Mi querida gente,
Antes que nada, quiero hacer llegar mi más profundo agradecimiento a
todos los que en este tiempo me han regalado unas líneas: no se imaginan qué
dimensión adquieren, a la distancia, las
palabras de afecto que vienen de la gente que quiero y que me quiere. Gracias
por continuar compartiendo sus vidas conmigo.
Han pasado dos meses desde la última vez que les he escrito y,
ciertamente, mucha agua ha corrido bajo el puente.
Me encantaría poder describir, con detalle, todas y cada una de las
experiencias que he vivido, pero el tiempo, suyo y mío, es bastante tirano: me
limitaré, muy a mi pesar, a contar en qué lugares he estado y qué cosas he
estado haciendo. Quedará para nuestro futuro encuentro –tan anhelado por mí-
ahondar en cada una de las vivencias y, sobre todo, en el universo de
sensaciones e ideas que, a lo largo del camino, me van transformando.
Si mal no recuerdo, las últimas noticias nos transportan a Ilha de
Mozambique. Allí ayudé a las hermanas Franciscanas de La Purísima a dar de
comer a 90 chicos que recorren todos los días varios kilómetros por un poco de
pan; asistí a un partido de fútbol y pasé a la posteridad como el único
¨ukunya¨ -blanco en la lengua local, el mhakua- que bailó en la tribuna el
chirirí; caminé los barrios, donde la gente debe pagarle al gobierno por
recoger agua potable de una bomba común, la electricidad es privilegio de unos
pocos y nadie tiene un baño, por lo que todos acuden a la playa, en sigilo;
recorrí el hospital, donde un médico cubano hace malabares a diario para paliar
los sufrimientos de muchos con los más exiguos recursos; junto a los
productores de un programa de televisión llamado ¨Pela Lei e Ordem¨ visité la
cárcel, donde los allí privados de la libertad –en su mayoría inocentes,
víctimas del flagelo de la prisión preventiva- se hacinan sin agua potable,
electricidad y, siquiera, un techo que los proteja de la lluvia.
Niña transportando agua en Ilha
Escuela en Ilha
Las calles de la primera capital de Mozambique, Ilha
Niña lavandera en Ilha
Niños jugando en las calles de Ilha
Niñas jugando a las cartas en Ilha
El mortero sagrado
Beba durmiendo la siesta
Niña/os del comedor en Ilha
Niña del comedor de Ilha
Junto con un
francés que había formado parte de la tripulación del barco –y tributario del
espíritu revolucionario, como buen francés- visitamos las salinas de Lumbo y
percibimos, de primera mano, cómo se explotan los cuerpos de nuestros
congéneres para maximizar las utilidades de unos pocos: quisimos sembrar la
semilla de un sindicato que los defienda, pero aquí el ejército industrial de
reserva es muy grande –y las necesidades son muchas, urgentes y
apremiantes...como diría Goethe, ¨la ley es poderosa, pero mucho más poderosa
es la necesidad¨.
Entrada a las salinas AGT de Lumbo
Dos trabajadores de las salinas
Con los trabajadores en las salinas
Viajando en camión
Luego de Ilha, nos fuimos con el mismo francés a Nampula, donde a la
mañana siguiente nos tomamos el convoy –tren- hacia Cuamba: es una experiencia
fascinante ver cómo el tren se abre paso entre la selva y de todos lados salen
chicos a su encuentro, locos de alegría, y ofrecen a la venta de todo, desde
sandías hasta cabezas de vaca. En Cuamba nos quedamos una noche y volvimos al
día siguiente a Nampula. Aquí conocí el trabajo que desarrollan en el norte de
Mozambique la Unidade de Desenvolvimento de Educacao Basica, Oxfam, el Programa
Mundial de Alimentos, ACNUR, Cruz Roja, Visión Mundial, Save the Children, el
INAR –Instituto Nacional de Apoio aos Refugiados y las Agencias de Cooperación
al Desarrollo de Dinamarca y de los Países Bajos. Conocí de cerca la vida de
dos refugiados congoleños que viven en Nampula y la de los 7000 refugiados
–congoleños, burundíes y ruandeses- que lo hacen en el Campo de Refugiados de
Maratane, al que se me concedió acceso; acompañé a las Misioneras de la Caridad
a entregar leche chocolatada y sandwiches de pescado a los detenidos en las
cárceles de procesados y condenados –esta ultima, sorprendentemente, está
emplazada en lo que otrora era un instituto de formación técnica, lo que me
hizo recordar las palabras de Víctor Hugo, cuando decía eso de ¨abrir escuelas
para cerrar prisiones¨: aquí se cierran escuelas para abrir prisiones¨; visité
el proyecto que la Universidad de Columbia tiene en el hospital de Nampula para
atender a los enfermos de sida y jugué mucho con los casi cien huérfanos que
viven en el hogar.
Familia en el convoy a Cuamba
Mulher viendo a vida pasar
Mujer con su hijo en el convoy
El Equipo de Cocina del Convoy
Familia en Cuamba
Pareja en Cuamba
Niños en Cuamba
As ruas da Cuamba
Abluciones musulmanas en la Mezquita de Cuamba
Niños no acompañados de República Democrática de
Congo refugiados en Nampula
Dos amigos caminando de la mano por las calles de Nampula
Mi amiga Etsuko Chida, quien por entonces trabajaba para el ACNUR
Trabajadoras del orfanato
Niños del orfanato
Niños del orfanato
Familia tutsi refugiada en el campo de refugiados de Maratane
Niñas tutsis refugiadas en Maratane
Visión panorámica del Campo de Refugiados de Maratane
Con los pequeños "orfaos" en Nampula
El siguiente punto en la ruta es Namapa, donde fui a conocer el proyecto
que desarrollan unos españoles a través de la ONG Médicus Mundi, en conjunto
con FICI y Action Aid International, sumamente interesante; de casualidad,
conocí al único abogado de la ciudad que pasa sus días promoviendo hábeas
corpus para sacar de la cárcel a los que exceden la prisión preventiva –antes
de él no había ningún abogado que hiciera su trabajo- y lo acompañé a la
cárcel, un cuarto de cuatro por cuatro sin luz en absoluto del que emergieron
figuras esqueléticas –la mayoría aún inocentes, vale recalcar una vez más;
visité también el proyecto que allí desarrolla la ONG internacional Care; por
último, el Director del Hospital me invitó a recorrer sus instalaciones y a
contarme cuáles son los problemas que enfrenta a diario.
A los tres días volví para Nampula y tuve la suerte de tener de compañero de ruta –y el placer de conversar largo y tendido- con el Director del Semarario Zambeze, quien me puso al tanto de los vaivenes de la labor periodística en el país.
De allí partí para Quelimane y, una vez más en el viaje, conocí a Rafael, Iván y Silvia, quienes trabajan como voluntarios de una organización llamada HUMANA, aquí conocida como Agencia de Desenvolvemento do Povo para O Povo –o simplemente, ADPP, quienes muy gentilmente me invitaron a conocer los proyectos de la organización. Así, los acompañé durante unos días a una aldea muy lejana llamada Macuse, donde conocí de cerca el rol de los curandeiros en el plano de la salud. De allí nos fuimos para DONDO, donde Iván coordina un programa llamado Total Control de Epidemia –TCE-: conversé con los voluntarios y visité los llamados restaurantes de soja, parte del programa Food for Progress; en Dondo conocí también a dos voluntarias del US Peace Corps. Tras Dondo fui a una aldea aún más pequeña llamada Lamego, donde Silvia y Rafael me mostraron los proyectos llamados Rita –Reduccao do Impacto do Transmisao do AIDS, visitamos juntos un orfanato, la Liga Mocambicana de Derechos Humanos, la cárcel y al ¨régulo¨ de Nyamatanda, lo que me permitió vislumbrar cómo funciona el sistema de administración de justicia tradicional, en las aldeas. Allí coincidió con Pascua y la viví al modo africano: bailes y cantos tradicionales, a la luz de las velas y al son de los tambores, hasta el amanecer: místico.
