martes, 18 de junio de 2013

Hoy, un niño (Día del Niño, 2007)


Dado que hoy es el día del niño, sirva la ocasión para pensar que…

Hoy, un niño, no va a llegar a nacer.
Hoy, un niño, estando en el vientre de su madre, va a ser asesinado por odio hacia su madre porque “el huevo de una serpiente es también una serpiente”.
Hoy, un niño, por desnutrición de su madre y suya propia, va a nacer con un peso muy por debajo del normal y, débil, va a morir al poco tiempo.
Hoy, un niño, va a nacer con el virus del VIH, o se va a encontrar con él al amamantar.
Hoy, un niño, va a llevar su boca a una teta seca, inerte, exhausta, incapaz de darle vida.
Hoy, un niño, va a detener su crecimiento por falta de alimento.
Hoy, un niño, va a sufrir un daño cerebral irreversible por falta de alimento.
Hoy, un niño, va a pasar la noche en un centro de nutrición terapéutica, y allí se va a debatir entre la vida y la muerte.
Hoy, un niño, va a morir de hambre.
Hoy, un niño, no va a beber agua.
Hoy, un niño, va a beber agua contaminada.
Hoy, un niño, va a incubar parásitos en su estómago, y se le va a inflar la panza.
Hoy, un niño, no va a llegar a un médico, y va a morir por falta de atención.
Hoy, un niño, va a llegar tarde a un médico, y va a morir por falta de atención a tiempo.
Hoy, un niño, no va a tener acceso a la vacuna o medicamento que necesita para seguir viviendo.
Hoy, un niño, va a estremecerse entre chuchos de fiebre, y va a morir de malaria.
Hoy, un niño, va a morir de SIDA, o de cualquiera de sus hermanas oportunistas.
Hoy, un niño, va a toser sangre cargada de los bacilos de la tuberculosis.
Hoy, un niño, va a ser mordido por una vinchuca.
Hoy, un niño, va a quedar ciego por falta de vitamina A.
Hoy, un niño, va a perder el brillo de sus ojos por la anemia.
Hoy, un niño, va a quedar paralítico por no haber tragado la gota que previene la poliomielitis.
Hoy, un niño, se va a poner gris y viejo por el marasmus.
Hoy, un niño, va a ser piel y huesos por el kwashiorkor.
Hoy, un niño, va a ser abandonado.
Hoy, un niño, abandonado, va a morir de frío y va a ser devorado por los perros.
Hoy, un niño, va a encontrar la muerte en un tacho de basura.
Hoy, un niño, va a encontrar la muerte en una letrina.
Hoy, un niño, va encontrar la muerte en una zanja.
Hoy, un niño, va a ser encerrado, y obligado a perecer de hambre.
Hoy, un niño, va a ser asesinado.
Hoy, un niño, va a ser machacado contra una pared.
Hoy, un niño, va a ser cortado en dos, tres o más partes.
Hoy, un niño, va a ser quemado vivo.
Hoy, un niño, va a ser asesinado por sus órganos.
Hoy, un niño, va a pisar una mina antipersona.
Hoy, un niño, va a morir por el plomo de una bala, la destrucción de una bomba, o el efecto colateral de un “misil inteligente”.
Hoy, un niño, va a ser usado como escudo humano.
Hoy, un niño, va a ser mutilado, y va a perder sus piernas, pies, brazos, manos, lengua, labios, nariz.
Hoy, un niño, va a ser secuestrado y convertido en esclavo sexual, o en sirviente.
Hoy, un niño, nacido en cautiverio, va a ser secuestrado y apropiado.
Hoy, un niño, va a ser secuestrado y obligado a ser soldado.
Hoy, un niño, va a ser adoctrinado en el odio.
Hoy, un niño, va a tener que correr, para no ser asesinado, mutilado o secuestrado.
Hoy, un niño, va a tener que conmutar a la noche y buscar refugio para evitar ser asesinado, mutilado o secuestrado.
Hoy, un niño, va a ser obligado a matar, violar, e incluso, a devorar a sus víctimas.
Hoy, un niño, va a ser drogado y obligado a cometer toda clase de actos abominables.
Hoy, un niño, va a sufrir mientras le extirpan su clítoris, sus labios vaginales y le cosen su vulva.
Hoy, un niño, va a morir de una infección urinaria derivada de la infibulación a la que fue sometido.
Hoy, un niño, va a ser violado.
Hoy, un niño, va a ser golpeado.
Hoy, un niño, va a ser abusado.
Hoy, un niño, va a ser torturado.
Hoy, un niño, va a ser traficado.
Hoy, un niño, va a ser forzado a prostituirse.
Hoy, un niño, va a ser obligado a contraer matrimonio.
Hoy, un niño, no va a ir a la escuela.
Hoy, un niño, va a dejar de ir a la escuela a la que iba.
Hoy, un niño, va a ser dado en alquiler para que un adulto, tras alcoholizarlo (y de este modo evitar que llore) pueda exhibirlo, inspirar compasión, y recibir dinero a cambio.
Hoy, un niño, va a ser vendido por sus padres y convertido en esclavo.
Hoy, un niño, va a ser obligado a mendigar en las calles.
Hoy, un niño, va a ser convertido en mula.
Hoy, un niño, va a ser obligado a delinquir.
Hoy, un niño, va a inspirar profundo en el interior de una bolsa infestada de pegamento.
Hoy, un niño, va a consumirse en el paco.
Hoy, un niño, va a ser obligado a trabajar en una mina, plantación, fábrica, casa o taller textil.
Hoy, un niño, va a ser obligado a pintar con plomo juguetes para otros niños.
Hoy, un niño, va a dormir en las calles, y va a amanecer con el frío de la baldoza sobre su rostro.
Hoy, un niño, va a ser recluido en un instituto, o en una cárcel.
Hoy, un niño, va a ser discriminado por ser blanco, negro, amarillo o anaranjado.
Hoy, un niño, va a ser discriminado por ser judío, católico, protestante, musulmán, evangelista, testigo de Jehová, o animista.
Hoy, un niño, va a ser discriminado por venir del otro lado de una frontera.
Hoy, un niño, va a ser discriminado por ser varón o mujer, intersex, afeminado o machote.
Hoy, un niño, va a ser privado de beber agua de un pozo, entrar a un negocio, rezar en lugar de culto, cultivar un campo, por ser un intocable.
Hoy, un niño, no va a jugar.
Hoy, un niño, va a jugar con un cráneo como pelota.
Hoy, un niño, va a chapotear entre la mierda.
Hoy, un niño, va a aspirar gases pútridos.
Hoy, un niño, va a bañarse en aguas fétidas.
Hoy, un niño, va a ver la lluvia filtrarse entre su techo.
Hoy, un niño, va a defecar en una playa, campo, o en las vías del tren.
Hoy, un niño, va a nacer sin registro.
Hoy, un niño, va a morir sin registro.
Hoy, un niño, va a ser enterrado en un pequeño cúmulo de tierra, sin ceremonia.
Hoy, un niño, va a abandonar este mundo, antes de tiempo.
Y la muerte, al ver en su lista a un niño, va a llorar de pena, como todos los días.


Esta es sólo un lado de la moneda. Sólo una parte de la historia. Sólo una cara de la luna, lo sé. Pero es la cara que no vemos.
Porque,

“Unos están en la noche,
 Otros en la luz.
 Y vemos a los de la luz
 Mas no a los de la noche”

Sirva, pues, esta ocasión para pensar en el niño de la noche. 
En el niño de la sombra.
En el crucificado de nacimiento.


Y actuar para que sea feliz, un día.

