lunes, 17 de junio de 2013

Señales de Vida 4: de Blantyre a Gulu



Mi querida gente,

Malawi, como acertadamente la describe un amigo, es una tierra de hambre silenciosa.
En la estación de lluvias, el hambre diluvia. Los primeros relámpagos vaticinan los truenos que han de emitir los estómagos huecos. Y esto sucede todos los años, simplemente acontece. Por eso, nuestros hermanos de allí no pueden sino recibir al hambre con naturalidad, con resignación. Se ajustan el cinturón y salen a la caza, entre risas y cantos, de un tipo de langosta llamada bwanoni que sólo la necesidad pudo convertir en un delicatessen local. Los más pequeños y los más débiles, empero, terminan haciendo su peregrinación anual a una de las 59 Unidades de Nutrición Terapéutica que el Programa Mundial de Alimentos y Acción contra el Hambre han establecido en el país. Allí se debaten entre la vida y la muerte. Y cuando el problema es puramente nutricional, generalmente ganan la batalla.
En la estación seca las unidades no están superpobladas, pero los niños y niñas que las visitan enfrentan un destino aún más desolador: si bien comen, no ganan peso porque tienen SIDA. Y a veces en estado tan avanzado que los antirretrovirales nada pueden hacer. La batalla aquí es más difícil, y muchos no la ganan.
Visité 5 de estas unidades en distintos puntos del país (Blantyre, Balaka, Lilongwe, Mzuzu y Karonga) y me dejé agarrar el dedo índice por estos niños viejos, en la esperanza de que el vínculo mágico, profundamente humano, allí nacido, sea irrompible.
En Balaka, una de las zonas más pobres del país, visité un proyecto de microcréditos comunitarios financiado por la Unión Europea, y los programas que allí desarrollan las ONG’s Concern Universal y GOAL. También visité la HALF WAY HOUSE que Prisoners Fellowship Malawi estableció ahí: los prisioneros, tras cumplir su sentencia de condena en las cárceles, pasan aquí 2 meses antes de volver a su comunidad de origen, donde se les ofrece un espacio para la reflexión, para la reconciliación con las víctimas y para aprender oficios (todo lo que producen mientras están allí, va a parar a sus colegas aún en prisión, incluso el pan). Luego organizan ceremonias de "purificación" y bienvenida en la comunidad. Fueron estos prisioneros, y luego la gente de LEGAL AID, quienes me ilustraron sobre el drama de las cárceles en Malawi: en celdas de 2m x 2m entre veinte y treinta personas se hacinan a tal punto que duermen sentados en fila india, con las piernas entrelazadas para ganar espacio (a esta posición le llaman cuchillo porque los prisioneros amanecen con cortes y fisuras), la violencia sexual es rampante y el hambre lacerante.

Joven lavando un pollo en el mercado de Blantyre

Los ladrilleros de Blantyre

La ONU diría "inseguridad hídrica"

Inseguridad estomacal, pero las papas más deliciosas

La golosina de Malawi: trozos de caña de azúcar

La huerta del Prisoners Fellowship, con cuyos frutos
alimentan a sus compañeros que aún están en prisión

Aprendiendo el oficio de albañilería en el Fellowship

Atardecer en los caminos de Malawi


Por último en Malawi, visité el Campo de Refugiados en Dzaleka y el Centro de Tránsito de Karonga: en este último, especialmente, las condiciones son paupérrimas. Allí se hacinan cientos de personas hasta que el gobierno decide si revisten el carácter de refugiados (y muchos, técnicamente, no lo son porque son en realidad trabajadores migratorios que procuran escapar de la indigencia) antes de ser enviados a los campos de refugiados o, en su caso, ser deportados a sus países de origen.

Entrada de una vivienda en el Campo de Refugiados Dzaleka

Una de las bombas de agua comunitarias en Dzaleka

Los refugiados usan las latas del aceite distribuido por
USAID para revestimientos de sus casas

Pequeños porteadores de agua

Un baño comunitario revestido con USAID
¿querrán decir algo los refugiados?

Dos niños refugiados en la puerta de su casa en Dzaleka

Por favor basta de USAID ("ayuda" de Estados Unidos)!