Iván y el staff de TCE en Dondo
Niñas cantando en Dondo
Rafael y el Proyecto Rita en Lamego
Vendedor de tabaco en el mercado de Lamego
Con los niños de Lamego
Secando o milho al sol en Lamego
Una familia en Lamego
Con "mio filho" en Lamego
Con el staff de Medicus Mundi en Namapa
El centro de Namapa
Niño esperando ser atendido en el hospital de Namapa
Niños de Namapa
Llegando a Macuse con Iván, Rafael y Silvia
Macuse
Festejo del Dia da Mulher Mozambicana en Macuse
(con capolanas novas)
Niña participando del festejo del Dia da Mulher Mozambicana
en honor de Josina Machel
Mujeres luciendo sus capolanas novas
Con mi equipo de futebol en Macuse
O curandeiro de Macuse
Pescadores tradicionales en Macuse
Joven pescador en Macuse
Noche de poesía y baile en Macuse
El "cine" de Macuse con estrenos exclusivos de Chuck Norris
Una de las bombas de agua comunitarias en Macuse
Yendo hacia Lamego
El "cine" de Lamego, con especiales de Steven Seagal
Despúes me fui para Beira –la ciudad más afectada por la guerra civil- y
visité el Centro de Tránsito de Deficientes Físicos, el Servicio de Ortopedia
del hospital Central de Beira, el Instituto Nacional de Deficientes Visuales,
Handicap Internacional, Food for the Hungry International –Fundacao contra o
Fome y, finalmente, el gimnasio del tío Langa, donde todos los deficientes
–físicos, visuales, auditivos- tienen la oportunidad de desarrollar un deporte.
La Directora del Centro de Transito dos Deficientes Fisicos
junto a un paciente mutilado por las minas antipersonales
Un niño con una improvisada guitarra en Beira
El Servicio de Ortopedia del Hospital Central da Beira
El Gimnasio del Tío Langa
Con el staff de Handicap International en Beira
Até logo, Beira!
De allí marché hacia XAI XAI donde visité a dos argentinos que, desde la
fe, procuran alviar la suerte de nuestros hermanos: María Cristina Cordero y el
¨padre Pepe¨.
El último punto de Mozambique fue Maputo, la ciudad capital, donde
conocí a un italiano llamado Alberto que promueve el desarrollo de la ganadería
de los masai, en Kenia, y a quien prometí visitar luego; asistí al Forum Social
2006, montado por organizaciones de base de los barrios de Maputo, donde otro
argentino, Armando, procura crear conciencia a través de sus mágicos títeres;
junto a él, compartimos vino y empanadas con Tito, médico argentino que trabaja
allí hace 27 años y que nos mostró el Hospital Polana Canico; compartí una cena
y un ciclo de cine cubano con Eduardo, un español que trabaja para Médicos del
Mundo, una italiana –que trabaja para la cooperación- y gente de UNICEF; por
último, visité el Orfanato Primero de Maio y la Cidadela das Criancas.
Con los jóvenes en el Foro Social Mozambicano
Armando y sus mágicos títeres
Se cargan baterías de los celulares
Cidadela das Criancas en las afueras de Maputo
Niños aprendiendo soldadura en la Cidadela
Los cantantes da Cidadela con los micrófonos que
ellos mismos hicieron con arcilla
Niños jugando en la Cidadela
Despedida de Mozambique
Tras dejar atrás Mocambique, hice mi incursión en Swazilandia, un
pequeño país que lucha por preservar sus tradiciones y, peor aún, su propia vida,
dado que es el más afectado por el SIDA -42.6 %. Una visita a las entrañas del
país, en consecuencia, no podía obviar abordar este drama. Al cruzar la
frontera, por Lomahasha, me dirigí hacia Shewula, donde una organización
italiana llamada COSPE –Cooperazione Italiana per Gli Paese Emergente, ha
desarrollado un proyecto de desarrollo comunitario que cuenta con una clínica,
una escuela primaria, una escuela informal –para los ancianos que no tuvieron
oportunidad de estudiar antes- un centro de día para huérfanos y el VCT
–Voluntary Counselling and Testing, el centro donde se realizan en forma
gratuita tests de HIV para la comunidad. Después de permanecer con ellos unos
días, fui hacia HLANE, un parque donde habría de avistar a los llamados ¨big
five¨pero debí conformarme con ver sólo a un impala, y a lo lejos. Frustrado
con mi experiencia con otros animales, volví con mis favoritos, los humanos, en
Siteki. Allí conocí a Floyd, Susan y Amaris, quienes trabajan con distintos
proyectos, desde una perspectiva cristiana. Así fue que me invitaron a visitar
Bulembu, un pueblo fantasma emplazado junto a una mina de asbestos en el que
un proyecto ¨El Valle de la Esperanza¨ desarrolla
diferentes actividades. Allí conocí a la radiante Robyn y su Abandoned Babies
for Christ, junto a quien pasé varios días cuidando niños abandonados; a la
Jacarandá House, donde viven 29 chicas de entre 3 y 19 años, todas ellas
víctimas de distintos tipos de abusos, emocional, físico y sexual; conocí el
Warehouse, un galpón donde se nuclean todas las donaciones de las iglesias
cristianas de Estados Unidos, el jardín de infantes, la escuela y el hospital.