Oda a la Toyota (2007)


El medio de transporte público más habitual en los países de Africa Subsahariana que he visitado es la camioneta Toyota Hiace, con capacidad para tres personas en la parte delantera y catorce en la trasera, aunque siempre hay espacio para alguien más.
Todo aquél que se haya aventurado en tierras africanas la conoce y, casi sin excepción, la recuerda con cariño. 
En su honor he escrito los versos de esta oda.


En cualquier ruta o calle africana, pavimentada o de tierra, ella es la indiscutida reina.
Es la sangre del sistema circulatorio africano, de ese que a pocos lados llega y a muchas aldeas aísla y abandona.
A toda velocidad se aventura donde ni los más intrépidos se animan.
Tiene que llegar, y llegar rápido, para hacer una módica diferencia. En la vida de sus dueños, de quienes la alquilan o conducen y de quienes tienen la suerte, o la desgracia, de volar en ella.
Goza de la compañía de su conductor, quien siempre encuentra para ella un espacio donde no lo había, o no lo encuentra y la lastima. Y del cobrador que, con medio cuerpo afuera, abre y cierra la puerta, anuncia la partida y vocifera la ruta. Y del motivador, que convence o empuja a los pasajeros hacia arriba. Los tres, en eterna vigilia, mascando alguna planta narcótica para mantenerse con vida.
Lleva gente inquieta, vendedores de cebollas, compradores de ilusiones, niños a sus escuelas, trabajadores a sus minas, gallinas, pescado fresco y sonrisas.
Trae gente inquieta, compradores de cebollas, vendedores de ilusiones, esperanza a los hogares y silicosis, plumas, el recuerdo de la centolla y sonrisas.
Da descanso a las mujeres y sus largas caminatas. Engaña con atajos a sus aguas y sus ramas.
Blanca en un continente negro, refleja los humores del sol que siempre la acompañan, y su paso deja estelas de tierra roja.
Bordea mares de azul profundo, pone e prueba puentes sobre ríos, despeina a las acacias y ya es un predador más de la savana.
Está reñida con las estadísticas: la juzgan peligrosa, la llaman asesina.  Mas sus  inquilinos la aceptan como necesaria, y disfrutan de su música.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos aconseja evitarla. Y son los pobres, a fin de cuentas, quienes se le arriman, y gracias a ella, se desplazan.
Cada tanto pierde un tornillo, o dos, o el motor que la impulsa. Escupe sangre negra y se cobra de la roja. Pero tanto la quieren, tanto la quieren, que nunca la cambian.
La remachan, la atan con alambre, pero nunca la abandonan.
Es tan orgullosa, que no sale hasta que está llena. O, a veces, más que llena.
En su interior florece la música, mezcla de disco de piratería, conversación vivaz y la balada de una cabra escondida.
Confiesa que le gusta que le viertan gasolina. Y que, tras inyectarle el alimento, un moreno la sacuda con energía.
Al cruzar la frontera, con cariño siempre la bautizan: minibus, taxi, mini-taxi, taxi-brousse, matatu, chapa y dala-dala. Cada cual quiere llamarla a su manera. Pero ella es siempre la misma.
Es la que circula, solitaria, por las arterias de Africa.
Es la japonesa que se siente a gusto en estas tierras.
Es la querida, nunca bien ponderada, Toyota.

En tu honor, camioneta, se me han escapado los versos de esta oda.

Phelophepa: Salud buena y limpia sobre las vías (2006)


Desde su origen, las vías del tren han sido arterias vivificantes de un territorio.
Pero cuando lo que circula sobre sus caminos de hierro es la salud, el oxígeno llega a los rincones más aislados y necesitados de él.
Desde 1994, aprovechando los 20.872 kilómetros de tendido férreo de que dispone el país, circula en Sudáfrica el tren de la salud llamado Phelophepa.
El vocablo Phelopepa nació de una combinación de términos de las lenguas seSotho y seTswana –dos de las once lenguas oficiales reconocidas en la constitución política de 1994- y significa “salud buena y limpia”. Y es esto, sencillamente, lo que el tren de la salud lleva a las zonas más pobres y desfavorecidas del país. No en vano es conocido, también, como “el tren de la esperanza”, el “tren de la curación” o el “tren del milagro”.
En una mañana gris del mes de febrero, acudí a su encuentro en la estación de trenes de la ciudad de Grahamstown, en la provincia del Cabo Oriental. Allí estaba, diáfano con sus dieciséis vagones. En la estación se había improvisado una sala donde hombres, mujeres, niños y ancianos esperaban a ser llamados desde los consultorios del tren. Muchos de ellos habían salido de sus casas al rayar el alba y caminado hasta 30 kilómetros, bajo el sol o la lluvia, descalzos, apoyándose en improvisados bastones, o con bebés plácidamante atados a la espalda, para recibir salud de manos de los profesionales de Phelopepa. Quizás por ello difícilmente podían disimular las sonrisas que invadían sus rostros.
Me dirigí al grupo y les dije: Molweni! (saludo en Xhosa, la lengua local, que dirige una persona que llega a un grupo que ya está en el lugar), para recibir como respuesta, en coro, entre los habituales cuchicheos y sonrisas que siguen a la sorpresa que provoca que un blanco hable la lengua local, un musical Molo Mnumzana! (Buen día, caballero).
Luego me dirigí a uno de los vagones donde me esperaba Magdeline Ntikinca (Maggie, para los amigos), quien, fiel a su esencia africana, me saludó cálidamente y me regaló una sonrisa de perlas. Maggie es vicedirectora de Phelophepa y administradora de la clínica médica. Me invitó a pasar y me contó, con detalle y sin apuros, cómo funciona Phelophepa.
Los dieciséis vagones están distribuidos del siguiente modo:

1 para depósito y lavadero;
1 para la clínica educativa;
1 para la oficina de comunicaciones;
1 para la oficina de administración;
1 para la farmacia;
1 para el consultorio clínico;
1 para el consultorio dental;
1 para la clínica farmacéutica;
2 para el consultorio oftalmológico;
4 para los dormitorios del personal;
1 para el comedor con cantina y,
1 para la cocina.