Tres arqueros para atajar los penales de un argentino

Niños jugando en Dzaleka

Welcome to Dzaleka Refugee Camp

El mejor cerdo de Malawi

Goodbye Malawi!


Desde Karonga, en el norte del país, crucé a Tanzania, y desde Mbeya me tomé el alguna vez apodado “tren rojo” hacia la capital del país, Dar es Salaam. Allí permanecí unos días y me regalé la indulgencia de visitar la maravillosa isla de Zanzibar, con sus medinas de piedra, con sus encantadoras callejuelas, sus perfumes, el movimiento de las telas de los buibui de sus misteriosas mujeres, sus paradisíacas playas, sus elaboradas puertas. En una pequeña aldea de la isla asistí a un concierto-baile de toorab bajo las estrellas donde la única consigna fue dar rienda suelta al cuerpo: expresión corporal en su forma más pura. Ha sido, ciertamente, un inolvidable encuentro con la riquísima cultura swahili.
Sin embargo, como la luna, Zanzibar tiene una cara oscura. Zanzibar funcionó como centro de distribución de esclavos hacia Medio Oriente, y consumió cientos de miles de vidas en sus plantaciones de clavo de olor. Clavo de olor, sí. Siempre me ha llamado la atención cómo, detrás del telón de cualquier industria humana, ha habido tanto sufrimiento de nuestros hermanos. Azúcar, cacao, té, café, especias, cosas simples, exquisitas a nuestro paladar, pero salpicadas de tanta sangre y sudor.

Las puertas talladas, marca registrada de Zanzibar


Lugar donde tenían encadenados a los esclavos




Niñas en Zanzibar, luciendo sus buibuis


Niña cubriéndose la cabeza con el velo


Niñas risueñas en Stone Town


Niña de la costa norte de Zanzibar


Niña luciendo un colorido bui-bui


Niño de la costa norte de Zanzibar


Un masai caminando por la costa norte de Zanzibar


Vivienda típica del norte de Zanzibar,
construida con bloques de sal
 




Después de Dar es Salaam fui hacia Arusha, sede del Tribunal Penal Internacional para Rwanda, donde se está juzgando a los máximos responsables del genocidio que cobró las vidas de 1.050.000 personas en tan sólo tres meses. Allí dos argentinos, la jueza del tribunal Inés Weimberg de Roca y el fiscal Ignacio Tredici me dieron la oportunidad de conocer los entretelones y problemas de la justicia penal internacional, al tiempo que me ofrecieron la cálida hospitalidad de los argentinos, para que me sienta un poco como en casa. Completé mi impresión del tribunal con visitas a las audiencias y con entrevistas con otra jueza y varios abogados.
En Arusha también tuve maravillosas conversaciones en un puestito de comida callejero frecuentado por masais (que aún con sus atuendos tradicionales, se ven forzados a dejar sus aldeas de origen para buscar trabajo como agentes de seguridad de fast-foods de la ciudad, dada su fama de legendarios guerreros y –menos místicamente- dado que su fuerza laboral es mas barata y no sindicalizada), trabajadoras sexuales y borrachos. Gentes sencillas, embarcadas a diario en su lucha por sobrevivir, a su manera.

Sede del Tribunal Penal Internacional de Rwanda


Jóvenes masais, devenidos guardias de
seguridad de locales de comidas rápidas


Con mi amigo de la esquina


Tras la bruma, el Monte Kilimanjaro, Arusha, Tanzania


Luego de Arusha marché hacia el oeste de este inmenso país y recorrí distintos lugares, hasta llegar a Kigoma. Aquí me entrevisté con la gente de ACNUR, que me facilitó el acceso a los gigantes campos de refugiados de Mtabila I y II, exclusivamente poblados por burundíes hutus y con una dinámica organizacional y problemas muy distintos a los que tuve oportunidad de ver en los otros campos, más pequeños.


