sábado, 15 de junio de 2013

Señales de Vida 3: De Antsirabe a Blantyre


Hermanas y hermanos,

Según los geólogos, África y América, otrora una sola carne en la vieja Gondwana, se separan cada año cuatro centímetros. Con mis señales de vida, aspiro a achicar las distancias, compartiendo con ustedes cómo viven nuestras hermanas y hermanos, humanos, demasiado humanos, del otro lado del charco.
La ultima de mis crónicas, si la memoria no me falla, culmina en mi regreso a Madagascar. Tras pasar por Antsirabe, arribé a Fianaratsoa, la segunda ciudad más grande de la isla. Caminando por la rova, en la haute-ville, me topé con una niña encantadora, Olga, quien me invitó a conocer su casa, una pequeña choza de un solo cuarto, dividida al medio por un tul blanco. Del otro lado del tul, niños un poco mas grandes que ella –tan solo un poco- me saludaron con naturalidad, como acostumbrados a la escena, quizás con el único matiz de que esta vez el visitante, era un azara, un blanco. A poco comprendí que Olguita era una trabajadora sexual que me confundió con un potencial cliente. Le expliqué que no estaba allí para eso, y le ofrecí un oído. De a poco, me fue contando cómo, tras la muerte de sus padres, no le quedó otro remedio que entregar su único capital, su frágil cuerpo, para alimentar a sus hermanos.  Como ella, muchas. Sudor, aliento, venéreas, SIDA y muerte, otros hijos, nunca reconocidos, de la indigencia!

Amanecer en Fianar

Mujer con su hijo en el tren a Manakara

Niña en las vías del tren a Manakara



Tren a Manakara, arteria vivificante

Dos generaciones de mujeres en el camino de hierro

Los pies de un peregrino malgayo

Atardecer en Manakara

Tren Fianar-Manakara

Niños trabajadores rurales en las afuera de Fianar

La pesada carga de ser mujer en Fianar

Niña lavandera en las afueras de Fianar

Niños en las afueras de Fianar

Los pies de un "chofer" de push-push en Fianar

Taxi-brousee camino a Fianar

Pueblerino en la ruta a Fianar

El padre del anterior, con su hacha a cuestas

Mercado de Finar, centro de la vida social de las mujeres

Mercado de frescos en Fianar

Niños en las calles de Fianar


Luego atravesé el desierto a través de lo que el gobierno dice ser una ruta nacional, pero que no es más que un conglomerado de pozos, salpicados, cada tanto, por las interesantísimas tumbas construidas por los pueblos Mahafaly y Antondroy. Llegué a Fort Dauphin, tierra que habría de propinarme uno de los cachetazos más duros de mi vida. Allí un médico, Heron, me contó cómo lucha, hace dieciocho años, por convencer a los bara, un legendario pueblo de pastores de la zona, de que sus propios hijos, carne de su carne, son más importantes que sus cebúes. Mientras tanto, los niños mueren, literalmente, de inanición. Pero hasta ahí, en cierto modo, la teoría. Porque Heron me invitó a conocer la realidad de cerca, sin anestesia, en el Centro de Rehabilitación de Nutrición (CRENI). La ONG para la que trabaja, ASOS, recorre las comunidades en busca de niños desnutridos y, cuando los encuentra –muy frecuentemente- los lleva al Centro, junto a sus madres o abuelas, donde reciben un tratamiento nutricional intensivo. Luego regresan a sus casas, si es que no perecen en el camino. Cuando llegué al CRENI, me encontré con 3 niños severamente desnutridos, uno de los cuales padecía el mal de Kwashorkor. Esta es, sin duda, una palabra horrible. Pero más horrible es, aún, la enfermedad que la palabra denota: un niño consumido, sus miembros y ojos hinchados, su cara envejecida, su piel descascarándose como una cebolla, sus labios azules, sus costillas expuestas, su cabello primero grisáceo, luego rojizo, luego ausente. La cara del hambre y la peor, sin duda, cara de la muerte.
¿Hasta cuándo, me pregunto y les pregunto? ¿Hasta cuándo, hermanos y hermanas? ¿Cuándo vamos a tomarnos en serio, como generación, el desafío de acabar con el hambre de los niños? ¿Cuándo vamos a recluir al Kwashorkor, como diría Muhammed Yunus, al ámbito de un morboso museo? Una cosa es leer sobre el hambre, una cosa son las cifras, las estadísticas, gélidas, pero otra, muy distinta, es ver, tocar, sentir a este pequeño que se debate entre la vida y la muerte. Este ha sido un anzuelo que se ha clavado en el tuétano de mis huesos, y ha de acompañarme hasta la tumba.
Niños en la ruta a Fort Dauphin

Tumba de un varón Mahafaly
(cuando muere se sacrifican todas sus vacas y se lo
entierra junto a sus cuernos, lo que da cuenta de su
clase social)

Tumba de un varón menos afortunado -en vida- que el anterior

Pescador en la costa de Fort Dauphin

Niños vendedores ambulantes de ostras

En Fort Dauphin la municipalidad instaló una pantalla
gigante para ver el Mundial.
No hay pan pero que no falte el fútbol.