El tren, que alcanza una velocidad máxima de 50 kilómetros por hora, circula durante 36 semanas al año y permanece cinco días en cada estación. Las estaciones en las que ha de parar varían cada año, en función de las necesidades sanitarias. Todas ellas, empero, están siempre localizadas en alguna de las siguientes cuatro provincias (de las 9 en total que tiene el país): Cabo Oriental, Cabo del Norte, Noroeste y Limpopo. Esto es así porque dichas provincias son las que tienen las más serias deficiencias de infraestructura médica. El resto del tiempo no es para descanso. El tren es acondicionado en Bloomfontain, mientras en Johanesburgo se elaboran los informes sobre el estado de situación en cada región, se dan a conocer los resultados públicamente mediante conferencias y se discuten con las autoridades de salud nacionales para, en coordinación con ellas, planificar estrategias comunes de intervención y trazar la ruta del año siguiente.
El tren brinda los servicios de asistencia clínica (todo tipo de patologías, pero en especial detección y tratamiento precoz de diabetes y cánceres), oftalmología y óptica, odontología y apoyo psicológico (para casos de estrés, abuso, conflictos familiares, etc. Como en algunos de estos casos será necesario continuar con la terapia después de la partida del tren, se derivan los casos a los psicólogos y trabajadores sociales locales).
Excepto por el servicio de apoyo psicológico, que es gratuito, por los demás hay que abonar una módica suma. ¿Por qué si en definitiva los beneficiarios son los más pobres de entre los pobres? le pregunté a Maggie e, interesantemente, me contestó que en Phelophepa decidieron establecer una “tarifa social” para que la gente valore el servicio (según me dijo, los sudafricanos no llegan a apreciar como “bueno” lo que les llega regalado) y, además, para incentivar la responsabilidad y la cultura del ahorro. De hecho, una vez que se han definido las estaciones, y tres meses antes de que el tren arribe, agentes de promoción de Phelophepa van a las comunidades para confirmar que el tren va a ir ese año, de modo de dar a las personas el tiempo suficiente para ahorrar el dinero.
Para ofrecer una idea más gráfica de este punto, conviene dar a conocer cuáles son las tarifas sociales que se cobran en cada caso. La consulta clínica es gratuita, pero si de ella surge la necesidad de prescribir uno o varios medicamentos, hay que abonar 5 rands –R- (a una cotización de 7,22 por dólar estadounidense, unos 69 centavos de dólar). La revisación odontológica es gratuita, pero si es necesario realizar un test adicional, se debe abonar R10 (u$s1,30) y si es menester fabricar un par de anteojos (que se hacen en el acto, con la graduación exacta del beneficiario), R30 (u$s 4,10). La revisación odontológica también es gratuita, pero las extracciones de 1 o 2 piezas de adultos cuestan R10 (u$s 1,30), de 3 o más R15 (u$s 2) y de niños, cualquiera sea la cantidad, R5 (u$s 0,69). Si bien estas tarifas parecen bajas, es importante recordar que el 40% de la población total de Sudáfrica vive con menos de un dólar al día y, en las regiones que recorre el tren, estas cifras son mucho mayores. Por eso, se atiende cada caso puntual y, si Phelophepa verifica la absoluta imposibilidad de pago, el servicio se ofrece de todos modos en forma gratuita. Por otra parte, dados los altos costos operativos del tren, es evidente que lo recaudado a través de las tarifas no es suficiente para satisfacer ni una mínima fracción de los mismos, desempeñando, en consecuencia, un rol más simbólico-educativo que recaudatorio.
De este modo, se atienden, por año en promedio, unas 45.000 personas y se prescriben 21.000 medicamentos aproximadamente.
Pero el impacto va mucho más allá de quienes se benefician directamente de las prestaciones médicas. Durante los cinco días en que el tren permanece en la estación, se realizan un sinnúmero de actividades de alcance comunitario.
Una de ellas es la “Clínica Educativa”. ¿En qué consiste? Los promotores que visitan las comunidades identifican a las 25 personas que hayan de tener un mayor impacto en las mismas (líderes, maestros de escuela, médicos tradicionales) y que estén dispuestas a asumir responsabilidades en salud de modo voluntario. Estas personas, una vez seleccionadas, asisten a la clínica educativa, donde los profesionales de Phelophepa ofrecen un curso de cuidados básicos de salud. Al concluir el curso, cada participante recibe un manual de consulta de los temas abordados, se compromete en forma voluntaria a transmitir los nuevos conocimientos adquiridos al resto de la comunidad, y de ese modo se convierte en un referente de salud, con el propósito último de descentralizar el sistema de atención sanitaria. Los manuales se entregan en los idiomas locales, tienen una redacción sencilla, muchos dibujos explicativos y un carismático personaje llamado Hester Saludable que guía las explicaciones. Uno de los asistentes que conocí era un ingcibi, esto es, un especialista en el arte de la circuncisión (con la cual los Xhosas sellan el pasaje de la niñez a la adultez entre los varones, al arribar a la edad de 18 años). Orgulloso, era conocido en la comunidad como el “hombre de la cuchilla” porque por sus manos habían pasado más de 500 niños, por su arte devenidos en hombres. Pero con un detalle: había utilizado siempre la misma cuchilla. En la clínica educativa escuchó por primera vez sobre los riesgos de transmisión de enfermedades que la práctica entrañaba, y propuso que en lo sucesivo cada niño tuviera su propia hoja, la cual luego se quemaría. Cada año 900 voluntarios asisten a la Clínica Educativa.
Al mismo tiempo se realizan campañas de concientización comunitarias. Al momento de mi visita, la psicóloga de Phelophepa estaba yendo a una escuela rural para ofrecer un espectáculo de títeres que alertaría sobre los modos de prevención de enfermedades de transmisión sexual, incluida el SIDA. Esto adquiere dramática importancia en un país como Sudáfrica que registra el mayor número de personas seropositivas del mundo (entre 5.3 y 6 millones de personas de un total de 44 millones, representativo de entre el 21.5 y el 25 % de la población total, según la agencia especializada de las Naciones Unidas para el SIDA, ONUSIDA/UNAIDS). Uno de los títeres habría de desenrollar, entre risas y sonrojos, un preservativo sobre una banana.
Otra campaña apunta contra el abuso sexual de niños y niñas, el cual se ha incrementado dramáticamente en algunas zonas, de la mano de la emergencia del SIDA. Es que desde hace unos años ha ido circulando un pernicioso mito que asegura que tener relaciones sexuales con una virgen cura el SIDA.
La llegada de Phelophepa tiene, además, un profundo impacto económico en cada comunidad a la que arriba. Porque lleva a cabo una política de contratación local de bienes y servicios: así, compra los alimentos a productores locales (se calcula una demanda diaria de 250 menúes), el diesel necesario para alimentar la locomotora y el equipamiento eléctrico de los consultorios (se calcula una demanda de 12.000 litros cada 3 semanas) y contrata los servicios de traductores, guardias de seguridad, serenos y cocineros. Muchos otros se benefician ofreciendo a las personas que esperan ser atendidas té, alimentos o incluso servicio de teléfono celular. La premisa subyacente es que cuanto mayores son los ingresos de una familia y cuanto mayor sea el número de familias alcanzadas, mayores y mejores serán sus cuidados de salud.
A través de estos medios, se estima que cada año un millón de personas participan de estas actividades.
Otros de los beneficiarios son los estudiantes de medicina que en el último año de la carrera pueden realizar una pasantía con Phelopepa, bajo las directivas de los dieciséis empleados permanentes del tren. De este modo, tienen una aproximación a las diversas problemáticas de salud de todas las zonas del país, especialmente las más críticas. Cada año, participan de modo voluntario 895 estudiantes y muchos de ellos, después de graduados, deciden volver a trabajar a las comunidades que visitaron.
Phelopepa es una iniciativa de la Fundación Transnet, entidad desde la que se canalizan los proyectos de impacto social de Transnet, autoridad sudafricana de transportes. Sus principales donantes privados son Roche (que donó el vagón de la clínica y mantiene sus operaciones), Colgate-Palmolive (que donó el vagón del consultorio dental y mantiene sus operaciones) y 3M (que donó el vagón del consultorio oftalmológico y el instrumental óptico). Del mismo modo, recibe el apoyo de un sinnúmero de instituciones públicas, organizaciones de la sociedad civil, universidades públicas y privadas y particulares.
Phelophepa es, a mi entender, un proyecto que ha sabido responder de manera inteligente, profesional e interdisciplinaria a una demanda crítica en materia de salud de los sectores más desfavorecidos de la sociedad sudafricana, maximizando la infraestructura existente e involucrando a todos los actores en un esquema de desarrollo de cuidados de salud a nivel comunitario, de modo sustentable. Pero, más importante aún, que está sujeto a revisión permanente y modifica, como un tren, su curso sobre la marcha.
Una hermosa canción xhosa llamada Tshotsholoza dice en una de sus estrofas: Stimela Siphum´! Stimela Siphum´! Stimela Siphum´! El tren viene! El tren viene! El tren viene!

Y con él, la salud, buena y limpia, a los rincones más postergados y excluidos de Sudáfrica.

