martes, 18 de junio de 2013

Oda a la Toyota (2007)


El medio de transporte público más habitual en los países de Africa Subsahariana que he visitado es la camioneta Toyota Hiace, con capacidad para tres personas en la parte delantera y catorce en la trasera, aunque siempre hay espacio para alguien más.
Todo aquél que se haya aventurado en tierras africanas la conoce y, casi sin excepción, la recuerda con cariño. 
En su honor he escrito los versos de esta oda.


En cualquier ruta o calle africana, pavimentada o de tierra, ella es la indiscutida reina.
Es la sangre del sistema circulatorio africano, de ese que a pocos lados llega y a muchas aldeas aísla y abandona.
A toda velocidad se aventura donde ni los más intrépidos se animan.
Tiene que llegar, y llegar rápido, para hacer una módica diferencia. En la vida de sus dueños, de quienes la alquilan o conducen y de quienes tienen la suerte, o la desgracia, de volar en ella.
Goza de la compañía de su conductor, quien siempre encuentra para ella un espacio donde no lo había, o no lo encuentra y la lastima. Y del cobrador que, con medio cuerpo afuera, abre y cierra la puerta, anuncia la partida y vocifera la ruta. Y del motivador, que convence o empuja a los pasajeros hacia arriba. Los tres, en eterna vigilia, mascando alguna planta narcótica para mantenerse con vida.
Lleva gente inquieta, vendedores de cebollas, compradores de ilusiones, niños a sus escuelas, trabajadores a sus minas, gallinas, pescado fresco y sonrisas.
Trae gente inquieta, compradores de cebollas, vendedores de ilusiones, esperanza a los hogares y silicosis, plumas, el recuerdo de la centolla y sonrisas.
Da descanso a las mujeres y sus largas caminatas. Engaña con atajos a sus aguas y sus ramas.
Blanca en un continente negro, refleja los humores del sol que siempre la acompañan, y su paso deja estelas de tierra roja.
Bordea mares de azul profundo, pone e prueba puentes sobre ríos, despeina a las acacias y ya es un predador más de la savana.
Está reñida con las estadísticas: la juzgan peligrosa, la llaman asesina.  Mas sus  inquilinos la aceptan como necesaria, y disfrutan de su música.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos aconseja evitarla. Y son los pobres, a fin de cuentas, quienes se le arriman, y gracias a ella, se desplazan.
Cada tanto pierde un tornillo, o dos, o el motor que la impulsa. Escupe sangre negra y se cobra de la roja. Pero tanto la quieren, tanto la quieren, que nunca la cambian.
La remachan, la atan con alambre, pero nunca la abandonan.
Es tan orgullosa, que no sale hasta que está llena. O, a veces, más que llena.
En su interior florece la música, mezcla de disco de piratería, conversación vivaz y la balada de una cabra escondida.
Confiesa que le gusta que le viertan gasolina. Y que, tras inyectarle el alimento, un moreno la sacuda con energía.
Al cruzar la frontera, con cariño siempre la bautizan: minibus, taxi, mini-taxi, taxi-brousse, matatu, chapa y dala-dala. Cada cual quiere llamarla a su manera. Pero ella es siempre la misma.
Es la que circula, solitaria, por las arterias de Africa.
Es la japonesa que se siente a gusto en estas tierras.
Es la querida, nunca bien ponderada, Toyota.

En tu honor, camioneta, se me han escapado los versos de esta oda.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario