Malawi, como acertadamente la
describe un amigo, es una tierra de hambre silenciosa.
En la estación de lluvias, el
hambre diluvia. Los primeros relámpagos vaticinan los truenos que han de emitir
los estómagos huecos. Y esto sucede todos los años, simplemente acontece. Por
eso, nuestros hermanos de allí no pueden sino recibir al hambre con
naturalidad, con resignación. Se ajustan el cinturón y salen a la caza, entre
risas y cantos, de un tipo de langosta llamada bwanoni que sólo la necesidad pudo convertir en un delicatessen
local. Los más pequeños y los más débiles, empero, terminan haciendo su
peregrinación anual a una de las 59 Unidades de Nutrición Terapéutica que el
Programa Mundial de Alimentos y Acción contra el Hambre han establecido en el
país. Allí se debaten entre la vida y la muerte. Y cuando el problema es
puramente nutricional, generalmente ganan la batalla.
En la estación seca las
unidades no están superpobladas, pero los niños y niñas que las visitan
enfrentan un destino aún más desolador: si bien comen, no ganan peso porque
tienen SIDA. Y a veces en estado tan avanzado que los antirretrovirales nada
pueden hacer. La batalla aquí es más difícil, y muchos no la ganan.
Visité 5 de estas unidades en
distintos puntos del país (Blantyre, Balaka, Lilongwe, Mzuzu y Karonga) y me
dejé agarrar el dedo índice por estos niños viejos, en la esperanza de que el
vínculo mágico, profundamente humano, allí nacido, sea irrompible.
En Balaka, una de las zonas
más pobres del país, visité un proyecto de microcréditos comunitarios
financiado por la Unión Europea, y los programas que allí desarrollan las ONG’s
Concern Universal y GOAL. También visité la HALF WAY HOUSE que Prisoners
Fellowship Malawi estableció ahí: los prisioneros, tras cumplir su sentencia de
condena en las cárceles, pasan aquí 2 meses antes de volver a su comunidad de
origen, donde se les ofrece un espacio para la reflexión, para la
reconciliación con las víctimas y para aprender oficios (todo lo que producen
mientras están allí, va a parar a sus colegas aún en prisión, incluso el pan). Luego
organizan ceremonias de "purificación" y bienvenida en la comunidad. Fueron estos
prisioneros, y luego la gente de LEGAL AID, quienes me ilustraron sobre el
drama de las cárceles en Malawi: en celdas de 2m x 2m entre veinte y treinta
personas se hacinan a tal punto que duermen sentados en fila india, con las
piernas entrelazadas para ganar espacio (a esta posición le llaman cuchillo porque los
prisioneros amanecen con
cortes y fisuras),
la violencia sexual es rampante y el hambre lacerante.
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Joven lavando un pollo en el mercado de Blantyre |
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Los ladrilleros de Blantyre |
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La ONU diría "inseguridad hídrica" |
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Inseguridad estomacal, pero las papas más deliciosas |
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La golosina de Malawi: trozos de caña de azúcar |
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La huerta del Prisoners Fellowship, con cuyos frutos alimentan a sus compañeros que aún están en prisión |
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Aprendiendo el oficio de albañilería en el Fellowship |
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Atardecer en los caminos de Malawi |
Por último en Malawi, visité el Campo de Refugiados en Dzaleka y el Centro de Tránsito de Karonga: en este
último, especialmente, las condiciones son paupérrimas. Allí se hacinan cientos
de personas hasta que el gobierno decide si revisten el carácter de refugiados
(y muchos, técnicamente, no lo son porque son en realidad trabajadores
migratorios que procuran escapar de la indigencia) antes de ser enviados a los
campos de refugiados o, en su caso, ser deportados a sus países de origen.