Las dos caras de Ciudad del Cabo: Cape Town e iKapa (2006)



Pisé suelo sudafricano por primera vez un 2 de febrero de 2006, doce años después de la muerte de ese monstruoso aparato jurídico-político de segregación racial que se dio a conocer como “apartheid” (el término significa “separación” en Afrikaans, la lengua derivada del holandés que los boers fueron moldeando en suelo africano).
Mi puerta de entrada fue el aeropuerto internacional de Ciudad del Cabo. Desde allí recorrí 22 kilómetros hacia el oeste, hasta el epicentro del viejo ghetto blanco. La ruta N2 (antes conocida como NY1 –Native Yards 1) fue la vía obligada. A lo largo de todo el camino, hacia un lado, hacia el otro, y hasta donde se pierde la vista, tierra y chapa oxidadas, cartón y humo. Se trata de los townships de Nyanga, Guguletu y Langa. Bienvenido a iKapa, la cara africana, negra, de Ciudad del Cabo.
Si bien el vocablo “township” proviene del derecho anglosajón y designa una unidad administrativa con cierta autonomía política (similar a un municipio), es inevitable, en el contexto sudafricano, asociarlo al apartheid, en tanto área ubicada en la periferia de las ciudades en la que se vieron forzados a vivir aquéllos que, por mala fortuna, vinieron a este mundo con una mayor pigmentación en la piel. Tal es así que doce años después del desmoronamiento de la política de segregación racial, sus habitantes discuten si debieran conservar el término, o cambiarlo por otros más neutrales, ideológica y políticamente, como los de “barrio” o “suburbio”.
Langa, en la lengua local, isiXhosa, significa “sol”. Y, como el sol, fue el primer township que tuvo el triste privilegio de aparecer en el horizonte africano. Corría el año 1923 y una minoría blanca que, escapando a la persecución religiosa en sus tierras de origen, se había asentado en el territorio tras seguir las huellas de los comerciantes de la Compañía Holandesa de Indias (Dutch East India Company) y de los misioneros de la Iglesia Holandesa Reformada (Dutch Reformed Church), adoptó la primera Ley de Areas Urbanas. Ya nada sería igual. Era la primera vez que la melanina –o la falta de ella- se filtraba en un instrumento normativo, y dictaba diferentes vidas y diferentes destinos para los seres humanos. Los negros, también conocidos como “bantus”, los indios (trabajadores migratorios de la India que habían sido traídos por los ingleses para participar en el tendido de la infraestructura ferroviaria) y los “coloured” (me inclinaría a traducir el término como “mestizo” o “mulato” pero, tal como luego lo definiría la legislación, se trataba de una categoría residual de quien no podía ser catalogado como blanco, negro o indio) deberían, en lo sucesivo, vivir en un área separada de los blancos. Así nació Langa, y su construcción se planificó de modo que se pudiera observar –y controlar, naturalmente- los movimientos de sus habitantes.
El éxodo rural crecía a pasos agigantados y los límites de Langa iban cediendo hacia la periferia.  El Partido Nacional llegó al poder y de su mano, entre 1950 y 1960, se fueron implementando los desafortunados designios del Dr. Hendrik Verwoerd, arquitecto intelectual del apartheid.
En virtud de la ley de Registro Poblacional de 1950, cada persona era clasificada en función del color de su piel y se le emitía una tarjeta de identidad que consignaba, entre otras informaciones, su filiación racial. Claro que había casos “grises” (valga aquí, como pocas veces, la metáfora) y uno tenía la oportunidad de presentarse ante los tribunales y cuestionar la clasificación efectuada. Se llegaba así al absurdo de la “prueba empírica del origen racial”: en los juzgados se colocaba una lapicera en el pelo ensortijado del demandante de cambio de clasificación; si caía, entonces era evidente que era coloured. Si no, era bantu. Si era bantu, en virtud de la nueva ley de Areas Grupales, debía vivir en un área sólo para bantus, llamada bantustán. Y sólo debía conmutar durante el día a la “ciudad blanca”, munido de su pase, expedido por su empleador, para ofrecer su único capital, su fuerza de trabajo, su sudor, que se derramaba al hacer los oficios que los blancos, simplemente, no querían hacer: jardinería, construcción, servicio doméstico. Al caer la noche, debía volver a su área. De lo contrario, bajo la ley de prevención de merodeo ilegal de 1951, iría preso: la celda era el único lujar donde podía permanecer, dentro de la ciudad, durante la noche.
Como fruto de estas medidas, hacia 1960 nacieron los townships de Nyanga (en isiXhosa, “luna”) y Guguletu (del isiXhosa igu lethu, “nuestro tesoro” o “nuestro orgullo”). Hoy los tres townships juntos constituyen una única masa interminable de zinc.
Basta continuar un poco más por la ruta N2, y atravesar la ruta M5, para que todo cambie. La M5 es la frontera entre el este y el oeste, la ciudad y su periferia, lo blanco y lo negro. Bienvenido a Cape Town, la cara blanca, europea de Ciudad del Cabo. La ciudad que tiene la fama de ser la más exquisita del continente africano pero, a decir verdad, la que menos propia le es.
Pero de este lado de la historia, al oeste de la M5, en los años 60´, la inmaculada blancura de la ciudad se veía aún perturbada por una mancha negra. Se trataba del célebre Distrito 6, una comunidad negra enérgica y vibrante. El poder blanco adoptó una ley ampliatoria de la Ley de Areas Grupales en 1966 y lo designó “Area Blanca”. Las topadoras arrasaron todo cuanto había construido y hombres, mujeres, niños y ancianos, fueron subidos a camiones y “descargados” hacia el este de la M5, en lo que era por entonces sólo tierra, tierra roja. Muchos murieron de frío e inanición. Así nacían los Departamentos del Cabo o “Cape Flats”. Una última ley ampliatoria, en 1985, como un estertor póstumo del apartheid, dio nacimiento, bien hacia el este, lo más lejos posible del centro de la ciudad, y entre girones de arena, al township de Khayelitsha (en isiXhosa, “nuestros nuevos hogares”).
Esta breve reseña sirve más bien como telón de fondo. Explica contornos. Sabemos que, tras la larga guerra de liberación nacional, el apartheid es historia. Pero lo que vale la pena preguntarse es ¿con el certificado de defunción formal del apartheid, qué cosas han cambiado realmente en Ciudad del Cabo?
Para empezar, ya no hay pases, y cada persona puede circular libremente por todo el territorio (aunque es muy raro ver blancos que se internen en el corazón de los viejos bantustanes). Las tarjetas de identidad sólo consignan la nacionalidad, el “ser sudafricano”, y ya no mencionan si uno es negro, amarillo o anaranjado. La ley de merodeo ilegal fue derogada y ahora muchas personas pueden gozar del raro privilegio de pasar sus noches sobre las frías baldosas de la ciudad, o en los refugios que respondiendo a la creciente demanda se han ido improvisando en las afueras. En la superficie, huele a libertad e igualdad, pero basta hundir las narices un poco más hondo para advertir que no mucho ha cambiado.
En Cape Town uno puede disfrutar de un paseo al aire libre en el impecable Victoria and Alfred (V&A) Waterfront o aventurarse en un yate en las aguas del Océano Atlántico. Dorar la piel blanca con el sol que acaricia las playas de arena blanca de Camps Bay o disfrutar de la cocina gourmet en un restaurante de Constantia. Pasear con rollers por la soleada rambla de Clifton, visitar una agencia de Ferrari o degustar un café en la muy victoriana Long Street.
En iKapa uno puede gozar de la grata compañía de mujeres que hacen su diaria peregrinación a las bombas comunes de agua en Guguletu, y hacer equilibrio con los baldes sobre la cabeza. Juntar madera en las afueras de Nyanga y, con ella, cocinar la harina de maíz y ahumar la ropa. Degollar una gallina o dormir en una casa donde la arena se filtra por la noche en Khayelitsha.
En Ciudad del Cabo, sin duda todo está muy bien, y todo está muy mal sin duda.
La estructura económica ha permanecido, en lo sustancial, intacta. Sólo una elite negra, ligada al poder político y/o beneficiaria de los negocios nacidos al amparo de las políticas de discriminación positiva o de “transformación”, ha saltado la brecha y, hambrienta de consumo, accede y disfruta de lo que antes sólo soñaba. El resto se sigue hacinando en los townships. Los que tienen suerte, se atiborran en los minibuses al rayar el alba y conmutan a la ciudad, dejan su sudor y vuelven al ghetto, como en los viejos tiempos. Cada tanto el gobierno tiende en los townships un nuevo cable eléctrico, abre un nuevo pozo de agua, pavimenta una calle o transforma el zinc de una casa en concreto. Pero a paso muy, muy lento.