A la vera del "Tren Rojo"

Vendedora ambulante sobre las vías

Niños corriéndole una carrera al Tren Rojo
(casi la ganan)



Un hincha de Boca perdido en Mtabila I

Depósitos de alimentos del PAM en Mtabila I

Centro de distribución de alimentos de Mtabila I

Escuela primaria de Mtabila II

Vivienda en Mtabila II
 (con el aluminio de las latas del PAM como revestimiento) 

Camino a la frontera entre Tanzania y Burundi


Tras abandonar Tanzania, descendí a los infiernos. Y hoy, al escribirles esta crónica, puedo decirles que resucité de entre los muertos. Así que puede suceder que esta parte de mis Señales de Vida huela, inevitablemente, a azufre. Porque, mi querida gente, lo que han vivido nuestros hermanos de Burundi, Rwanda y el Norte de Uganda en estos años es una tragedia colosal.
Comencemos por Burundi. Desde 1993 hasta el año pasado, este pequeño país de Africa Central estuvo embarcado en una sangrienta guerra civil entre los hutus y los tutsis. El pico de las masacres tuvo lugar en octubre y noviembre de 1993 cuando casi 250.000 tutsis fueron asesinados. Asesinados, créanme, es un eufemismo. Porque los modos de aniquilar la vida humana han alcanzado aquí niveles de siniestra creatividad: niños machacados contra la pared y arrojados a las pilas de mandioca, personas quemadas vivas, mujeres embarazadas desvientradas con cuchillos para luego cortar en pedazos a sus criaturas y ahorcarlas con sus cordones umbilicales porque “el huevo de una serpiente es también una serpiente”, hombres, mujeres y niños cortados con machetes “al nivel de la oreja”, antropofagia de corazones (no sea cosa que el corazón vuelva a palpitar en otro cuerpo), crucifixiones…
Tuve oportunidad de recorrer distintas partes del país (justo antes de entrar el gobierno firmó un acuerdo de paz con el último de los grupos rebeldes, Palipehutu-FNL) y de conversar con muchas personas. Los efectos de la guerra han sido devastadores. Burundi es, ciertamente, el país mas pobre que he visitado hasta ahora. Y no ha habido ninguna instancia de adjudicación de responsabilidad por lo sucedido: hay mucha negación y, sobretodo, mucho silencio, por lo que todos son culpables y nadie es culpable, todos son inocentes y nadie es inocente. Hay tratativas de establecer una Comisión de Verdad, Perdón y Reconciliación y un tribunal sui-generis similar al de Sierra Leona. Pero estas iniciativas son resistidas por el gobierno que, otrora grupo rebelde, también ha sido responsable de muchas violaciones.
Otro de los fenómenos corrientes, consecuencia de estos episodios, es el de la justicia popular que, en lugares como Ngozi, está a la orden del dia. Esto es que la comunidad toma la justicia en sus propias manos y lincha al que se sindica como culpable. Tuve oportunidad de adentrarme en este tema con la gente de la Liga Burundesa de Derechos Humanos.
Tuve ocasión por último de conocer las operaciones de paz de ONUB y los programas de asistencia alimentaria del Programme Alimentaire Mondial en Burundi, dado que el 38% de la población sufre desnutrición crónica.


El primer habitante de Burundi que me dio
la bienvenida al país

La Guardia de Frontera

Niños dando la bienvenida al "mzungo" (blanco)

Nuevos usos creativos de las latas de USAID

Nueva Iglesia Católica Apostólica (y muy Romana)

Ciclista que "tiene la cabra atada"

Las latas del USAID complementan a las placas de zinc para
garantizar una vivienda adecuada