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Entrada de una vivienda en el Campo de Refugiados Dzaleka |
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Una de las bombas de agua comunitarias en Dzaleka |
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Los refugiados usan las latas del aceite distribuido por USAID para revestimientos de sus casas |
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Pequeños porteadores de agua |
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Un baño comunitario revestido con USAID ¿querrán decir algo los refugiados? |
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Dos niños refugiados en la puerta de su casa en Dzaleka |
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Por favor basta de USAID ("ayuda" de Estados Unidos)! |
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Tres arqueros para atajar los penales de un argentino |
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Niños jugando en Dzaleka |
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Welcome to Dzaleka Refugee Camp |
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El mejor cerdo de Malawi |
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Goodbye Malawi! |
Desde Karonga, en el norte del
país, crucé a Tanzania, y desde Mbeya me tomé el alguna vez apodado “tren rojo”
hacia la capital del país, Dar es Salaam. Allí permanecí unos días y me regalé la indulgencia de visitar la maravillosa isla de Zanzibar, con sus medinas de
piedra, con sus encantadoras callejuelas, sus perfumes, el movimiento de las
telas de los buibui de sus misteriosas
mujeres, sus paradisíacas playas, sus elaboradas puertas. En una pequeña aldea
de la isla asistí a un concierto-baile de toorab bajo las estrellas donde la
única consigna fue dar rienda suelta al cuerpo: expresión corporal en su forma
más pura. Ha sido, ciertamente, un inolvidable encuentro con la riquísima cultura
swahili.
Sin embargo, como la luna,
Zanzibar tiene una cara oscura. Zanzibar funcionó como centro de distribución
de esclavos hacia Medio Oriente, y consumió cientos de miles de vidas en sus
plantaciones de clavo de olor. Clavo de olor, sí. Siempre me ha llamado la
atención cómo, detrás del telón de cualquier industria humana, ha habido tanto
sufrimiento de nuestros hermanos. Azúcar, cacao, té, café, especias, cosas
simples, exquisitas a nuestro paladar, pero salpicadas de tanta sangre y sudor.
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Las puertas talladas, marca registrada de Zanzibar |
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Lugar donde tenían encadenados a los esclavos |
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Niñas en Zanzibar, luciendo sus buibuis |
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Niña cubriéndose la cabeza con el velo |
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Niñas risueñas en Stone Town |
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Niña de la costa norte de Zanzibar |
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Niña luciendo un colorido bui-bui |
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Niño de la costa norte de Zanzibar |
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Un masai caminando por la costa norte de Zanzibar |
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Vivienda típica del norte de Zanzibar, construida con bloques de sal
Después de Dar es Salaam fui
hacia Arusha, sede del Tribunal Penal Internacional para Rwanda, donde se está
juzgando a los máximos responsables del genocidio que cobró las vidas de
1.050.000 personas en tan sólo tres meses. Allí dos argentinos, la jueza del
tribunal Inés Weimberg de Roca y el fiscal Ignacio Tredici me dieron la
oportunidad de conocer los entretelones y problemas de la justicia penal internacional,
al tiempo que me ofrecieron la cálida hospitalidad de los argentinos, para que
me sienta un poco como en casa. Completé mi impresión del tribunal con visitas
a las audiencias y con entrevistas con otra jueza y varios abogados.
En Arusha también tuve
maravillosas conversaciones en un puestito de comida callejero frecuentado por
masais (que aún con sus atuendos tradicionales, se ven forzados a dejar sus
aldeas de origen para buscar trabajo como agentes de seguridad de fast-foods de
la ciudad, dada su fama de legendarios guerreros y –menos místicamente- dado
que su fuerza laboral es mas barata y no sindicalizada), trabajadoras sexuales
y borrachos. Gentes sencillas, embarcadas a diario en su lucha por sobrevivir,
a su manera.
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A la vera del "Tren Rojo" |
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Vendedora ambulante sobre las vías |
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Niños corriéndole una carrera al Tren Rojo (casi la ganan) |
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Un hincha de Boca perdido en Mtabila I |
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Depósitos de alimentos del PAM en Mtabila I |
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Centro de distribución de alimentos de Mtabila I |
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Escuela primaria de Mtabila II |
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Vivienda en Mtabila II (con el aluminio de las latas del PAM como revestimiento) |
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Camino a la frontera entre Tanzania y Burundi |
Tras abandonar Tanzania, descendí
a los infiernos. Y hoy, al escribirles esta crónica, puedo decirles que resucité de entre los muertos. Así que puede suceder que esta parte de mis Señales de
Vida huela, inevitablemente, a azufre. Porque, mi querida gente, lo que han
vivido nuestros hermanos de Burundi, Rwanda y el Norte de Uganda en estos años
es una tragedia colosal.