La M5 siempre ha sido una frontera. Está habituada a serlo. Antes separaba razas. Hoy separa clases. El pase tiene una nueva cara: se ha vestido de dinero. Y, hoy, en Sudáfrica, están los que lo tienen, y acceden, y los que no.

Historias con carga existencial (2006)



Sudáfrica es el gran imán del Africa subsahariana.
Con su pujante economía, alimenta la esperanza de trabajadores migratorios de todo el continente; con su generosa política de asilo, sirve de refugio a quienes escapan de los conflictos africanos, víctimas y verdugos por igual.
Es por eso que, en cualquier rincón del país, si uno tiene oídos para oír, puede salir al encuentro de biografías intensas. Cargadas de existencia.
Aquí presento, muy sucintamente, cuatro de estas historias.

Nick. 24 años, afable, tierno, delicado en sus movimientos. A juzgar por sus maneras, resulta imposible imaginar que allí, enfrente, hay un niño que fue obligado a convertirse en soldado. Y, como tal, a matar. A violar.
Nick, nacido en Angola, es hijo de un empresario. Un día como cualquier otro, cuando tenía sólo 14 años, el Ejército de Angola fue a su escuela, ubicada en Luanda, la capital, y se llevó en unos camiones a todos los niños de entre 10 y 15 años. Por una inusual gentileza, le permitieron comunicarse con su papá y decirle, simplemente, que a partir de ese momento se convertía en soldado. Las influencias de su padre, mediando incluso promesas de dinero por obtener su liberación, fueron rechazadas. Su uniforme escolar fue quemado y reemplazado por un uniforme militar. Recibió entrenamiento militar y bebió adoctrinamiento en el odio: en lo sucesivo aprendió a echar espuma ante la mera invocación del nombre de UNITA, de sus militantes, de sus presuntos colaboradores. Aprendió a torturar. A arrancar uñas de los pies para arrancar una confesión, un dato, un nombre. Aprendió a quitar la vida para defender la suya. Aprendió a ser hombre, siendo tan sólo un niño. Sufrió humillación. Llegó a delirar de sed y hambre. Sufrió frío en las noches de esa guerra fría en la que, sin quererlo, se vio envuelto. MPLA vs. UNITA. Cuba, la Unión Soviética y sus satélites vs. Estados Unidos, Sudáfrica y sus aliados. Socialismo vs. Capitalismo. La guerra fría terminó pero no la guerra en Angola. Todas las fuerzas se realinearon y siguieron peleando, ora por el control del petróleo, ora por el control de los diamantes. Sólo la muerte de Jonas Savimbi, el líder de Unita, pareció calmar las aguas. En el medio, un país destruido. Niños que, como Nick, perdieron su inocencia y cuyas heridas aún supuran. Nick me cuenta que aún tiene terribles pesadillas: esa imagen… esa imagen, que arremete contra su inconsciente cada vez que quiere conciliar el sueño. Como represalia a una aldea, un grupo de soldados agarra un bebé al azar. Lo depositan en un mortero de maíz. Y lo machacan hasta la muerte. La mirada de Nick se pierde. No quiere hablar más. Respeto su silencio. Qué más se podría decir.

Tanya, 22 años. A diferencia de Nick, luce nervioso, tenso. Me cuenta que sufre de incontrolables arrebatos de ira. Que puede estar conversando tranquilamente y de repente sentirse poseído por demonios, aunque no cree en ellos. Y no sabe en qué puede terminar todo. La terapia de manejo de la ira y la medicación aplacan, pero no ayudan. Tanya tenía tan sólo diez años cuando en una noche cualquiera irrumpieron en su tranquila aldea en Liberia las fuerzas rebeldes. Sus ojos de niño vieron cómo, a la vista de todos, diez militantes se turnaban para violar a su hermana, que pagó caro el pecado de haber nacido bella. El fue secuestrado y convertido en soldado. Para adormecer sus resistencias y sus odios hacia sus compañeros de tropa que violaron a su hermana, se le inyectaban drogas. Se le habló de nacionalismo. De revolución. De defensa de los oprimidos. Y terminó comprando el veneno. Mató. Violó. Mutiló. Cortó labios, narices, piernas, brazos. Robó. Todo, en aras, de la Revolución. El conflicto terminó, pero aún luce sus cicatrices. Las externas, que muestra con un extraño orgullo. Y las internas, que hablan por sí solas. O, más bien, callan.

Nassar, 30 años, cree tener. Su nombre, me explica, significa “protector”. Asegura que ha de protegerme. Es fornido, por cierto. Se dedicaba a la pesca del kwili kwili (sardinas) en una apacible aldea costera del este de Zanzíbar. Le intrigan mucho sus orígenes, me confiesa. Es que Nassar es descendiente directo de esclavos llevados a la isla para trabajar en las plantaciones de, valga la similitud, clavo. Musulmán como la casi totalidad de los habitantes de la isla, cometió el “error” de querer involucrarse en política. Se afilió al CUF y comenzó a militar en sus filas. A poco, sus compañeros comenzaron a caer. Torturados. Asesinados. Una vez lo fueron a buscar a su casa, y escapó por la parte de atrás. Hoy es un asilado en Sudáfrica, duerme en las calles o en refugios y, para sobrevivir, compra un paquete de cigarrillos y vende luego los cigarrillos por unidad. Una peluquera oriunda de Zanzibar siempre le da de comer.

Kevin, 40 años, quizás. Su rostro parece el de alguien mucho mayor. Señal de que ha vivido, y sufrido. La suya es una epopeya para escapar de Darfur, donde hoy tiene lugar la peor tragedia humanitaria de nuestros tiempos: 200.000 personas ya han muerto, 2 millones han tenido que huir. Hoy se hacinan como desplazados internos en campos dentro del Sudán, o en campos de refugiados del Chad, Etiopía u otros países. Kevin decidió probar su suerte y llegar al extremo sur del continente. Caminó semanas enteras. Se coló en algún camión. Fue cruzando las fronteras arbitrariamente trazadas por los europeos en la Conferencia de Berlín, pero conservadas por las elites post-coloniales. A veces legal, a veces ilegalmente. Durmió en bosques y se alimentó de raíces. Se arriesgó a los cocodrilos del Limpopo, pero lo logró. Hoy está, después de tanto esfuerzo, en la tierra de sus sueños. Aunque no está tan convencido de ellos, ni de la tierra que promete realizarlos. Aún duerme en las calles de Ciudad del Cabo y hurga en las bolsas de basura a la salida de una cadena de pollos fritos, su pieza favorita.


Africa, hoy. El que tenga oídos para oir, que oiga.

El mundo según los xhosas (2006)



Después de Ciudad del Cabo, decidí visitar la Ciudad de Umtata, en la Provincia del Cabo Oriental de Sudáfrica, y sus zonas aledañas, Qunu, Mvezo y Quequesweni, donde Nelson Mandela nació y vivió su infancia.
Esto me dio la ocasión de visitar el museo erigido en su honor, las placas conmemorativas de algunos hitos de su vida y la casa que se hizo construir en Qunu como réplica exacta de la residencia en la que estuvo preso tras ser liberado de Robben Island, en Víctor Verster, Ciudad del Cabo.
Pero más aún, me dio la oportunidad de sumergirme en la exquisita cultura de los xhosas.


