Mi querida gente,
En la última de mis
Señales de Vida, omití contarles sobre mi visita a una de las comunidades
Batwa, en Kisoro, sudoeste de Uganda. Los Batwa son los descendientes de los
pigmeos y constituyen el grupo étnico minoritario de Burundi, Rwanda y Uganda.
Desde que fueron expulsados del bosque, su hábitat natural, luchan a diario por
sobrevivir en las condiciones más paupérrimas. Junto a la gente de UOBDU (una
organización local que lucha por sus derechos) y al cacique jefe, fuimos a
visitar una de las aldeas, ubicada en una colina sobre el imponente valle del
Rift. Pobres entre pobres, marginados entre marginados, los Batwa se encuentran
perdidos en un mundo que les es ajeno. Sumergidos en el alcohol y la apatía,
solo vuelven a la vida cuando bailan. Los Batwa, en otros tiempos encargados de
entretener a las cortes reales, son aún hoy los mejores bailarines. Cuando sus cuerpos danzan, su imaginación los lleva
de vuelta al bosque, y sus ojos recobran el brillo perdido.
Tras esta pequeña
mención de los Batwa (que por cierto me tranquiliza, porque todo el mundo los
olvida, y yo los había olvidado también), volvamos ahora a la crónica. Después
de Gulu, en el norte de Uganda, fui a la capital, Kampala, donde participé de
distintos actos políticos destinados a fomentar las negociaciones de paz entre
el gobierno y el Ejército de Resistencia del Señor, en la esperanza de que la
gente del norte finalmente halle la paz de la que ha sido privada durante los
últimos 21 años. Desafortunadamente, al
momento de escribir estas líneas, las negociaciones lejos están aún de arribar
a buen puerto.
En Kampala, ciudad
pluricultural, celebré Diwala (año Nuevo) junto a la comunidad hindú y Ed Il
Fitr junto a los musulmanes.
Mezquita de Kampala, Uganda |
Marcha por la Paz en Gulu |
Gulu Talks 2006, con ONG´s y movimientos sociales |
Celebración de Diwala -año nuevo hindú- Los hindúes, una vez expulsados del país por Idi Amin, constituyen hoy una minoría económica muy poderosa. |
Contradicciones de Kampala: un hombre recupera el agua apropiada por un campo de golf. |
Luego partí hacia
Mbale, al este del país, pueblo al que me sentí atraído porque aquí tienen
lugar, entre mucha pompa y ceremonia, masivos rituales de circuncisión
masculina entre los Begisu. Si bien mi visita no coincidió con ninguna
festividad de este tipo, tuve oportunidad de conversar con mucha gente, lo que
me permitió comprender la significancia y real dimensión de este ritual mediante
el cual un niño se convierte en hombre.
Mi siguiente destino
fue el distrito de Kapchorwa, donde tuve mi primer contacto de campo con el
problema de la circuncisión femenina (o mutilación genital femenina o corte
genital femenino) que, bajo diversas modalidades, es practicada en 24 países
africanos. Aquí la tribu Sabiny, desde tiempos ancestrales, sella las complejas
ceremonias por las cuales una niña ha de transcurrir para convertirse en mujer,
mediante la excisión de la superficie del clítoris y parte de la labia minore
(la práctica actual es más ligera que la original, en la cual la mujer era
vaciada íntegramente de sus órganos sexuales). Permanecí unos cuantos días en
este pequeño pueblo y tuve oportunidad de conversar sobre la práctica con todo
el mundo: las mujeres que han pasado por el rito, las que se han opuesto, las
niñas que se acercan a la “temporada de corte”, la gente de REACH (una
organización de mujeres que aboga por la abolición de la práctica, los que por
el contrario hacen campaña por mantener la práctica, los hombres, ancianos y
jóvenes, los médicos del hospital, el magistrado. Asimismo, me invitaron a un
taller de trabajo con las cirujanas (las ancianas de las distintas comunidades
que se encargan de materializar el rito) a quienes se está procurando convencer
de que abandonen la tarea a la que se han dedicado toda su vida (y que les
permite ganarse el pan, después de todo). Esto ha sido una interesante
experiencia para conocer la complejidad del fenómeno en el cual una práctica,
profundamente enraizada en una comunidad, empieza a chocar con otros valores, y
la dinámica (y las contradicciones) que se dan en pos de abandonarla, o
mantenerla.