Son los demás, es su mirada, la que
nos define y nos conforma



Rwanda. Permitanme repetirles la cifra que mencioné más arriba: 1.050.000 personas (o, en la menor de las estimaciones, 800.000) fueron asesinadas en 90 días. ¿Llegan a vislumbrar lo que esto significa? El ritmo de matanza humana por día es sideral: toda una industria de la muerte, cuidadosamente planificada (hay aún, tristemente, personas que siguen pensando que esto ha sido fruto de la “espontánea furia popular”) fue puesta en funcionamiento y aceitada. Las modalidades de matanza han sido similares a las antes descriptas. También han sido frecuentes las matanzas colectivas en iglesias y escuelas, lugares donde las personas huían pensando encontrar refugio. Los cadáveres han sido arrojados en letrinas, enterrados en fosas comunes o dejados a la intemperie y comidos por los pájaros y perros (y los niños, tiempo después, jugaban con los cráneos como pelotas).
Rwanda, a diferencia de Burundi, ha hecho ejercicio de la memoria. Y el genocidio está en cada pequeño rincón de este hermosísimo país de las mil colinas. El país es tan hermoso, y su gente es tan amable que a uno le cuesta creer que esto ha ocurrido. Pero, ahí están, para los escépticos, los "lugares públicos", de culto y las colinas de la resistencia.
Tuve oportunidad de visitar la Iglesia de St. Famille en Kigali, el Hotel des Milles Collines, el Gizozi Memorial (donde hay enterradas en humildes fosas comunes 250.000 personas), el Estadio Nacional, las Iglesias de Nyamata y Ntarama (con huesos desperdigados por doquier y manchas de sangre en las paredes y altares), la escuela de Murambi (donde están expuestos los cadáveres embalsamados de miles de personas), la Iglesia de Kibuye, la Universidad de Butare y la Colina de la Resistencia de Bisesero.
Tuve oportunidad de conversar con todos los actores de este drama: las víctimas, nucleadas en IBUKA, los tribunales internos, el director de memoria, algunos de los perpetradores, el centro de documentación de Aegis.
Asimismo asistí a seis procesos de GACACA, el mecanismo de justicia tradicional comunitaria que Rwanda ha decidido implementar para juzgar los casi 120.000 detenidos por el genocidio.

Estadio Nacional de Kigali, que  funcionó
como refugio durante el genocidio

Hotel de las Mil Colinas, cuyo papel durante el
genocidio inspiró la película "Hotel Rwanda"
(IBUKA, la asociación de víctimas del genocidio,
tiene una visión muy distinta de lo que ocurrió allí)

Memorial del genocidio de Gizozi, en Kigali
Allí hay enterradas 250.000 personas en fosas comunes

Puerta de la Iglesia de la Sagrada Familia,
donde buscaron refugio muchos tutsis durante
el genocidio (y muchos no lo encontraron)

Parte exterior de la Iglesia de la Sagrada Familia
La Interahamwe (milicia hutu) exigía que se entregue a los
tutsis refugiados allí y los asesinaban fuera de la iglesia

Tribunal popular GACACA en las afueras de Kigali
Los vecinos atestiguan contra el presunto
"genocidaire", vestido de uniforme rosa

Altar de la Iglesia de Nyamata, manchado con
la sangre de las víctimas del genocidio

Cráneos de las víctimas del genocidio asesinadas en el
interior de la Iglesia de Nyamata, donde buscaron refugio en vano

Huesos de las víctimas en la Iglesia de Nyamata

Interior de la Iglesia de Nyamata
A lo lejos puede verse a la Virgen María salpicada de sangre

Imagen de Juan Pablo II en la Iglesia de Ntarama

Cráneos de mujeres asesinadas en la Iglesia de Ntarama,
donde también buscaron refugio en vano

Interior de la Iglesia de Ntarama
La política de memoria ha sido la de dejar todo
exactamente cómo quedó después de la masacre