El nombre

El origen del término “xhosa” es discutido. Una leyenda refiere que uXhosa es el nombre de un legendario jefe que en la primera mitad del siglo XVI habría decidido separarse de la nación Nguni o, menos modestamente, que habría sido el primer habitante sobre la tierra (otra línea sugiere que el pueblo desciende de un personaje mítico llamado Tshawe). La nación Nguni floreció en Africa Central (en la región de los Grandes Lagos, más exactamente) aglutinando diversos pueblos bantus que habían migrado allí desde Africa occidental-ecuatorial (la actual Camerún). Tras la secesión, los seguidores de uXhosa habrían migrado hacia el sur del continente y se habrían asentado en la actual provincia del Cabo Occidental, donde habrían entrado en contacto con los pueblos Khoikhoi y San. La segunda teoría sostiene, precisamente, que el vocablo deriva de la palabra Kosa que, en una de las lenguas Khoikhoi significa “gente enojada” o “gente feroz”.


Distribución geográfica

Cualquiera haya sido el origen de su nombre, lo cierto es que este maravilloso pueblo convivió en la zona del Cabo durante un buen tiempo con los pueblos Khoikhoi –de los que tomó prestados los “clicks” característicos de su lengua, a los que me referiré luego. Con la llegada de los europeos al Cabo, y los enfrentamientos que a poco tuvieron lugar, los xhosas debieron desplazarse hacia el este. Luego se toparían con la expansión de los zulus comandados por el legendario Shaka, que los obligó a retraerse en parte hacia el este, o a dirigirse hacia el norte. Los odios tribales entre zulus y xhosas que nacieron en aquélla época aún juegan un rol decisivo en la agenda política sudafricana.
Según el censo de 2001, habitan en Sudáfrica aproximadamente 8 millones de xhosas (un 17,5% de la población total), por lo que constituyen el segundo grupo tribal en número, después de los zulus. Se encuentran distribuidos principalmente en las Provincias del Cabo Oriental y Occidental y, si bien todos sus integrantes se reconocen como amaXhosa (gente xhosa), están distribuidos en distintos grupos, como los abaThembu, amaBomvana, amaMpondo, amaMpondomise, amaBhaca, amaXesibe, amaMbo.


La lengua, música para los oídos

La lengua de los xhosas se llama isiXhosa. Desde la lingüística, suele ser clasificada como lengua Bantu (junto a las lenguas isiSotho, isiPedi, isiTswana, isiVenda e isiTsonga), de la subespecie Nguni (junto a las lenguas isiZulu, isiNdebele e isiSwati).
La lengua era transmitida por tradición oral hasta el año 1823, cuando el Reverendo John Bennie de Lovedale, integrante de la Sociedad Misionera de Glasgow, produjo la primera ortografía en base al alfabeto latino. Esta fue revisada varias veces hasta que en 1955 el Profesor HW Pahl redujo el alfabeto a las 26 letras que se utilizan en la actualidad.
La nota más saliente de la lengua son sus característicos “clicks”, pese a que éstos no son originarios de las lenguas Nguni, sino que han sido tomados de las lenguas Khoi-San.
En isiXhosa existen tres clicks básicos:

1- El click “qué lástima”: la onomatopeya que suele acompañar al sentimiento de “qué lástima” surge de un click dental: se lleva la punta de la lengua a la parte posterior de los dos dientes frontales y luego se le retira con fuerza hacia abajo;

2-El click del “descorche de champagne”: para imitar el sonido que produce el descorche del champagne hay que presionar la parte frontal de la lengua con el paladar duro que está detrás de los dientes posteriores, y retirarla rápidamente y con fuerza;

3-El click del “caballo”: para incitar al caballo al galope se efectúa un click lateral, llevando el lado de la lengua contra los dientes superiores y retirándola.

Estos tres clicks, a su vez, pueden ser “aspirados”, con lo cual ya tenemos seis variantes de clicks.
Pero para tornar las cosas aún más complejas, los tres clicks, aspirados o no aspirados, pueden combinarse con cuatro tipos de consonantes o combinaciones de consonantes: voceadas, nasalizadas, nasalizadas voceadas y nasalizadas no voceadas. De todas estas combinaciones surgen veinticuatro sonidos únicos. Y cada palabra, finalmente, pueden tener uno o varios de estos sonidos.
Por ello, pese a que uno pueda no entender qué se está diciendo, es un verdadero placer escuchar a los xhosas hablar en su lengua. Cuando la conversación deviene vivaz, uno hasta podría bailar al son de los mágicos sonidos.
Como si esto fuera poco, la lengua isiXhosa ofrece muchas otras notas de color, entre las que me permito destacar las siguientes:

a) En isiXhosa madre es “no” y padre “so”. Los nombres de muchas ocupaciones se traducen como “madre de” o “padre de”. Así, por ejemplo: unoposi (lit. madre de las cartas) es el cartero; unoteksi (lit. madre del taxi) es el taxista; unontlalo-ntle (lit. madre del trabajo por el mejoramiento de las condiciones de vida) es el trabajador social y unongendi (lit. madre de no casarse) es una monja. Del mismo modo, usompempe (lit. padre del silbato) es el árbitro y usomandla (lit. padre del poder) es Dios. Si bien no responde a esta estructura, resulta curioso saber que abogado es igkwetha (lit. el que da vuelta todas las cosas).

b) Existen expresiones idiomáticas para referise a distintos momentos del día que son muy interesantes. Así, por ejemplo, xa kumpondo zankomo (lit. cuando los cuernos del ganado están visibles) es bien temprano en la mañana y xa libantu bahle (lit. cuando los rayos del sol barnizan a la gente con oro) es el atardecer.

c) Si una persona necesita ayuda, dirá ndicela izandla (lit. “pido manos”) y ayudarse unos a otros es isandla sihlamba esinye (lit. una mano lava la otra).


Las etapas de la vida

Como muchos otros pueblos, los xhosas dividen su vida en varias etapas bien diferenciadas, el nacimiento de las cuales es sellado con un rito específico.

a) El nacimiento. Todo comienza, claro está, con el nacimiento. Este, aún hoy, sigue teniendo lugar en gran medida dentro de las casas y es atendido por las parteras especializadas de la comunidad. Sólo pueden estar presentes la parturienta, la partera y sus familiares y amigas mujeres.

b) Entierro de la placenta y del cordón umbilical. Inmediatamente después del parto, tiene lugar el entierro de la placenta y del cordón umbilical, usualmente dentro del terreno perteneciente al jefe de familia. En isiXhosa hay un saludo tradicional que pregunta Inkaba yakho iphi? (lit. ¿dónde está tu ombligo?). La respuesta permite conocer dónde uno vive, cuál es su clan y cuál su estatus social, de ahí la importancia del rito, que determina quién es cada cual.

c) Reclusión de la mujer en el hogar. Tras el parto, la mujer permanece recluida en su hogar durante diez días junto al recién nacido. Ningún hombre, incluido el marido, puede entrar a la casa.

d) Presentación del bebé en sociedad. Transcurrido este tiempo, el bebé es presentado en sociedad. La comunidad, encabezada por el padre, se reúne afuera de la casa, expectante, para darle la bienvenida. La mujer sale con el bebé en brazos, lo alza y presenta, entre aplausos, cantos, chillidos y bailes. Suele seguir un festejo con comida y bebida.

e) Asignación de nombre. Aquí tiene lugar, también, la ceremonia de asignación del nombre. El nombre, para los xhosas, es de vital importancia, y suele reflejar las esperanzas, aspiraciones, emociones, cualidades especiales, eventos históricos e incluso circunstancias familiares al momento del nacimiento. Así, por ejemplo, si un niño varón es nombrado Kwanele (lit. suficiente) significa que la familia no desea tener más hijos después de él. Si una niña es nombrada Zenzile (lit. te has hecho esto a ti misma) es probable que haya nacido después de un parto muy largo y doloroso. Del mismo modo, si es nombrada Nomakhwezi (estrellas) probablemente nació en una noche muy estrellada, o si es Nomvula (lluvia) en un día de inusual tormenta.

Uno de los xhosas más célebres es, sin duda alguna, Nelson Mandela (aunque cabría mencionar también al actual Presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, y a freedom fighters de la talla de Robert Sobukwe y Steve Biko). Pues bien, el nombre xhosa de Nelson Mandela es Rholihlahla (lit. arrancar una rama de un árbol) que significa “provocar una disputa”, aunque coloquialmente se entiende como “problemático”. El propio Mandela, en su autobiografía Un Largo Camino hacia la libertad, señala que de algún modo su padre, al asignarle ese nombre, vaticinó los muchos problemas que su hijo habría de ocasionar. También menciona que su nombre Nelson, de origen inglés, le fue asignado por su maestra de la escuela primaria (en aquélla época no se admitía utilizar los nombres xhosas en las escuelas), probablemente dada su admiración por el célebre almirante británico.
Los xhosas, además, llevan su nombre de clan, llamado isiduko. El clan es una estructura social dentro de una tribu que nuclea a las personas que pueden trazar sus orígenes a un ancestro hombre en común. El nombre de este ancestro será el nombre del clan.
Cuando dos xhosas se encuentren por primera vez, es costumbre que se pregunten por sus nombres de clan diciendo Khawuzibonge o Khawuzithuthe.
Para expresar admiración por alguien públicamente suele utilizarse también el nombre del clan, seguido del nombre del sub-clan. Esto explica por qué en muchos eventos Nelson Mandela ha sido anunciado, cariñosamente, como Madiba (este es su nombre de clan).
El nombre de clan también marca los impedimentos matrimoniales. Entre los xhosas, un hombre y una mujer con el mismo nombre de clan no podrán contraer matrimonio porque se entiende que están relacionados.

f) Ritual de pasaje de niño a hombre. Los xhosas consideran que un varón, al arribar a la edad de entre 16 y 18 años, está en condiciones de convertirse en hombre. Los ritos que se desarrollan en miras a sellar tal pasaje reciben el nombre de ukwalusa.
Todos los años, cuando llega el invierno, conocido como ubusika (lit. la estación de corte), todos los jóvenes en edad de convertirse en hombres son reunidos en la comunidad. En esta etapa se los llama abakhwetha. Los abakhwetha luego se retiran a las montañas o bosques por un período que oscila entre las tres semanas y varios meses. Allí son acompañados por ancianos de la comunidad, conocidos como amankhata,   quienes les transmiten las tradiciones de la cultura xhosa. En especial, en este período se les enseña qué significa ser hombre, cuáles son los deberes y derechos de hombres y mujeres (muy estereotipados, por cierto) e, incluso, los “trucos” a los que un hombre debe recurrir para satisfacer sexualmente a su mujer y, naturalmente, tener hijos. Tienen lugar una serie de ritos (cantos, baños, bailes, ejercicios físicos) que, se supone, deben permanecer secretos, el más importante de los cuales es la circuncisión. La noche anterior los jóvenes permanecen desnudos y sus cuerpos son espolvoreados con yeso blanco (según me dijeron, esto hace que los malos espíritus que puedan descender esa noche no los adviertan). Por la mañana, los muchachos aguardan en ronda su turno, entre cantos y música de bombos. Llega el ingcibi (lit. especialista) que ha de efectuar los cortes, uno tras otros, con una increíble precisión. Cuando le llega el momento a uno, en el instante preciso del corte, debe exclamar: Ahora sí soy un hombre! Y no llorar. Porque una de las cosas que aprendieron es que los hombres xhosas no lloran (de esta manera el ritual contribuye a inculcar un sentido al dolor y prescribe un modo de sobrellevarlo). Si un niño sale corriendo, llora o no dice la frase con hombría, puede esperar ser rechazado por sus compañeros de iniciación. Todas las personas con las que conversé me confesaron que la experiencia es tremendamente dolorosa pero que, a pesar de ello, nunca se han sentido más exultantes. Por el cuchillo se convierten en hombres, amakrwala. A partir de ese momento pueden tener relaciones sexuales (muchos me dijeron que si una muchacha advierte que el joven no está circuncidado, puede llegar a rechazar la relación sexual), contraer matrimonio, participar de la discusión de los asuntos públicos de la comunidad y, en los festines públicos, comer las mejores piezas de los animales sacrificados (llamadas incum, en general el pechito de la vaca o buey). Antiguamente, los ingcibi utilizaban siempre la misma cuchilla. Pero, como consecuencia del SIDA, hoy en general cada uno de los iniciados tiene su propia hoja, que luego se quema. Sobre la herida se coloca una combinación de plantas y raíces con propiedades absorbentes, cicatrizantes y antisépticas (en especial una planta llamada incwadi).  Terminado el ritual, los jóvenes se pintan la cara de color ocre (este color simboliza la felicidad y la fe y es el favorito de los ancestros, tal es así que los amaXhosa eran conocidos también como “gente ocre”) y regresan a sus comunidades. Esto tiene por objeto dar a publicidad su nuevo estado. De este modo, una muchacha puede conocer que ese joven ya está en condiciones de casarse. Al regresar a la comunidad, son recibidos con mucha alegría por sus padres, parientes y amigos. Las viejas ropas se queman (simbolizando la destrucción de todo cuanto uno tenía de niño) y se le dan como regalo ropas nuevas, de hombre. También las familias suelen regalarle vacas o tierras (aunque ahora es también corriente el dinero en efectivo) de modo tal de que pueda iniciarse económicamente. Se producen festejos donde se sacrifican animales para la ocasión (umsebenzi) y se elabora (y bebe en grandes cantidades) una bebida tradicional llamada umqombothi, a base de maíz y sorgo fermentados. En Khayelitsha conocí a un muchacho que acababa de volver de las montañas y aún tenía la cara pintada de ocre. Caminaba con ropas nuevas y mucha dignidad e hidalguía. Hoy es el día más feliz de mi vida, me confesó. El propio Nelson Mandela contó con detalles su rito de iniciación en su autobiografía.

g) Ritual de pasaje de niña a mujer: Cuando se advierten los signos de la llegada de la primera menstruación, la niña es recluida en una choza distinta de aquélla en la que vive habitualmente, pero que se encuentra en general dentro del mismo terreno. Allí va a permanecer entre 15 días y 2 meses, asistida por una anciana (también conocida como amankhata) que ha de transmitirle qué se espera de ella como mujer, y cuáles serán sus obligaciones. A partir de ese momento, asume condición nupcial.