Comencemos por Burundi. Desde
1993 hasta el año pasado, este pequeño país de Africa Central estuvo embarcado
en una sangrienta guerra civil entre los hutus y los tutsis. El pico de las
masacres tuvo lugar en octubre y noviembre de 1993 cuando casi 250.000 tutsis
fueron asesinados. Asesinados, créanme, es un eufemismo. Porque los modos de
aniquilar la vida humana han alcanzado aquí niveles de siniestra creatividad:
niños machacados contra la pared y arrojados a las pilas de mandioca, personas
quemadas vivas, mujeres embarazadas desvientradas con cuchillos para luego
cortar en pedazos a sus criaturas y ahorcarlas con sus cordones umbilicales
porque “el huevo de una serpiente es también una serpiente”, hombres, mujeres y
niños cortados con machetes “al nivel de la oreja”, antropofagia de corazones
(no sea cosa que el corazón vuelva a palpitar en otro cuerpo), crucifixiones…
Tuve oportunidad de recorrer
distintas partes del país (justo antes de entrar el gobierno firmó un acuerdo
de paz con el último de los grupos rebeldes, Palipehutu-FNL) y de conversar con
muchas personas. Los efectos de la guerra han sido devastadores. Burundi es,
ciertamente, el país mas pobre que he visitado hasta ahora. Y no ha habido
ninguna instancia de adjudicación de responsabilidad por lo sucedido: hay mucha
negación y, sobretodo, mucho silencio, por lo que todos son culpables y nadie
es culpable, todos son inocentes y nadie es inocente. Hay tratativas de
establecer una Comisión de Verdad, Perdón y Reconciliación y un tribunal
sui-generis similar al de Sierra Leona. Pero estas iniciativas son resistidas
por el gobierno que, otrora grupo rebelde, también ha sido responsable de
muchas violaciones.
Otro de los fenómenos
corrientes, consecuencia de estos episodios, es el de la justicia popular que,
en lugares como Ngozi, está a la orden del dia. Esto es que la comunidad toma
la justicia en sus propias manos y lincha al que se sindica como culpable. Tuve
oportunidad de adentrarme en este tema con la gente de la Liga Burundesa de
Derechos Humanos.
Tuve ocasión por último de
conocer las operaciones de paz de ONUB y los programas de asistencia
alimentaria del Programme Alimentaire Mondial en Burundi, dado que el 38% de la
población sufre desnutrición crónica.
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El primer habitante de Burundi que me dio la bienvenida al país |
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La Guardia de Frontera |
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Niños dando la bienvenida al "mzungo" (blanco) |
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Nuevos usos creativos de las latas de USAID |
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Nueva Iglesia Católica Apostólica (y muy Romana) |
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Ciclista que "tiene la cabra atada" |
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Las latas del USAID complementan a las placas de zinc para garantizar una vivienda adecuada |
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Son los demás, es su mirada, la que nos define y nos conforma |
Rwanda. Permitanme repetirles
la cifra que mencioné más arriba: 1.050.000 personas (o, en la menor de las
estimaciones, 800.000) fueron asesinadas en 90 días. ¿Llegan a vislumbrar lo que
esto significa? El ritmo de matanza humana por día es sideral: toda una
industria de la muerte, cuidadosamente planificada (hay aún, tristemente,
personas que siguen pensando que esto ha sido fruto de la “espontánea furia
popular”) fue puesta en funcionamiento y aceitada. Las modalidades de matanza
han sido similares a las antes descriptas. También han sido frecuentes las
matanzas colectivas en iglesias y escuelas, lugares donde las personas huían
pensando encontrar refugio. Los cadáveres han sido arrojados en letrinas,
enterrados en fosas comunes o dejados a la intemperie y comidos por los pájaros
y perros (y los niños, tiempo después, jugaban con los cráneos como pelotas).
Rwanda, a diferencia de
Burundi, ha hecho ejercicio de la memoria. Y el genocidio está en cada pequeño
rincón de este hermosísimo país de las mil colinas. El país es tan hermoso, y
su gente es tan amable que a uno le cuesta creer que esto ha ocurrido. Pero,
ahí están, para los escépticos, los "lugares públicos", de culto y las colinas de
la resistencia.