Desde Fort Dauphin, me subí al único medio de transporte disponible hacia Tulear: un camión que alberga, comprimidas, setenta almas y otras tantas gallinas, en una ruta que demanda tres días. Pero el espíritu que allí reina, increíblemente, es de fiesta. Guitarreo, cantos y, por qué no, un argentino cada tanto regala, entre aplausos, un Mi Buenos Aires Querido. Todos los que en Argentina me escucharon cantar dicen que soy un perro, pero aquí, créanme, la gente sabe apreciar el buen canto.
En Tulear visité también el CRENI de la zona, otra clínica de rehabilitación de nutrición, a cargo de unas monjas francesas, y el Programa Mundial de Alimentos.
Cuando estaba esperando el taxi-brousse para volver a Antanarivo, la capital, mirando desde la estación la gente pasar, descalza en su mayoría, caminando entre polvo y escupitajos, con ropas harapientas, me largué a llorar, desconsoladamente.
A poco, la fiebre. Fiebre de 38.5 que me acompañó durante cinco días, hasta que, de regreso en Johannesburgo, me internaron en una clínica, durante tres días. Pensé que era malaria, pero no. Pensé que era tuberculosis, pero no. Me estudiaron por completo, pero nada. Un virus o bacteria, dijeron al fin, pero creo que somaticé la tristeza. Me recompuse y me dieron de alta.
Aún un poco débil, me uní a unos argentinos en Pretoria para ver, juntos, cómo nuestro equipo fue eliminado de la Copa, frente a Alemania. Y, como si esto fuera poco, al volver a Johannesburgo, mientras caminaba por el Central Business District, cuatro hombres me atacaron por la espalda, me redujeron al suelo y me robaron mi billetera. Dije en Argentina que cuando me robaran 117 veces acabaría con el viaje. Por ahora van sólo dos. Vamos bien, pues! Además, de algún modo, como diría el Che Guevara, contribuí, sin quererlo quizás, a la distribución de la riqueza.

El camión que me llevó a Tulear

Niños en la ruta a Tulear

El juego, única esperanza de los pobres en Tulear

Un pastor bara

Niños en la ruta a Tulear

Llegada de un pastor bara con su rebaño al pueblo

Niños en la ruta a Tulear

Carga del camión

Hombre con vestimenta tradicional

Niña yendo a celebrar su primera comunión

Aux revoir, Madagascar!

Desde Joburg, partimos junto a una periodista holandesa, Tisha Etgerink, hacia Gaborone, la capital de Botswana. Botswana es presentada como la “historia exitosa de África”, un país que sabe conjugar una racional explotación de sus recursos naturales con una eficiente, y recta, administración. Pero. Basta escarbar un poquito para darse cuenta que no todo lo que brilla es oro. O, en este caso, mejor dicho, diamantes. Estas piedras son, en efecto, el motor de la economía del país y, al mismo tiempo, fuente de sus conflictos. El tema que más me interesaba es, por cierto, el conflicto que los bushmen, San o Basarwa, los primeros habitantes de estas tierras, tienen con el gobierno. Resulta que los San habitaban desde tiempos inmemoriales en la Reserva Central de Kalahari, hasta que el gobierno decidió expulsarlos de allí y transferirlos a los “resettlement camps”. Y muchos sospechan, por cierto, que lo que está en juego no es sólo modelos de desarrollo opuestos, sino una floreciente industria de diamantes allí oculta. Pedimos autorización al Ministerio de Parques Nacionales y nos pusieron tantas trabas que, al final, desistimos. Pero no pudieron evitarnos que fuésemos a pasar unos días a uno de los campos, New Xade. Allí vivimos junto a uno de los líderes de la comunidad indígena, Roy Sesana, y visitamos a las familias. También entrevistamos a un joven que fue baleado por la policía cuando intentaba regresar a la reserva. Y, como era de esperar, el hostigamiento policial habría de llegar. Primero la Policía Criminal pasó preguntando por nosotros. Luego, el headman de la comunidad –títere del gobierno- muy sutilmente me interrogó en un bar, con mucho detalle. Hicimos un último acto de presencia en uno de los juicios que el gobierno está instaurando contra los San, y partimos hacia Namibia.

Tisha Etgerink y el staff de un proyecto que visitamos en Gaborone

Con niños bosquimanos en New Xade
(la enfermedad me hizo perder los flotadores)

Roy Sesana y sus hijos en el campamento de New Xade

A bañarse se ha dicho!

