,
la miseria. Hombres cargando enormes bloques de hierro, soldando sin máscaras,
llenando a bocanadas sus pulmones de amianto. Paradójicamente (o al menos la
paradoja es para un observador foráneo), lo hacían entre cánticos. Las
beneficiarias de estas partes son muchas empresas multinacionales que las
compran a precios irrisorios. El estado hace la vista gorda (para darles una
idea, hay sólo cuatro inspectores de seguridad e higiene en la capital de más
de diez millones de personas y 200.000 establecimientos industriales, en
especial, sudaderas textiles de exportación) y, por supuesto, cobra su parte.
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Niñas jugando bajo la lluvia en Dhaka |
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Conductor de rickshaw en Dhaka |
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Las calles del centro de Dhaka |
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"Embotellamiento" en Dhaka |
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Puerto de Dhaka |
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Transporte de bananas en puerto de Dhaka |
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Niño refrescándose en el puerto de Dhaka |
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Peluquero callejero, Dhaka |
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Estampas de los rickshaws |
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Bandera argentina en un negocio en Dhaka (en los mundiales de fútbol, la mitad del país hincha por Argentina y la otra mitad por Brasil) |
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Peluquero en Dhaka |
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Transporte de sandías, puerto de Dhaka |
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Porteador de frutos, Dhaka |
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Porteadores de sandías, Dhaka |
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Capitanes de piraguas, descansando al atardecer |
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Conductor de rickshaw durmiendo una siesta |
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Monumento al Movimiento de los Lenguajes, en defensa del bengalí (Dhaka) |
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Mujer recibiendo un microcrédito del Grameen Bank |
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Mujeres en una reunión del Grameen Bank |
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Niño trabajando en una hilandería familiar |
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Dos niños en una aldea |
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Otro grupo de mujeres del Grameen Bank |
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Grupo de mujeres del Grameen Bank (y un colado) |
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Un hombre remontando un barrillete con su hijo |
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Mujer adjudicataria de un microcédito del Grameen Bank |
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Niños en una aldea de Bangladesh |
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Una mujer con sus hijos tras buscar su microcrédito |
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Propaganda de una crema blanqueadora (ácido esteárico) Increíble que quieran blanquear el maravilloso color bronce-aceituna de sus pieles |
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Mi restaurante favorito de Dhaka |
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Haciendo roti en Dhaka |
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Hábitat a la vera del ferrocarril |
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Puerto fluvial de Chittagong |
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Capitán de una piragua, Chittagong |
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Niños de Chittagong |
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Lavando a un elefante en Chittagong |
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Monje budista en Chittagong |
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Marineros de Chittagong |
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Atardecer desde el Rocket |
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Atardecer desde el Rocket II |
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Postales desde el Rocket |
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Barco vecino del Rocket |
Regresé luego a la India a través del Rocket,
el buque que atraviesa los ríos de Bangladesh, y permite vislumbrar la vida de
los pescadores de estas zonas, frecuentemente devastados por catástrofes naturales.
Ya de vuelta en la India me embarqué en un
recorrido típicamente turístico que me llevó a descubrir la cultura tibetana y
budista en Darjeeling y Sikim, la magia de Varanasi y sus pujas y ritos
funerarios (aquí, como lo deseé desde niño, y pese a los consejos en contrario,
me sumergí en las deliciosamente putrefactas o petrefactamente deliciosas aguas
de la Ma Gangá), la
belleza del Taj Mahal en Agra y el ritmo frenético de New Delhi. Aquí me
encontré con una amiga que trabaja junto al relator especial de las Naciones
Unidas sobre el derecho a una vivienda digna, y que denuncia incansablemente
los abusos cometidos contra las víctimas del tsunami en Chennai y en las islas
Nicobar y Andaman, en el Golfo de Bengala. Asimismo, mi amiga me puso en contacto
con la Campaña Nacional
por los Dalits. Hacía poco, se había organizado un tribunal popular para poner
de manifiesto, públicamente, todos los agravios que sufren a diario los viejos
intocables. Como hace tres mil años, y como bien diría Muj Raj Anand en su
magnífica obra Los Introcables, muchos indios aún creen que los intocables,
“porque limpian su mierda, son mierda”. Así, aún hoy, no les dejan tomar agua
de los mismos pozos, les niegan entrada a templos y comercios, les destruyen
los campos y, cuando no, los insultan, golpean, violan y hasta matan.
