Hermanas y hermanos,
Según los geólogos, África
y América, otrora una sola carne en la vieja Gondwana, se separan cada año
cuatro centímetros. Con mis señales de vida, aspiro a achicar las distancias, compartiendo
con ustedes cómo viven nuestras hermanas y hermanos, humanos, demasiado humanos, del otro lado del
charco.
La ultima de mis
crónicas, si la memoria no me falla, culmina en mi regreso a Madagascar. Tras pasar
por Antsirabe, arribé a Fianaratsoa, la segunda ciudad más grande de la isla.
Caminando por la rova, en la haute-ville, me topé con una niña
encantadora, Olga, quien me invitó a conocer su casa, una pequeña choza de un
solo cuarto, dividida al medio por un tul blanco. Del otro lado del tul, niños
un poco mas grandes que ella –tan solo un poco- me saludaron con naturalidad,
como acostumbrados a la escena, quizás con el único matiz de que esta vez el
visitante, era un azara, un blanco. A poco comprendí que Olguita era una
trabajadora sexual que me confundió con un potencial cliente. Le expliqué que
no estaba allí para eso, y le ofrecí un oído. De a poco, me fue contando cómo,
tras la muerte de sus padres, no le quedó otro remedio que entregar su único
capital, su frágil cuerpo, para alimentar a sus hermanos. Como ella, muchas. Sudor, aliento, venéreas,
SIDA y muerte, otros hijos, nunca reconocidos, de la indigencia!
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Amanecer en Fianar |
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Mujer con su hijo en el tren a Manakara |
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Niña en las vías del tren a Manakara |
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Tren a Manakara, arteria vivificante |
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Dos generaciones de mujeres en el camino de hierro |
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Los pies de un peregrino malgayo |
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Atardecer en Manakara |
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Tren Fianar-Manakara |
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Niños trabajadores rurales en las afuera de Fianar |
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La pesada carga de ser mujer en Fianar |
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Niña lavandera en las afueras de Fianar |
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Niños en las afueras de Fianar |
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Los pies de un "chofer" de push-push en Fianar |
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Taxi-brousee camino a Fianar |
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Pueblerino en la ruta a Fianar |
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El padre del anterior, con su hacha a cuestas |
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Mercado de Finar, centro de la vida social de las mujeres |
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Mercado de frescos en Fianar |
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Niños en las calles de Fianar |
Luego atravesé el
desierto a través de lo que el gobierno dice ser una ruta nacional, pero que no
es más que un conglomerado de pozos, salpicados, cada tanto, por las
interesantísimas tumbas construidas por los pueblos Mahafaly y Antondroy.
Llegué a Fort Dauphin, tierra que habría de propinarme uno de los cachetazos más
duros de mi vida. Allí un médico, Heron, me contó cómo lucha, hace dieciocho
años, por convencer a los bara, un legendario pueblo de pastores de la zona, de
que sus propios hijos, carne de su carne, son más importantes que sus cebúes.
Mientras tanto, los niños mueren, literalmente, de inanición. Pero hasta ahí,
en cierto modo, la teoría. Porque Heron me invitó a conocer la realidad de
cerca, sin anestesia, en el Centro de Rehabilitación de Nutrición (CRENI). La
ONG para la que trabaja, ASOS, recorre las comunidades en busca de niños
desnutridos y, cuando los encuentra –muy frecuentemente- los lleva al Centro,
junto a sus madres o abuelas, donde reciben un tratamiento nutricional
intensivo. Luego regresan a sus casas, si es que no perecen en el camino.
Cuando llegué al CRENI, me encontré con 3 niños severamente desnutridos, uno de
los cuales padecía el mal de Kwashorkor. Esta es, sin duda, una palabra
horrible. Pero más horrible es, aún, la enfermedad que la palabra denota: un
niño consumido, sus miembros y ojos hinchados, su cara envejecida, su piel
descascarándose como una cebolla, sus labios azules, sus costillas expuestas,
su cabello primero grisáceo, luego rojizo, luego ausente. La cara del hambre y
la peor, sin duda, cara de la muerte.