I love Central Kalahari Game Reserve (CKGR)

Una clase a la sombra de un árbol

Mi "nana" bosquimana

Una niña bebiendo leche en la despensa de New Xade

Con mi "nana" bosquimana

Los trabajadores de la despensa

Y algunos de sus clientes

New Xade, campamento en el que vivimos
junto a Roy Sesana y su familia

Por los caminos de New Xade

Los secuaces del Headmen

Botswana Police Shoot Bushmen

Hijos de Roy Sesana

Niña mostrando su hogar en New Xade

"Caída del sol" -nunca mejor empleada la expresión-
en la frontera entre Botswana y Namibia


Namibia fue puro turismo, pero hubo un par de cosas interesantes. Una amiga de Tisha, Danielle Batista, periodista y holandesa también, nos introdujo en el mundo de la Revista Big Issue, que es distribuida por las personas indigentes de Windhoek, la capital (un equivalente de nuestra Hecho en Buenos Aires). Además, nos llevó a conocer un proyecto llamado Penduka, a través del cual mujeres discapacitadas (y, por tanto, víctimas de doble discriminación) realizan artesanías, entre cantos, para sobrevivir. Fuimos a ver un torneo de fútbol organizado para darle a los jóvenes una vida de deporte a cambio de una de violencia y crimen, vale decir, una esperanza. Caminamos, por último, en las calles de los numerosos townships a los que los negros fueron obligados a trasladarse en tiempos del apartheid, simplemente, por tener una mayor concentración de melanina.
No podíamos perdernos el majestuoso desierto de Namib. Fabulosas dunas rojizas me dejaron sin aliento! Y allí, justo el 20 de julio, día del amigo, las caras de todos y cada uno de ustedes desfilaron ante mí, en la serenidad de las dunas! A todos los que se acordaron de mí en esta fecha de invención argentina, y a todos los que además de ello, me lo hicieron saber, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. Odio los clichés, pero los amigos, verdaderos hermanos que la vida nos regala, dan sabor, sal y luz a la vida. A todos ustedes, tarde pero seguro, FELIZ DIA!
Luego del Namib fuimos hacia Luderitz y Kelmanskop y, en esta última ciudad fantasma, pudimos atestiguar cómo se sometió a los negros a las peores condiciones de trabajo en las minas de diamantes, mientras 300 alemanes, verdaderos ciudadanos en tierras que nos les eran propias, vivían de fiesta.

Mujer herero.
Su sombrero semeja los cuernos de una vaca para que
los hombres se vean inclinados a prestarles mayor atención.

Niños jugando al fútbol en el torneo de The Big Issue

Camino al Desierto del Namib

Amanecer en el Namib

Amanecer desde la Duna 45

Febo asoma

En la ladera de la Duna 45

Febo se expande

Dunas del Namib

Más dunas del Namib

Una acacia desafiando la aridez

Otra con mayor suerte que la anterior

Kelmanskop, Ciudad fantasma

Antigua casa de un capataz alemán

Final del camino de hierro

Inodoro de los operarios de las minas
(no podían irse hasta defecar y el capataz
revisaba el contenido en la parte inferior
para detectar diamantes que pudieron haberse tragado)

Después de Namibia, paseamos en mokoro por las aguas del delta del Okavango, en Botswana, y nos dispusimos a marchar hacia Zimbabwe.

Pinturas rupestres en Botswana

La naturaleza esculpe la figura de Africa en la roca
(y los europeos se la reparten en la Conferencia de Berlín)

Choza en Botswana hecha con adobe, latas y botellas

Pancho hijo de un cartonero

Los juncos del Río Okavango

Nuestro mokoro surcando las aguas del Okavango

Predadores y presas del delta del Okavango

Estampida de cebras en el Delta del Okavango
(se enteraron que había un argentino)

Desde Francistown, partimos hacia este país del que tanto se ha escrito. Queríamos ver con nuestros propios ojos cuánto de ello era cierto. Conocimos de cerca la historia de los cross-border traders y de todos los que luchan por sobrevivir en un país flagelado por la hiperinflación y la corrupción de sus gobernantes. Asimismo, a los miles de desplazados por la Operación Murambatsvina. Y sufrimos, en carne propia, las pequeñas indignidades de la llamada Operación Sunrise. En medio de ello, las imponentes Cataratas Victoria, Great Zimbabwe, y la magia y ritmo de Mbare, en Harare.

Danger, teacher! El Movement for Democratic
Change está al acecho!

Tanques militares en un parque de juegos infantil:
la pedagogía del Teacher

Los conquistadores

Zimbabwe Rainbow Nation!

La magnificencia de las Cataratas Victoria

La crisis económica no impide las trenzas

Lo que quedó de Great Zimbabwe

Refrescando todo

Goodbye Zim!

Allí nos separamos, y yo sigo en la ruta hacia el norte. Ahora me encuentro en Blantyre, la capital comercial de Malawi que, como ustedes saben, es uno de los países más pobres del mundo.
Bueno, mis queridos, no los aburro más. Es mi más profundo anhelo que estas líneas contribuyan a despabilar conciencias.
A todos los que me han escrito, GRACIAS de nuevo. Por favor síganlo haciendo. Soy feliz cada vez que me encuentro con sus mensajes. Quiero saber de sus vidas: achiquemos aún más las distancias que, por suerte, son sólo físicas.
A modo de epílogo, quiero expresar que no todo en estas tierras está perdido. La gente aquí es absolutamente maravillosa, siempre pródiga en sonrisas, y mucho tenemos nosotros que aprender de ellos. África es, hoy más que nunca, manantial de espiritualidad y fuente inagotable de alegría y ritmo! Si tan sólo aprendiésemos a abrazar el espíritu del ubuntu!



Me despido, hermanas y hermanos, como si fuese la última vez.


Marcos

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