Tuve oportunidad de visitar la
Iglesia de St. Famille en Kigali, el Hotel des Milles Collines, el Gizozi
Memorial (donde hay enterradas en humildes fosas comunes 250.000 personas), el
Estadio Nacional, las Iglesias de Nyamata y Ntarama (con huesos desperdigados por
doquier y manchas de sangre en las paredes y altares), la escuela de Murambi
(donde están expuestos los cadáveres embalsamados de miles de personas), la
Iglesia de Kibuye, la Universidad de Butare y la Colina de la Resistencia de
Bisesero.
Tuve oportunidad de conversar
con todos los actores de este drama: las víctimas, nucleadas en IBUKA, los
tribunales internos, el director de memoria, algunos de los perpetradores, el
centro de documentación de Aegis.
Asimismo asistí a seis
procesos de GACACA, el mecanismo de justicia tradicional comunitaria que Rwanda
ha decidido implementar para juzgar los casi 120.000 detenidos por el
genocidio.
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Estadio Nacional de Kigali, que funcionó como refugio durante el genocidio |
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Hotel de las Mil Colinas, cuyo papel durante el genocidio inspiró la película "Hotel Rwanda" (IBUKA, la asociación de víctimas del genocidio, tiene una visión muy distinta de lo que ocurrió allí) |
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Memorial del genocidio de Gizozi, en Kigali Allí hay enterradas 250.000 personas en fosas comunes |
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Puerta de la Iglesia de la Sagrada Familia, donde buscaron refugio muchos tutsis durante el genocidio (y muchos no lo encontraron) |
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Parte exterior de la Iglesia de la Sagrada Familia La Interahamwe (milicia hutu) exigía que se entregue a los tutsis refugiados allí y los asesinaban fuera de la iglesia |
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Tribunal popular GACACA en las afueras de Kigali Los vecinos atestiguan contra el presunto "genocidaire", vestido de uniforme rosa |
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Altar de la Iglesia de Nyamata, manchado con la sangre de las víctimas del genocidio |
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Cráneos de las víctimas del genocidio asesinadas en el interior de la Iglesia de Nyamata, donde buscaron refugio en vano |
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Huesos de las víctimas en la Iglesia de Nyamata |
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Interior de la Iglesia de Nyamata A lo lejos puede verse a la Virgen María salpicada de sangre |
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Imagen de Juan Pablo II en la Iglesia de Ntarama |
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Cráneos de mujeres asesinadas en la Iglesia de Ntarama, donde también buscaron refugio en vano |
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Interior de la Iglesia de Ntarama La política de memoria ha sido la de dejar todo exactamente cómo quedó después de la masacre |
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Confusión de huesos y vestimentas en la Iglesia de Ntarama |
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Las Mil Colinas de Rwanda |
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Usos rwandeses de las latas de USAID |
Antes de que los abandone por
un tiempo para volver a la ruta, permítanme que les cuente un poco sobre la
tragedia humanitaria que afecta al norte de Uganda, desde donde hoy les
escribo.
Hace 21 años un grupo rebelde
llamado Ejército de Resistencia del Señor (Lord Resistance Army) viene
sembrando el terror entre las poblaciones del norte del país. Atacan en general
por la noche, asesinando y mutilando (cortando miembros, labios, nariz) a
cientos de hombres y mujeres. Y se llevan, al bosque, a los niños y niñas. A
los primeros, los fuerzan a ser soldados y a cometer todo tipo de atrocidades
(como rito de iniciación, algunos niños han sido obligados a morder a sus
víctimas hasta la muerte). A las segundas, a ser esposas de los comandantes o
esclavas sexuales de los soldados.
En este momento las partes se
han sentado a negociar un acuerdo de paz pero no se sabe si ha de prosperar. En
el centro de este debate está si la Corte Penal Internacional (que ha emitido
órdenes de arresto contra los cinco comandantes más importantes, entre ellos el
líder Joseph Kony y el segundo Vincent Otti) debiera, para salvaguardar la paz,
dejar sin efecto las órdenes, y ofrecer amnistía y dar lugar al proceso de
reconciliación acoli conocido como matu
oput.