¿Hasta cuándo, me pregunto y les pregunto? ¿Hasta cuándo, hermanos y hermanas? ¿Cuándo vamos a tomarnos en serio, como
generación, el desafío de acabar con el hambre de los niños? ¿Cuándo vamos a
recluir al Kwashorkor, como diría Muhammed Yunus, al ámbito de un morboso
museo? Una cosa es leer sobre el hambre, una cosa son las cifras, las
estadísticas, gélidas, pero otra, muy distinta, es ver, tocar, sentir a este
pequeño que se debate entre la vida y la muerte. Este ha sido un anzuelo que se
ha clavado en el tuétano de mis huesos, y ha de acompañarme hasta la tumba.
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Niños en la ruta a Fort Dauphin |
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Tumba de un varón Mahafaly (cuando muere se sacrifican todas sus vacas y se lo entierra junto a sus cuernos, lo que da cuenta de su clase social) |
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Tumba de un varón menos afortunado -en vida- que el anterior |
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Pescador en la costa de Fort Dauphin |
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Niños vendedores ambulantes de ostras |
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En Fort Dauphin la municipalidad instaló una pantalla gigante para ver el Mundial. No hay pan pero que no falte el fútbol. |
Desde Fort Dauphin, me
subí al único medio de transporte disponible hacia Tulear: un camión que
alberga, comprimidas, setenta almas y otras tantas gallinas, en una ruta que
demanda tres días. Pero el espíritu que allí reina, increíblemente, es de
fiesta. Guitarreo, cantos y, por qué no, un argentino cada tanto regala, entre
aplausos, un Mi Buenos Aires Querido.
Todos los que en Argentina me escucharon cantar dicen que soy un perro, pero
aquí, créanme, la gente sabe apreciar el buen canto.
En Tulear visité también
el CRENI de la zona, otra clínica de rehabilitación de nutrición, a cargo de
unas monjas francesas, y el Programa Mundial de Alimentos.
Cuando estaba
esperando el taxi-brousse para volver
a Antanarivo, la capital, mirando desde
la estación la gente pasar, descalza en su mayoría, caminando entre polvo y
escupitajos, con ropas harapientas, me largué a llorar, desconsoladamente.
A poco, la fiebre.
Fiebre de 38.5 que me acompañó durante cinco días, hasta que, de regreso en
Johannesburgo, me internaron en una clínica, durante tres días. Pensé que era
malaria, pero no. Pensé que era tuberculosis, pero no. Me estudiaron por
completo, pero nada. Un virus o bacteria, dijeron al fin, pero creo que
somaticé la tristeza. Me recompuse y me dieron de alta.
Aún un poco débil, me
uní a unos argentinos en Pretoria para ver, juntos, cómo nuestro equipo fue
eliminado de la Copa, frente a Alemania. Y, como si esto fuera poco, al volver
a Johannesburgo, mientras caminaba por el Central Business District, cuatro
hombres me atacaron por la espalda, me redujeron al suelo y me robaron mi
billetera. Dije en Argentina que cuando me robaran 117 veces acabaría con el
viaje. Por ahora van sólo dos. Vamos bien, pues! Además, de algún modo, como
diría el Che Guevara, contribuí, sin quererlo quizás, a la distribución de la
riqueza.
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El camión que me llevó a Tulear |
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Niños en la ruta a Tulear |
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El juego, única esperanza de los pobres en Tulear |
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Un pastor bara |
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Niños en la ruta a Tulear |
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Llegada de un pastor bara con su rebaño al pueblo |
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Niños en la ruta a Tulear |
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Carga del camión |
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Hombre con vestimenta tradicional |
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Niña yendo a celebrar su primera comunión |
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Aux revoir, Madagascar! |
Desde Joburg, partimos
junto a una periodista holandesa, Tisha Etgerink, hacia Gaborone, la capital de
Botswana. Botswana es presentada como la “historia exitosa de África”, un país
que sabe conjugar una racional explotación de sus recursos naturales con una
eficiente, y recta, administración. Pero. Basta escarbar un poquito para darse
cuenta que no todo lo que brilla es oro. O, en este caso, mejor dicho,
diamantes. Estas piedras son, en efecto, el motor de la economía del país y, al
mismo tiempo, fuente de sus conflictos. El tema que más me interesaba es, por
cierto, el conflicto que los bushmen, San o Basarwa, los primeros habitantes de
estas tierras, tienen con el gobierno. Resulta que los San habitaban desde
tiempos inmemoriales en la Reserva Central de Kalahari, hasta que el gobierno
decidió expulsarlos de allí y transferirlos a los “resettlement camps”. Y
muchos sospechan, por cierto, que lo que está en juego no es sólo modelos de
desarrollo opuestos, sino una floreciente industria de diamantes allí oculta.
Pedimos autorización al Ministerio de Parques Nacionales y nos pusieron tantas
trabas que, al final, desistimos. Pero no pudieron evitarnos que fuésemos a
pasar unos días a uno de los campos, New Xade. Allí vivimos junto a uno de los
líderes de la comunidad indígena, Roy Sesana, y visitamos a las familias. También entrevistamos a un joven que fue baleado por la policía cuando intentaba
regresar a la reserva. Y, como era de esperar, el hostigamiento policial habría
de llegar. Primero la Policía Criminal pasó preguntando por nosotros. Luego, el
headman de la comunidad –títere del gobierno- muy sutilmente me interrogó en un
bar, con mucho detalle. Hicimos un último acto de presencia en uno de los
juicios que el gobierno está instaurando contra los San, y partimos hacia
Namibia.
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Tisha Etgerink y el staff de un proyecto que visitamos en Gaborone |
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Con niños bosquimanos en New Xade (la enfermedad me hizo perder los flotadores) |
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Roy Sesana y sus hijos en el campamento de New Xade |
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A bañarse se ha dicho! |
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I love Central Kalahari Game Reserve (CKGR) |
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Una clase a la sombra de un árbol |
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Mi "nana" bosquimana |
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Una niña bebiendo leche en la despensa de New Xade |
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Con mi "nana" bosquimana |
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Los trabajadores de la despensa |
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Y algunos de sus clientes |
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New Xade, campamento en el que vivimos junto a Roy Sesana y su familia |
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Por los caminos de New Xade |
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Los secuaces del Headmen |
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Botswana Police Shoot Bushmen |
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Hijos de Roy Sesana |
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Niña mostrando su hogar en New Xade |
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"Caída del sol" -nunca mejor empleada la expresión- en la frontera entre Botswana y Namibia |
Namibia fue puro
turismo, pero hubo un par de cosas interesantes. Una amiga de Tisha, Danielle
Batista, periodista y holandesa también, nos introdujo en el mundo de la
Revista Big Issue, que es distribuida por las personas indigentes de Windhoek,
la capital (un equivalente de nuestra Hecho en Buenos Aires). Además, nos llevó
a conocer un proyecto llamado Penduka, a través del cual mujeres discapacitadas
(y, por tanto, víctimas de doble discriminación) realizan artesanías, entre
cantos, para sobrevivir. Fuimos a ver un torneo de fútbol organizado para darle
a los jóvenes una vida de deporte a cambio de una de violencia y crimen, vale
decir, una esperanza. Caminamos, por último, en las calles de los numerosos
townships a los que los negros fueron obligados a trasladarse en tiempos del
apartheid, simplemente, por tener una mayor concentración de melanina.
No podíamos perdernos
el majestuoso desierto de Namib. Fabulosas dunas rojizas me dejaron sin
aliento! Y allí, justo el 20 de julio, día del amigo, las caras de todos y cada
uno de ustedes desfilaron ante mí, en la serenidad de las dunas! A todos los
que se acordaron de mí en esta fecha de invención argentina, y a todos los que
además de ello, me lo hicieron saber, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. Odio los clichés,
pero los amigos, verdaderos hermanos que la vida nos regala, dan sabor, sal y
luz a la vida. A todos ustedes, tarde pero seguro, FELIZ DIA!
