viernes, 14 de junio de 2013

Señales de vida 2: De Ilha de Mozambique a Antsirabe

Mi querida gente,

Antes que nada, quiero hacer llegar mi más profundo agradecimiento a todos los que en este tiempo me han regalado unas líneas: no se imaginan qué dimensión adquieren, a la distancia,  las palabras de afecto que vienen de la gente que quiero y que me quiere. Gracias por continuar compartiendo sus vidas conmigo.
Han pasado dos meses desde la última vez que les he escrito y, ciertamente, mucha agua ha corrido bajo el puente.
Me encantaría poder describir, con detalle, todas y cada una de las experiencias que he vivido, pero el tiempo, suyo y mío, es bastante tirano: me limitaré, muy a mi pesar, a contar en qué lugares he estado y qué cosas he estado haciendo. Quedará para nuestro futuro encuentro –tan anhelado por mí- ahondar en cada una de las vivencias y, sobre todo, en el universo de sensaciones e ideas que, a lo largo del camino, me van transformando.
Si mal no recuerdo, las últimas noticias nos transportan a Ilha de Mozambique. Allí ayudé a las hermanas Franciscanas de La Purísima a dar de comer a 90 chicos que recorren todos los días varios kilómetros por un poco de pan; asistí a un partido de fútbol y pasé a la posteridad como el único ¨ukunya¨ -blanco en la lengua local, el mhakua- que bailó en la tribuna el chirirí; caminé los barrios, donde la gente debe pagarle al gobierno por recoger agua potable de una bomba común, la electricidad es privilegio de unos pocos y nadie tiene un baño, por lo que todos acuden a la playa, en sigilo; recorrí el hospital, donde un médico cubano hace malabares a diario para paliar los sufrimientos de muchos con los más exiguos recursos; junto a los productores de un programa de televisión llamado ¨Pela Lei e Ordem¨ visité la cárcel, donde los allí privados de la libertad –en su mayoría inocentes, víctimas del flagelo de la prisión preventiva- se hacinan sin agua potable, electricidad y, siquiera, un techo que los proteja de la lluvia. 


Niña transportando agua en Ilha 



Escuela en Ilha


Las calles de la primera capital de Mozambique, Ilha


Niña lavandera en Ilha


Niños jugando en las calles de Ilha


Niñas jugando a las cartas en Ilha


El mortero sagrado


Beba durmiendo la siesta


Niña/os del comedor en Ilha


Niña del comedor de Ilha

Junto con un francés que había formado parte de la tripulación del barco –y tributario del espíritu revolucionario, como buen francés- visitamos las salinas de Lumbo y percibimos, de primera mano, cómo se explotan los cuerpos de nuestros congéneres para maximizar las utilidades de unos pocos: quisimos sembrar la semilla de un sindicato que los defienda, pero aquí el ejército industrial de reserva es muy grande –y las necesidades son muchas, urgentes y apremiantes...como diría Goethe, ¨la ley es poderosa, pero mucho más poderosa es la necesidad¨.


Entrada a las salinas AGT de Lumbo


Dos trabajadores de las salinas


Con los trabajadores en las salinas


Viajando en camión


Luego de Ilha, nos fuimos con el mismo francés a Nampula, donde a la mañana siguiente nos tomamos el convoy –tren- hacia Cuamba: es una experiencia fascinante ver cómo el tren se abre paso entre la selva y de todos lados salen chicos a su encuentro, locos de alegría, y ofrecen a la venta de todo, desde sandías hasta cabezas de vaca. En Cuamba nos quedamos una noche y volvimos al día siguiente a Nampula. Aquí conocí el trabajo que desarrollan en el norte de Mozambique la Unidade de Desenvolvimento de Educacao Basica, Oxfam, el Programa Mundial de Alimentos, ACNUR, Cruz Roja, Visión Mundial, Save the Children, el INAR –Instituto Nacional de Apoio aos Refugiados y las Agencias de Cooperación al Desarrollo de Dinamarca y de los Países Bajos. Conocí de cerca la vida de dos refugiados congoleños que viven en Nampula y la de los 7000 refugiados –congoleños, burundíes y ruandeses- que lo hacen en el Campo de Refugiados de Maratane, al que se me concedió acceso; acompañé a las Misioneras de la Caridad a entregar leche chocolatada y sandwiches de pescado a los detenidos en las cárceles de procesados y condenados –esta ultima, sorprendentemente, está emplazada en lo que otrora era un instituto de formación técnica, lo que me hizo recordar las palabras de Víctor Hugo, cuando decía eso de ¨abrir escuelas para cerrar prisiones¨: aquí se cierran escuelas para abrir prisiones¨; visité el proyecto que la Universidad de Columbia tiene en el hospital de Nampula para atender a los enfermos de sida y jugué mucho con los casi cien huérfanos que viven en el hogar.

Familia en el convoy a Cuamba


Mulher viendo a vida pasar


Mujer con su hijo en el convoy


El Equipo de Cocina del Convoy


Familia en Cuamba


Pareja en Cuamba


Niños en Cuamba


As ruas da Cuamba


Abluciones musulmanas en la Mezquita de Cuamba


Niños no acompañados de República Democrática de
 Congo refugiados en Nampula


Dos amigos caminando de la mano por las calles de Nampula


Mi amiga Etsuko Chida, quien por entonces trabajaba para el ACNUR


Trabajadoras del orfanato


Niños del orfanato


Niños del orfanato


Familia tutsi refugiada en el campo de refugiados de Maratane


Niñas tutsis refugiadas en Maratane


Visión panorámica del Campo de Refugiados de Maratane


Con los pequeños "orfaos" en Nampula

El siguiente punto en la ruta es Namapa, donde fui a conocer el proyecto que desarrollan unos españoles a través de la ONG Médicus Mundi, en conjunto con FICI y Action Aid International, sumamente interesante; de casualidad, conocí al único abogado de la ciudad que pasa sus días promoviendo hábeas corpus para sacar de la cárcel a los que exceden la prisión preventiva –antes de él no había ningún abogado que hiciera su trabajo- y lo acompañé a la cárcel, un cuarto de cuatro por cuatro sin luz en absoluto del que emergieron figuras esqueléticas –la mayoría aún inocentes, vale recalcar una vez más; visité también el proyecto que allí desarrolla la ONG internacional Care; por último, el Director del Hospital me invitó a recorrer sus instalaciones y a contarme cuáles son los problemas que enfrenta a diario.
A los tres días volví para Nampula y tuve la suerte de tener de compañero de ruta –y el placer de conversar largo y tendido- con el Director del Semarario Zambeze, quien me puso al tanto de los vaivenes de la labor periodística en el país.
De allí partí para Quelimane y, una vez más en el viaje, conocí a Rafael, Iván y Silvia, quienes trabajan como voluntarios de una organización llamada HUMANA, aquí conocida como Agencia de Desenvolvemento do Povo para O Povo –o simplemente, ADPP, quienes muy gentilmente me invitaron a conocer los proyectos de la organización. Así, los acompañé durante unos días a una aldea muy lejana llamada Macuse, donde conocí de cerca el rol de los curandeiros en el plano de la salud. De allí nos fuimos para DONDO, donde Iván coordina un programa llamado Total Control de Epidemia –TCE-: conversé con los voluntarios y visité los llamados restaurantes de soja, parte del programa Food for Progress; en Dondo conocí también a dos voluntarias del US Peace Corps. Tras Dondo fui a una aldea aún más pequeña llamada Lamego, donde Silvia y Rafael me mostraron los proyectos llamados Rita –Reduccao do Impacto do Transmisao do AIDS, visitamos juntos un orfanato, la Liga Mocambicana de Derechos Humanos, la cárcel y al ¨régulo¨ de Nyamatanda, lo que me permitió vislumbrar cómo funciona el sistema de administración de justicia tradicional, en las aldeas. Allí coincidió con Pascua y la viví al modo africano: bailes y cantos tradicionales, a la luz de las velas y al son de los tambores, hasta el amanecer: místico.


Iván y el staff de TCE en Dondo


Niñas cantando en Dondo



Rafael y el Proyecto Rita en Lamego


Vendedor de tabaco en el mercado de Lamego


Con los niños de Lamego


Secando o milho al sol en Lamego


Una familia en Lamego


Con "mio filho" en Lamego


Con el staff de Medicus Mundi en Namapa


El centro de Namapa


Niño esperando ser atendido en el hospital de Namapa


Niños de Namapa


Llegando a Macuse con Iván, Rafael y Silvia


Macuse


Festejo del Dia da Mulher Mozambicana en Macuse
(con capolanas novas)


Niña participando del festejo del Dia da Mulher Mozambicana
en honor de Josina Machel


Mujeres luciendo sus capolanas novas


Con mi equipo de futebol en Macuse


O curandeiro de Macuse


Pescadores tradicionales en Macuse


Joven pescador en Macuse


Noche de poesía y baile en Macuse


El "cine" de Macuse con estrenos exclusivos de Chuck Norris


Una de las bombas de agua comunitarias en Macuse


Yendo hacia Lamego


El "cine" de Lamego, con especiales de Steven Seagal


Despúes me fui para Beira –la ciudad más afectada por la guerra civil- y visité el Centro de Tránsito de Deficientes Físicos, el Servicio de Ortopedia del hospital Central de Beira, el Instituto Nacional de Deficientes Visuales, Handicap Internacional, Food for the Hungry International –Fundacao contra o Fome y, finalmente, el gimnasio del tío Langa, donde todos los deficientes –físicos, visuales, auditivos- tienen la oportunidad de desarrollar un deporte.


La Directora del Centro de Transito dos Deficientes Fisicos
 junto a un paciente mutilado por las minas antipersonales


Un niño con una improvisada guitarra en Beira


El Servicio de Ortopedia del Hospital Central da Beira


El Gimnasio del Tío Langa


Con el staff de Handicap International en Beira


Até logo, Beira!


De allí marché hacia XAI XAI donde visité a dos argentinos que, desde la fe, procuran alviar la suerte de nuestros hermanos: María Cristina Cordero y el ¨padre Pepe¨.
El último punto de Mozambique fue Maputo, la ciudad capital, donde conocí a un italiano llamado Alberto que promueve el desarrollo de la ganadería de los masai, en Kenia, y a quien prometí visitar luego; asistí al Forum Social 2006, montado por organizaciones de base de los barrios de Maputo, donde otro argentino, Armando, procura crear conciencia a través de sus mágicos títeres; junto a él, compartimos vino y empanadas con Tito, médico argentino que trabaja allí hace 27 años y que nos mostró el Hospital Polana Canico; compartí una cena y un ciclo de cine cubano con Eduardo, un español que trabaja para Médicos del Mundo, una italiana –que trabaja para la cooperación- y gente de UNICEF; por último, visité el Orfanato Primero de Maio y la Cidadela das Criancas.


Con los jóvenes en el Foro Social Mozambicano


Armando y sus mágicos títeres


Se cargan baterías de los celulares


Cidadela das Criancas en las afueras de Maputo


Niños aprendiendo soldadura en la Cidadela




Los cantantes da Cidadela con los micrófonos que
ellos mismos hicieron con arcilla


Niños jugando en la Cidadela


Despedida de Mozambique

Tras dejar atrás Mocambique, hice mi incursión en Swazilandia, un pequeño país que lucha por preservar sus tradiciones y, peor aún, su propia vida, dado que es el más afectado por el SIDA -42.6 %. Una visita a las entrañas del país, en consecuencia, no podía obviar abordar este drama. Al cruzar la frontera, por Lomahasha, me dirigí hacia Shewula, donde una organización italiana llamada COSPE –Cooperazione Italiana per Gli Paese Emergente, ha desarrollado un proyecto de desarrollo comunitario que cuenta con una clínica, una escuela primaria, una escuela informal –para los ancianos que no tuvieron oportunidad de estudiar antes- un centro de día para huérfanos y el VCT –Voluntary Counselling and Testing, el centro donde se realizan en forma gratuita tests de HIV para la comunidad. Después de permanecer con ellos unos días, fui hacia HLANE, un parque donde habría de avistar a los llamados ¨big five¨pero debí conformarme con ver sólo a un impala, y a lo lejos. Frustrado con mi experiencia con otros animales, volví con mis favoritos, los humanos, en Siteki. Allí conocí a Floyd, Susan y Amaris, quienes trabajan con distintos proyectos, desde una perspectiva cristiana. Así fue que me invitaron a visitar Bulembu, un pueblo fantasma emplazado junto a una mina de asbestos en el que un proyecto ¨El Valle de la Esperanza¨  desarrolla diferentes actividades. Allí conocí a la radiante Robyn y su Abandoned Babies for Christ, junto a quien pasé varios días cuidando niños abandonados; a la Jacarandá House, donde viven 29 chicas de entre 3 y 19 años, todas ellas víctimas de distintos tipos de abusos, emocional, físico y sexual; conocí el Warehouse, un galpón donde se nuclean todas las donaciones de las iglesias cristianas de Estados Unidos, el jardín de infantes, la escuela y el hospital. Recorrí las aldeas y conocí cómo cientos de miles de personas perdieron la vida o su salud como consecuencia del trabajo en las minas –y recibieron monedas en compensación. Bulembu significa para mi uno de los sucesos más movilizadores del viaje.
Luego de Bulembu fui a la capital, Mbabane, donde conocí de cerca el trabajo que realiza NERCHA –el organismo gubernamental encargado de trazar la estrategia de lucha contra el sida, como así también voluntarios de Australia y Estados Unidos.
Previo paso por el Ezulwini Valley fui para Manzini, la capital comercial, donde me reuní con la gente de Swagaa, una ONG que brinda asesoramiento y asistencia de todo tipo a las mujeres víctimas de abuso.
De allí marché de nuevo a Siteki, donde visité la organización que nuclea a los médicos tradicionales de Swazilandia –sangomas-, el mejor hospital del país y, sobre todo, una escuela en la que dejé parte de mi corazón y donde descubrí mi nueva vocación: la de peluquero. Sí, efectivamente. La escuela abre sus puertas a los chicos que no pueden pagar siquiera las escuelas estatales –que aquí no son gratuitas. El primer día que fui era el primer día después de las vacaciones, y más o menos ciento cincuenta chicos –de los 300 que son- necesitaban de un peluquero. Así fue como tomé la máquina y me dediqué durante unos cuantos días a rapar cabezas – y descubir cueros cabelludos con crostas, piojos y heridas lacerantes. Después dí también un par de clases.
Tras dejar a mis pelados, fui para Big Bend, donde visité un orfanato. Finalmente, fui a Siphofaneni, donde me reuní por varias horas y mantuve interesantísimas discusiones con la Directora Regional del Programa Mundial de Alimentos.


Empleado del VCT en Shewula, Swazilandia


Niños de Shewula



Por los caminos de Shewula


Por los caminos de Shewula II

Bombeando el agua y cuchicheando


Transeúntes camino a Bulembu


Una de las chicas de Jacaranda House, en Bulembu


Las niñas de Jacaranda House bailando rock


Cuidando bebés como voluntario en Abandoned Babies for Christ


Bulembu, pueblo fantasma a la vera de la mina de asbestos


La mina de asbestos de Bulembu, fuente de explotación
y cáncer para los pueblerinos


Cocineras de la escuela de Siteki


Aguardando mi turno para comer en Siteki


Con los niños en Siteki (antes del rapado)


En mi rol de peluquero


Interrumpiendo la clase en la escuela en Siteki


A buscar la pelota!


Con "mis pelados"


El "peso" de la "ayuda" alimentaria


Con los trabajadores del PMA en Siphophaneni


En un comedor para chicos en Siphophaneni


El "loco" de Mbabane, capital de Swazilandia.
Vive en una zanja en el centro de la Ciudad.
Los transeúntes le arrojan latas y realiza
maravillosas artesanías que vende para comer


Es así como Swazilandia cedió paso de nuevo a Sudáfrica: de Nelspruit, cerca de la frontera, fui al Parque Nacional Kruger, donde, ahí sí, pude ver los fantásticos animales en acción.
De alli partí a Johannesburgo, donde tuve el honor de dar una clase en la Facultad de Derecho de la Universidad de Witswatersrand –donde estudió derecho Nelson Mandela- facilitada por mi amiga, que es profesora de derecho constitucional allí; me entrevisté con la gente de la Clínica de Derechos Humanos de la universidad y con los investigadores y activistas del Center of Applied Legal Studies, en especial el Law Aids Project que, junto al Legal Resources Centre –que también visité- y TAC –Treatment Action Campaign-; asistí a una audiencia de la Corte Constitucional de Sudáfrica y conocí a sus magistrados; recorrí a fondo los míticos townships de Soweto y Alexandria y visité los proyectos de desarrollo comunitario que allí están en marcha.
De Joburg fui a Pretoria, la capital administrativa del país, donde visité el Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Pretoria y me entrevisté con nuestro embajador allí.


Garganta en Nelspruit


Uno de los "Big Five" en el Kruger National Park



Curiosas en el Kruger


Mi amiga Reghana Tulk y su hija Amina, 
desgutando los gusanos del árbol Mopani

Al volver a Joburg, me tomé un avión y me vine para Madagascar. Aquí visité la capital, Antanarivo –una de las ciudades más pobres que mis ojos han visto hasta ahora, con luchas despiadadas por escarbar la basura y gran cantidad de familias enteras viviendo en las calles- y luego fui para Mahajanga. De allí tomé un pequeño avión hacia Gran Comore, la principal de las tres islas que integran la Union des Comores –y de las 4 que integran el archipiélago del mismo nombre. Allí recorrí la isla, fantástica en su despliegue de cultura musulmana, y volví ayer a Madagascar. Hoy les escribo estas líneas desde Antsirabe, pronto a partir hacia Fianarantsoa.


Visión panorámica de Antanarivo, capital de Madagascar


Vendedor ambulante de bananas en Antanarivo


Conduciendo el "push push" en Majunga


Con "mi familia" en Majunga


Costa de Moroni, capital de Gran Comore


Mujer con máscara de sándalo para ocultar su
rostro a otros hombres distintos a su marido


Niños en la Medina de Moroni


Mujer ofreciendo a la venta des carrots


Mercado de verduras en Moroni


Las paradisíacas playas de Gran Comore


Palmeras en Gran Comore


Un lemure, marca registrada de Comores


Atardecer en las playas de Gran Comore


Atardecer en Moroni


Aguacero en el centro de Moroni


Niños jugando bajo la lluvia en Moroni


Mis amigos de la tripulación de Air Comore


Los próximos pasos son quedarme hasta el 24 de junio recorriendo Madagascar –esta, la cuarta isla más grande del mundo, inmensísima cuando se la recorre en transporte terrestre y a pie, tiene al 70% de su población viviendo debajo de la línea de la pobreza, y al 50% de sus niños severamente desnutridos.
De allí vuelvo para Joburg, y marcho hacia Botswana, Zimbabwe, Zambia, Malawi, Tanzania, Ruanda, Burundi, etc, tal como lo planeado.
Bueno, me imagino que si llegaron a leer esta línea que ahora escribo, su amistad pasó la prueba.
No quiero aburrirlos más pero, como ven, estoy vivito y coleando, rebosante de salud y aprendiendo lo que nunca pensé que habría de aprender: este es el mejor posgrado que uno puede hacer, buscando la verdad que, como decía Nietszche, se esconde en las calles.
No es tiempo de hacer balances aún, pero puedo ir adelantando que, como con sabias palabras lo decía Neruda, "aquí, sin duda todo está muy bien, y todo está muy mal, sin duda".
Bueno, mis queridos, los voy dejando, no sin antes decirles que les extraño y quiero mucho, y les tengo siempre muy presentes.
Les mando el abrazo más fuerte del que soy capaz,




Marcos

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