Mientras tanto, aquí en Gulu
quise conocer de cerca este drama. Y así es que visité los campos de
desplazados internos de Pabbo y Lacoor (cerca de 2.100.000 han sido desplazadas
de sus aldeas como consecuencia de este conflicto, obligadas a depender de la
asistencia humanitaria de las organizaciones internacionales en campos
hacinados donde las enfermedades e incendios son periódicos); el Hospital de Lacoor
o St. Mary’s, donde todas las noches cientos de niños y niñas, conocidos aquí
como “Night Commuters” abandonan sus aldeas para marchar unos cuantos
kilómetros y dormir en los refugios administrados por Médicos sin Fronteras; la
Escuela para Chicos afectados por la Guerra de Laroo (donde al momento de mi
visita dos niñas estaban arrastrándose en el piso, gimiendo y gritando y
resultó ser que son 26 los chicos que sufren este mismo mal, por lo que
decidimos llevarlos a todos al hospital para tratamiento) y donde viven algunas de las niñas madres
secuestradas junto a sus bebés nacidos en cautiverio; el Centro de Acogida de
Niños y Niñas Secuestradas de la ONG Gusco, que da asistencia a los chicos que
logran escapar del bosque antes de que regresen a sus comunidades y el Centro
Pediátrico de Gulu, donde cientos de mutilados reciben asistencia y
rehabilitación. Por último me entrevisté con el responsable de la
coordinación de la actividad humanitaria de Naciones Unidas en Gulu, un
argentino también, y con la gente de Médicos sin Fronteras.
Toda
esta miseria humana que he atestiguado me lleva a pensar: ¿es esto inhumano,
como decimos o es, más bien, y aunque nos duela, humano, demasiado humano?
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Los Batwa, descendientes de los pigmeos. Constituyen una minoría étnica en Burundi, Rwanda y Uganda, oprimida y olvidada |
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Cartel alertando sobre la presencia de minas antipersonales en Gulu, Norte de Uganda. La creatividad humana para la destrucción llevó al diseño de minas con colores y formas que resultan atractivas para los niños. |
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Tumba de un niño en una casa en el campo de desplazados internos de Gulu. No se reporta el deceso a las autoridades del campo para seguir recibiendo la ración alimentaria |
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Viviendas en el campo de Gulu. Se colocan plásticos ignífugos en los techos para evitar la propagación de incendios, los cuales han sido muy frecuentes y se han cobrado muchas vidas. |
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Uno de los baños comunitarios del campo |
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Vista panorámica del campo de desplazados internos |
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Basural del campo de desplazados |
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Otro de los baños del campo |
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El trabajo infantil es una realidad cotidiana en el campo, y fuera de él |
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Niños del campo de desplazados, devenidos a la fuerza en "Night Commuters" |
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Una de las bombas comunitarias del campo |
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Hombre acoli trabajando. Las mujeres acoli se arrodillan y aplauden cuando un hombre acoli pasa. |
Ahora
me voy para Kampala, la capital de Uganda, y sigo con la ruta.
Aprovecho
la oportunidad para agradecerles a todos los que se acordaron de mi cumpleaños
y a todos los que además de ello, hicieron el esfuerzo de comunicarse conmigo y
saludarme (aunque en vano porque el teléfono que les di no era el correcto). Si
bien lo pasé junto a gente muy linda, acompañado y mimado, ciertamente no como
lo hubiese pasado si hubiese recibido el abrazo de ustedes que tanto extraño.
Por
suerte en este período de salud he estado muy bien, sin sobresaltos.
Gracias
a todos los que me escriben con sus buenas (y a veces malas) nuevas. Me hacen
sentir que, a pesar de la distancia, aún soy parte de sus vidas.
Una
última cosa quiero decirles: muchos me han felicitado por lo que estoy haciendo.
Pero no merezco su reconocimiento. Yo soy sólo un testigo de lo que otros
hombres y mujeres hacen por mejorar la vida de sus hermanos. Aún no he hecho
nada. Y lo comparto con ustedes, mi querida gente, porque no puedo callar lo
que he visto y oído.
Les
mando, como siempre, el abrazo mas fuerte del que soy capaz desde el otro lado
del charco,
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