Recorrí las aldeas y conocí cómo cientos de miles de personas perdieron la vida
o su salud como consecuencia del trabajo en las minas –y recibieron monedas en
compensación. Bulembu significa para mi uno de los sucesos más movilizadores
del viaje.
Luego de Bulembu fui a la capital, Mbabane, donde conocí de cerca el
trabajo que realiza NERCHA –el organismo gubernamental encargado de trazar la
estrategia de lucha contra el sida, como así también voluntarios de Australia y Estados Unidos.
Previo paso por el Ezulwini Valley fui para Manzini, la capital
comercial, donde me reuní con la gente de Swagaa, una ONG que brinda
asesoramiento y asistencia de todo tipo a las mujeres víctimas de abuso.
De allí marché de nuevo a Siteki, donde visité la organización que
nuclea a los médicos tradicionales de Swazilandia –sangomas-, el mejor hospital
del país y, sobre todo, una escuela en la que dejé parte de mi corazón y donde
descubrí mi nueva vocación: la de peluquero. Sí, efectivamente. La escuela abre
sus puertas a los chicos que no pueden pagar siquiera las escuelas estatales
–que aquí no son gratuitas. El primer día que fui era el primer día después de
las vacaciones, y más o menos ciento cincuenta chicos –de los 300 que son-
necesitaban de un peluquero. Así fue como tomé la máquina y me dediqué durante
unos cuantos días a rapar cabezas – y descubir cueros cabelludos con crostas,
piojos y heridas lacerantes. Después dí también un par de clases.
Tras dejar a mis pelados, fui para Big Bend, donde visité un orfanato.
Finalmente, fui a Siphofaneni, donde me reuní por varias horas y mantuve
interesantísimas discusiones con la Directora Regional del Programa Mundial de
Alimentos.
Empleado del VCT en Shewula, Swazilandia
Niños de Shewula
Por los caminos de Shewula
Por los caminos de Shewula II
Bombeando el agua y cuchicheando
Transeúntes camino a Bulembu
Una de las chicas de Jacaranda House, en Bulembu
Las niñas de Jacaranda House bailando rock
Cuidando bebés como voluntario en Abandoned Babies for Christ
Bulembu, pueblo fantasma a la vera de la mina de asbestos
La mina de asbestos de Bulembu, fuente de explotación
y cáncer para los pueblerinos
Cocineras de la escuela de Siteki
Aguardando mi turno para comer en Siteki
Con los niños en Siteki (antes del rapado)
En mi rol de peluquero
Interrumpiendo la clase en la escuela en Siteki
A buscar la pelota!
Con "mis pelados"
El "peso" de la "ayuda" alimentaria
Con los trabajadores del PMA en Siphophaneni
En un comedor para chicos en Siphophaneni
El "loco" de Mbabane, capital de Swazilandia.
Vive en una zanja en el centro de la Ciudad.