h) Matrimonio: Aún hoy, muchos matrimonios entre los xhosas suelen ser concertados por las familias, requiriendo o no el consentimiento de los interesados, aunque esto es menos frecuente en las áreas urbanas. En todos los casos, no obstante, se considera que el matrimonio es una alianza de familias, no sólo de los propios contrayentes. Algunos consultan los oráculos para ver si la nueva pareja gozará de buena fortuna. Si se avanza en esa dirección, comienzan las extensas negociaciones por la dote (lobola). Aquí, los jefes varones de ambas familias se reúnen para acordar el monto y composición de la dote que la familia del novio ha de pagarle a la familia de la novia, los cuales han de depender de factores como la belleza física de la novia, su estatus social y lo invertido en ella por sus padres (en alimentación, educación). Originalmente se trataba de vacas, pero en los tiempos actuales se recurre también al dinero en efectivo (o incluso a un automóvil o motocicleta). Si bien la cultura no considera a la lobola un “precio que se paga por la compra de una mujer” (muchas mujeres me han contado que se sienten valoradas por la lobola porque sus futuros maridos y sus familias deben hacer esfuerzos grandes por gozar de su compañía), a veces funciona con esa percepción. Tras el matrimonio, la mujer va a vivir junto a la familia del novio y se encuentra, en general, bajo las directivas de su suegra, a la que debe respetar. Si sufriera algún tipo de abuso por parte de su marido o su suegra, puede que quiera volver con su familia de sangre. A veces la familia de sangre, al escuchar los reclamos, tiende a minimizarlos o a restarles importancia, porque un eventual divorcio traería aparejada la devolución de la lobola. Por ello, la muchacha golpeada o abusada suele ser alentada a volver al hogar de su marido, y a respetarlo. Si continúan los abusos puede ocurrir que las familias se reúnan a discutir el asunto e, incluso, llevarlo a conocimiento del jefe de la comunidad para que adopte una decisión al respecto. Todo esto hace que la disolución del vínculo matrimonial sea difícil y poco frecuente, por lo que esto no debe ser considerado, claro está, como un indicio fiel de la felicidad de la pareja.
Cuando estuve en Qunu, se estaban preparando los festejos del matrimonio de uno de los nietos de Nelson Mandela. Allí me contaron que en todo matrimonio tres cosas no pueden faltar: la usalipulile (una pipa que sólo fuma la mujer y se entrega en el momento de la celebración), la itambeka (cinta que luce la mujer en su cabeza que demuestra que es virgen) y la nomlenjle (tela que oculta las caderas de la novia –según los xhosas la parte más sensual de una mujer- para disipar la tentación de los hombres presentes en la celebración).

i) Funeral. A los xhosas, como a todos los seres humanos, les llega la muerte. Y, como todos los seres humanos, sufren la pérdida de sus seres queridos. Es por eso que la lengua isiXhosa cuenta con un sinnúmero de eufemismos para referirse a la muerte de alguien. Así, suele decirse ukudoduka (lit. se ha ido a casa), ukusweleka (lit. se ha convertido en escaso), ukubeka inqawa (lit. ha dejado la pipa), ukusiwa kooyise (lit. ha sido llevado por los ancestros). Si uno quiere expresar empatía ante el fallecimiento de una persona, puede decir akuhlanga lungehlanga (lit. lo que ha pasado no es lo que no pasa). Ante la muerte, suele existir un período de duelo (donde todas las mujeres se reúnen a llorar desconsoladamente) mientras se preparan y distribuyen comidas para los presentes (los funerales suelen demandar gran parte de la economía de las familias) y luego tiene lugar el entierro. Los xhosas creen que, tras perecer, el muerto reside con los ancestros, observa todos los acontecimientos terrenales (y exige respeto) y en ocasiones especiales pulula entre ellos. Los ancestros actúan además como intermediarios ante el Ser Supremo, llamado uThixo o uQamata. Muchos han sido convertidos al cristianismo, con lo que tales creencias conviven, sincréticamente, con las ideas cristianas al respecto.


Economía

Desde su llegada al sur del continente, los xhosas se han dedicado a la agricultura y a la ganadería. Algunos autores han observado una estratificación social entre agricultores y pastores, en la que éstos últimos ocuparían la cúspide de la escala.
De hecho, el ganado (iinkomo) siempre ha sido el centro y orgullo de la vida xhosa, representando riqueza y respeto. Además de ofrecer leche, carne y cuero, tiene un valor muy especial en el sacrificio ritual y en la dote (lobola). No es casual, pues, que uno modo alternativo de decir gracias sea Maz´ enethole (lit. una vaca y su ternero) implicando que una madre hace todo por los suyos.
El ganado como expresión de la riqueza ha ido siendo reemplazado por el dinero, pero su importancia pervive en el lenguaje. Así, el término para designar el capital es inkunzi (lit. toro) y la palabra para designar al interés, fruto del capital, amathole (ternero). Valgan aquí, pues, las analogías con el origen de nuestras palabras capital (del latín cápita, en tiempos en que la riqueza en Roma se medía, también, por la cantidad de cabezas de ganado) y peculio (ingreso, del latín peculium, ganado).
En los tiempos actuales, y especialmente en las zonas urbanas, la actividad económica está diversificada.

Tres personajes para tener en cuenta

En la tradición xhosa, tres personajes tienen mucha importancia. Se trata del inkosi, el imbongi y el sangoma.
El inkosi es el jefe de la comunidad y reúne en sí poderes ejecutivos, legisferantes y de resolución de conflictos entre los miembros de la comunidad (tarea para la cual suele ser asistido por un Consejo de Ancianos integrado por las personas más longevas).
El imbongi es el guardián de los valores y prácticas de la sociedad: es la voz de la nación. Suele vivir muy cerca del jefe y acompañarlo a todos los actos públicos (aún hoy, el imbongi ha estado presente en la liberación de Nelson Mandela, en su asunción como presidente en 1994 y, cada año, en la apertura del Parlamento). Puede alabar o incluso criticar al jefe y comentar los asuntos públicos con impunidad. Ha ido desarrollando un estilo poético que con el tiempo dio nacimiento a la tradición oral de la poesía de alabanza xhosa (llamada izibongo).
El sangoma, por su parte, es el médico tradicional, adivinador y hechicero de la comunidad. Si bien habré de abordar con mayor detenimiento el rol de los sangomas en otra crónica, cabe mencionar aquí que no sólo conoce las propiedades de las plantas medicinales, sino que sirve de medium con los ancestros, quienes pueden revelarse mediante sueños o en un trance. Cuando los ancestros se valen de la boca del sangoma para hablar, la voz es conocida como nomathotholo. Dada la similitud de tales voces con las emanadas de una radio, a ésta última se la conoce, curiosamente, como unomathotholo.

Costumbres culinarias

La dieta de los xhosas está basada en el isidudu (polenta de maíz blanco), a la que mezclan con carne (de vaca, cabra, cordero u oveja, constituyendo la cabeza de ésta última un delicatessen muy apetecido). Entre las verduras, se destacan la calabaza hervida (ithanga) y los porotos secos (umnqusho).
La leche se deja fermentar al aire libre y se convierte en amasi, altamente preciada entre los xhosas. Preparan también distintas bebidas alcohólicas a través de la fermentación del maíz y el sorgo (umqombothi y ublayi son las preferidas).

La hospitalidad

Por último, no puedo evitar referirme a la hospitalidad de los xhosas, de la que tanto se enorgullecen.
La hospitalidad está regida por el ubuntu (lit. humanidad, decencia) que engloba todos los atributos del cuidado del prójimo. Hay un proverbio isiXhosa al efecto que dice Umntu ngumntu ngabantu (lit. uno es uno a través de los otros).
El ubuntu manda el saludo obligado entre quienes se conocen y quienes no se conocen, el respeto por los mayores, los códigos lingüísticos que, en honor al respeto, cabe emplear en cada caso, y la cultura del invitar y aceptar. Esto queda reflejado en la expresión Awumgeni emzini ungatyi (no se entra a una casa y no se come).


En el continente en el que hizo su primera aparición el bípedo implume, existen más de mil grupos étnicos distintos, cada uno de los cuales ha ido forjando y moldeando, a lo largo de milenios o centurias, su propio lenguaje, costumbres, instituciones y creencias.
Muy poco se conoce de ellos de este lado del charco, y pervive una tendencia a colocar a todos los africanos en una misma bolsa, rotulada de salvajismo e incivilización que, como siempre, oculta, abriga y legitima intereses oscuros, de dominación del hombre por el hombre.
Aquí he querido dejar plasmada mi admiración por tan sólo uno de esos mil pueblos, los xhosas. Conocer la riqueza y complejidad de su cultura ayuda a comprender.


Y la comprensión obliga al respeto.