Confusión de huesos y vestimentas en la
Iglesia de Ntarama

Las Mil Colinas de Rwanda

Usos rwandeses de las latas de USAID


Antes de que los abandone por un tiempo para volver a la ruta, permítanme que les cuente un poco sobre la tragedia humanitaria que afecta al norte de Uganda, desde donde hoy les escribo.
Hace 21 años un grupo rebelde llamado Ejército de Resistencia del Señor (Lord Resistance Army) viene sembrando el terror entre las poblaciones del norte del país. Atacan en general por la noche, asesinando y mutilando (cortando miembros, labios, nariz) a cientos de hombres y mujeres. Y se llevan, al bosque, a los niños y niñas. A los primeros, los fuerzan a ser soldados y a cometer todo tipo de atrocidades (como rito de iniciación, algunos niños han sido obligados a morder a sus víctimas hasta la muerte). A las segundas, a ser esposas de los comandantes o esclavas sexuales de los soldados.
En este momento las partes se han sentado a negociar un acuerdo de paz pero no se sabe si ha de prosperar. En el centro de este debate está si la Corte Penal Internacional (que ha emitido órdenes de arresto contra los cinco comandantes más importantes, entre ellos el líder Joseph Kony y el segundo Vincent Otti) debiera, para salvaguardar la paz, dejar sin efecto las órdenes, y ofrecer amnistía y dar lugar al proceso de reconciliación acoli conocido como matu oput.
Mientras tanto, aquí en Gulu quise conocer de cerca este drama. Y así es que visité los campos de desplazados internos de Pabbo y Lacoor (cerca de 2.100.000 han sido desplazadas de sus aldeas como consecuencia de este conflicto, obligadas a depender de la asistencia humanitaria de las organizaciones internacionales en campos hacinados donde las enfermedades e incendios son periódicos); el Hospital de Lacoor o St. Mary’s, donde todas las noches cientos de niños y niñas, conocidos aquí como “Night Commuters” abandonan sus aldeas para marchar unos cuantos kilómetros y dormir en los refugios administrados por Médicos sin Fronteras; la Escuela para Chicos afectados por la Guerra de Laroo (donde al momento de mi visita dos niñas estaban arrastrándose en el piso, gimiendo y gritando y resultó ser que son 26 los chicos que sufren este mismo mal, por lo que decidimos llevarlos a todos al hospital para tratamiento) y donde viven algunas de las niñas madres secuestradas junto a sus bebés nacidos en cautiverio; el Centro de Acogida de Niños y Niñas Secuestradas de la ONG Gusco, que da asistencia a los chicos que logran escapar del bosque antes de que regresen a sus comunidades y el Centro Pediátrico de Gulu, donde cientos de mutilados reciben asistencia y rehabilitación. Por último me entrevisté con el responsable de la coordinación de la actividad humanitaria de Naciones Unidas en Gulu, un argentino también, y con la gente de Médicos sin Fronteras.
Toda esta miseria humana que he atestiguado me lleva a pensar: ¿es esto inhumano, como decimos o es, más bien, y aunque nos duela, humano, demasiado humano?


Los Batwa, descendientes de los pigmeos.
Constituyen una minoría étnica en Burundi, Rwanda y Uganda,
oprimida y olvidada

Cartel alertando sobre la presencia de minas
antipersonales en Gulu, Norte de Uganda.
La creatividad humana para la destrucción llevó
al diseño de minas con colores y formas que
resultan atractivas para los niños.

Tumba de un niño en una casa en el campo de
desplazados internos de Gulu.
No se reporta el deceso a las autoridades del
campo para seguir recibiendo la ración alimentaria

Viviendas en el campo de Gulu. Se colocan plásticos
ignífugos en los techos para evitar la propagación de incendios,
los cuales han sido muy frecuentes y se han cobrado muchas vidas.

Uno de los baños comunitarios del campo

Vista panorámica del campo de desplazados internos

Basural del campo de desplazados

Otro de los baños del campo

El trabajo infantil es una realidad cotidiana en
el campo, y fuera de él

Niños del campo de desplazados, devenidos a la
fuerza en "Night Commuters"

Una de las bombas comunitarias del campo

Hombre acoli trabajando.
Las mujeres acoli se arrodillan y aplauden cuando
un hombre acoli pasa.


Ahora me voy para Kampala, la capital de Uganda, y sigo con la ruta.
Aprovecho la oportunidad para agradecerles a todos los que se acordaron de mi cumpleaños y a todos los que además de ello, hicieron el esfuerzo de comunicarse conmigo y saludarme (aunque en vano porque el teléfono que les di no era el correcto). Si bien lo pasé junto a gente muy linda, acompañado y mimado, ciertamente no como lo hubiese pasado si hubiese recibido el abrazo de ustedes que tanto extraño.
Por suerte en este período de salud he estado muy bien, sin sobresaltos.
Gracias a todos los que me escriben con sus buenas (y a veces malas) nuevas. Me hacen sentir que, a pesar de la distancia, aún soy parte de sus vidas.
Una última cosa quiero decirles: muchos me han felicitado por lo que estoy haciendo. Pero no merezco su reconocimiento. Yo soy sólo un testigo de lo que otros hombres y mujeres hacen por mejorar la vida de sus hermanos. Aún no he hecho nada. Y lo comparto con ustedes, mi querida gente, porque no puedo callar lo que he visto y oído.

Les mando, como siempre, el abrazo mas fuerte del que soy capaz desde el otro lado del charco,



Marcos

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