Los transeúntes le arrojan latas y realiza
maravillosas artesanías que vende para comer
Es así como Swazilandia cedió paso de nuevo a Sudáfrica: de Nelspruit,
cerca de la frontera, fui al Parque Nacional Kruger, donde, ahí sí, pude ver
los fantásticos animales en acción.
De alli partí a Johannesburgo, donde tuve el honor de dar una clase en
la Facultad de Derecho de la Universidad de Witswatersrand –donde estudió
derecho Nelson Mandela- facilitada por mi amiga, que es profesora de derecho
constitucional allí; me entrevisté con la gente de la Clínica de Derechos
Humanos de la universidad y con los investigadores y activistas del Center of
Applied Legal Studies, en especial el Law Aids Project que, junto al Legal
Resources Centre –que también visité- y TAC –Treatment Action Campaign-; asistí
a una audiencia de la Corte Constitucional de Sudáfrica y conocí a sus
magistrados; recorrí a fondo los míticos townships de Soweto y Alexandria y
visité los proyectos de desarrollo comunitario que allí están en marcha.
De Joburg fui a Pretoria, la capital administrativa del país, donde visité
el Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Pretoria y me entrevisté con
nuestro embajador allí.
Garganta en Nelspruit
Uno de los "Big Five" en el Kruger National Park
Curiosas en el Kruger
Mi amiga Reghana Tulk y su hija Amina,
desgutando los gusanos del árbol Mopani
Al volver a Joburg, me tomé un avión y me vine para Madagascar. Aquí
visité la capital, Antanarivo –una de las ciudades más pobres que mis ojos han visto
hasta ahora, con luchas despiadadas por escarbar la basura y gran cantidad de
familias enteras viviendo en las calles- y luego fui para Mahajanga. De allí
tomé un pequeño avión hacia Gran Comore, la principal de las tres islas que
integran la Union des Comores –y de las 4 que integran el archipiélago del
mismo nombre. Allí recorrí la isla, fantástica en su despliegue de cultura
musulmana, y volví ayer a Madagascar. Hoy les escribo estas líneas desde
Antsirabe, pronto a partir hacia Fianarantsoa.
Visión panorámica de Antanarivo, capital de Madagascar
Vendedor ambulante de bananas en Antanarivo
Conduciendo el "push push" en Majunga
Con "mi familia" en Majunga
Costa de Moroni, capital de Gran Comore
Mujer con máscara de sándalo para ocultar su
rostro a otros hombres distintos a su marido
Niños en la Medina de Moroni
Mujer ofreciendo a la venta des carrots
Mercado de verduras en Moroni
Las paradisíacas playas de Gran Comore
Palmeras en Gran Comore
Un lemure, marca registrada de Comores
Atardecer en las playas de Gran Comore
Atardecer en Moroni
Aguacero en el centro de Moroni
Niños jugando bajo la lluvia en Moroni
Mis amigos de la tripulación de Air Comore
Los próximos pasos son quedarme hasta el 24 de junio recorriendo
Madagascar –esta, la cuarta isla más grande del mundo, inmensísima cuando se la
recorre en transporte terrestre y a pie, tiene al 70% de su población viviendo
debajo de la línea de la pobreza, y al 50% de sus niños severamente
desnutridos.
De allí vuelvo para Joburg, y marcho hacia Botswana, Zimbabwe, Zambia,
Malawi, Tanzania, Ruanda, Burundi, etc, tal como lo planeado.
Bueno, me imagino que si llegaron a leer esta línea que ahora escribo,
su amistad pasó la prueba.
No quiero aburrirlos más pero, como ven, estoy vivito y coleando,
rebosante de salud y aprendiendo lo que nunca pensé que habría de aprender:
este es el mejor posgrado que uno puede hacer, buscando la verdad que, como
decía Nietszche, se esconde en las calles.
No es tiempo de hacer balances aún, pero puedo ir adelantando que, como
con sabias palabras lo decía Neruda, "aquí, sin duda todo está muy bien, y todo
está muy mal, sin duda".
Bueno, mis queridos, los voy dejando, no sin antes decirles que les
extraño y quiero mucho, y les tengo siempre muy presentes.
Les mando el abrazo más fuerte del que soy capaz,
Marcos
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