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Estación de ómnibus de Darjeeling |
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Hincha de Argentina en Sikkim |
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Cancha de fútbol en Sikkim |
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Niñas de Sikkim |
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Con una familia en Darjeeling |
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Por los caminos de Darjeeling |
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Niña de Darjeeling |
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Lodero en Varanasi |
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Varanasi |
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"Puja" (ofrenda) nocturna a la Ma Ganga Río Ganges, Varanasi |
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Puja matutina a la Ma Gangá |
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Sadhu (hombre religioso) haciendo puja |
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Búfalo en los ghats de Varanasi |
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Con una familia en Agra |
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Morador del Taj Mahal |
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Con dos jóvenes en el Taj Mahal |
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Con el majestuoso Taj Mahal |
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Familia contemplando el atardecer en el Taj Mahal |
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Atardecer desde el Taj Mahal |
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Novio yendo a buscar a su novia, Agra |
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Con los músicos del cortejo matrimonial, Agra |
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Cebú en su estacionamiento |
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De compras en New Delhi |
Finalmente, me dirigí a Srinagar,
la capital de la Cachemira,
porque desde hacía tiempo venía siguiendo el conflicto que allí se desarrolla.
Este territorio, que se encuentra disputado desde la partición entre India y
Pakistán, fue la sede de sangrientos enfrentamientos y ha sido el epicentro del
conflicto nuclear entre ambos países. En 1987, las aspiraciones legítimas de su
pueblo fueron pisoteadas a través de una elección fraudulenta. La gente se
radicalizó y el gobierno central de Delhi no tuvo mejor idea que enviar al
Ejército. El resto es historia por todos conocida, por haberla sufrido en
nuestra propia tierra: miles de secuestrados, torturados, mujeres violadas y
desaparecidos. Al día de hoy el gobierno acepta oficialmente la existencia de
casi diez mil desaparecidos. Un abogado de derechos humanos, a quien tuve la
suerte de conocer, encabeza la lucha. Una ley especial del Congreso de la India, la Special Powers Act, garantiza
la impunidad de todos los crímenes cometidos en la Cachemira.
Ya he tenido el placer de
encontrarme con muchos de ustedes, de darles un abrazo muy fuerte y de ponernos
al día.
Pero siento la necesidad de
esbozar un balance de todo esto.
Siempre dije que emprendí este viaje para que la realidad me
pegara una buena cachetada: que me asalte con sus imágenes, me sacuda la
cabeza, me quite las escamas de los ojos, despabile mi conciencia y, fruto de
todo esto, selle un compromiso ideológico. Fuerce a un compromiso y a una
coherencia hasta que abandone esta vida.
Por eso, creo, elegí la ruta que elegí. Por eso, creo, elegí
el modo de hacer la ruta que elegí. Por eso, creo, el hilo conductor fue
siempre el hambre.
Si los caminos antes eran muchos, ahora ciertamente se han
acortado. Quizás sea tan sólo uno: integrar una generación de hombres y mujeres
que asuma el compromiso de erradicar el hambre del mundo. Mi abuelo no hubiera
podido ni soñar con tal empresa. Yo y ustedes, nosotros, sí. Hoy producimos
alimentos suficientes para que el doble de la humanidad ingiera lo que
necesita. El hambre no es natural. A no naturalizar. A no estar tranquilos con
esto. Es social. Es político. Y, hoy más que nunca, puede estar en nuestras
manos. O se nos puede escapar, y le tiraremos la pelota a nuestros hijos, si es
que tienen algo para llevarse a la boca.
Me hago eco de las palabras de Bertolt Brecht en Santa Juana
de los Mataderos…
“Aprendí algo y ahora que mi muerte se acerca
Sé que es válido para todos:
Sus sentimientos ¿qué significan si no se concretan en
resultados?
Y su saber, ¿de qué sirve si no da sus frutos?
Procuren, al abandonar este mundo,
No haber sido simplemente buenos, pues eso no basta,
Sino abandonar un mundo bueno”
Procuremos, hermanos, hacer lo imposible para abandonar un
mundo sin hambre. Que mis hijos puedan ir a un museo y se horroricen ante la
imagen de un niño con kwashiorkor. O con marasmos. Sólo en un museo…
Los he hecho testigos de ésta mi obsesión. Como dijo alguna
vez un poeta nuestro, “acaso lo que digo no sea verdadero, ojalá sea
profético”.
Les mando, como siempre, el abrazo más fuerte del que soy
capaz.
Marcos
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