Luego del Namib fuimos
hacia Luderitz y Kelmanskop y, en esta última ciudad fantasma, pudimos
atestiguar cómo se sometió a los negros a las peores condiciones de trabajo en
las minas de diamantes, mientras 300 alemanes, verdaderos ciudadanos en tierras
que nos les eran propias, vivían de fiesta.
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Mujer herero. Su sombrero semeja los cuernos de una vaca para que los hombres se vean inclinados a prestarles mayor atención. |
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Niños jugando al fútbol en el torneo de The Big Issue |
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Camino al Desierto del Namib |
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Amanecer en el Namib |
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Amanecer desde la Duna 45 |
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Febo asoma |
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En la ladera de la Duna 45 |
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Febo se expande |
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Dunas del Namib |
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Más dunas del Namib |
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Una acacia desafiando la aridez |
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Otra con mayor suerte que la anterior |
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Kelmanskop, Ciudad fantasma |
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Antigua casa de un capataz alemán |
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Final del camino de hierro |
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Inodoro de los operarios de las minas (no podían irse hasta defecar y el capataz revisaba el contenido en la parte inferior para detectar diamantes que pudieron haberse tragado) |
Después de Namibia,
paseamos en mokoro por las aguas del
delta del Okavango, en Botswana, y nos dispusimos a marchar hacia Zimbabwe.
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Pinturas rupestres en Botswana |
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La naturaleza esculpe la figura de Africa en la roca (y los europeos se la reparten en la Conferencia de Berlín) |
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Choza en Botswana hecha con adobe, latas y botellas |
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Pancho hijo de un cartonero |
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Los juncos del Río Okavango |
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Nuestro mokoro surcando las aguas del Okavango |
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Predadores y presas del delta del Okavango |
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Estampida de cebras en el Delta del Okavango (se enteraron que había un argentino) |
Desde Francistown,
partimos hacia este país del que tanto se ha escrito. Queríamos ver con
nuestros propios ojos cuánto de ello era cierto. Conocimos de cerca la historia
de los cross-border traders y de todos los que luchan por sobrevivir en un país
flagelado por la hiperinflación y la corrupción de sus gobernantes. Asimismo, a
los miles de desplazados por la Operación Murambatsvina. Y sufrimos, en carne
propia, las pequeñas indignidades de la llamada Operación Sunrise. En medio de
ello, las imponentes Cataratas Victoria, Great Zimbabwe, y la magia y ritmo de
Mbare, en Harare.
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Danger, teacher! El Movement for Democratic Change está al acecho! |
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Tanques militares en un parque de juegos infantil: la pedagogía del Teacher |
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Los conquistadores |
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Zimbabwe Rainbow Nation! |
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La magnificencia de las Cataratas Victoria |
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La crisis económica no impide las trenzas |
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Lo que quedó de Great Zimbabwe |
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Refrescando todo |
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Goodbye Zim! |
Allí nos separamos, y
yo sigo en la ruta hacia el norte. Ahora me encuentro en Blantyre, la capital
comercial de Malawi que, como ustedes saben, es uno de los países más pobres
del mundo.
Bueno, mis queridos,
no los aburro más. Es mi más profundo anhelo que estas líneas contribuyan a
despabilar conciencias.
A todos los que me han
escrito, GRACIAS de nuevo. Por favor síganlo haciendo. Soy feliz cada vez que
me encuentro con sus mensajes. Quiero saber de sus vidas: achiquemos aún más
las distancias que, por suerte, son sólo físicas.
A modo de epílogo,
quiero expresar que no todo en estas tierras está perdido. La gente aquí es
absolutamente maravillosa, siempre pródiga en sonrisas, y mucho tenemos
nosotros que aprender de ellos. África es, hoy más que nunca, manantial de
espiritualidad y fuente inagotable de alegría y ritmo! Si tan sólo
aprendiésemos a abrazar el espíritu del ubuntu!
Me despido, hermanas y
hermanos, como si fuese la última vez.
Marcos
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