Kapchorwa, a la vera del Valle del Rift |
Taller con "cirujanas" Sabiny |
Una cirujana Sabiny explica las dificultades que tiene para abandonar el oficio de toda su vida |
Atardecer en Kapchorwa, este de Uganda |
Casamiento en Kapchorwa |
En el casamiento, la novia y sus amigas están vestidas igual. El padre del novio juega a ver si logra reconocer a la verdadera novia. |
Atardecer en Mbale, donde los Begisu celebran complejos rituales de circuncisión masculina |
Luego hice mi ingreso
a Kenya, y mi primer destino aquí fue la ciudad de Kisumu, donde visité el
Proyecto de Aldeas del Milenio que el Earth Institute de la Universidad de
Columbia tiene en la localidad de Sauri, un pequeño pueblo de tan sólo 5000
habitantes. La idea del proyecto es demostrar que los objetivos de desarrollo
del milenio, con inyección de adecuados recursos, organización y un enfoque
interdisciplinario, holístico y basado en la comunidad, son asequibles.
Frontera entre Uganda y Kenya |
Peluquería de frontera |
Centro de salud de la aldea del Milenio de Sauri |
Cocinas "más eficientes" energéticamente (maximizan el calor y por ende usan menos leña) |
Técnica africana para despabilar a los niños cuando se están durmiendo a media mañana: mandarlos a correr dos vueltas (vuelven vivitos y coleando) |
Mejores rindes en las plantaciones de Sauri (ojo: promueve un modelo agrícola de tipo "Revolución Verde") |
Tras un breve paseo
por las deliciosas plantaciones de té de Kericho (que, dicho sea de paso, como
es habitual en Kenya, están concentradas en muy pocas manos y, en general,
blancas y extranjeras) fui a dar de nuevo con el Valle del Rift que tiene,
siempre, un efecto cautivante. Esta vez, la cita fue Narok y el objetivo
conocer el universo de los maasai. Y, una vez más, los diversos problemas de
sus niñas y mujeres, en especial el de la mutilación genital femenina. Así,
tuve ocasión de conocer a Agnes Paregio (mujer del año de las Naciones Unidas
para Kenya 2006) que, con su organización Tasaru Girls (“Tasaru” en kimaasai
significa “salvadas”) aboga por la abolición de la práctica, rescata a las
niñas que están a punto de pasar por el ritual y les da refugio y trata, luego,
de reconociliarlas con sus familias. Pude conversar también con las maestras de
las escuelas, los médicos del hospital, el magistrado (en Kenya la práctica, a
diferencia de Uganda, se encuentra específicamente prohibida), las ex-cirujanas
a las que UNFPA donó un molino de maíz para que pudieran tener un medio de vida
alternativo. Pero lo más interesante fue sin duda pasar una noche en una
manyata (una pequeña comunidad maasai; real, porque también las hay para los
turistas), conversar con todo el mundo pero, mas aún, verlos vivir, en su
contexto, su tiempo y su espacio.
Plantaciones de té en Kericho (en pocas manos, blancas y occidentales) |
El molino donado por UNFPA para las cirujanas maasai |
Cirujanas maasai encontraron una alternativa económica a lo que siempre hicieron |
Tasaru Girls, donde las niñas maasai son llevadas en la "temporada de corte" para "salvarlas" del corte genital femenino |
Manyata maasai donde pasé una noche. Los maasai son polígamos y una manyata tiene una casa central (donde duerme el marido) y casitas alrededor (donde viven sus esposas y sus hijos). |
Mi anfitrión con sus hijos y su ganado en su manyata |
Mercado de hacienda maasai, en las afueras de Narok |
De allí a Nairobi que,
como gran ciudad africana, está plagada de contradicciones. Me hice amigo del
jardinero de YMCA, Kenneth, un joven de 21 años con ambiciones políticas que
vive en Kibera, la villa miseria más grande de Africa del Este, con más de
800.000 personas. Junto a él recorrí en varias ocasiones este inmenso universo
de miseria, chapa, basura, barro y mierda (aquí, dada la falta de baños, son
tristemente celebres los “baños voladores”: bolsas de plástico donde uno
deposita lo suyo y luego lo arroja por la ventana).
En Narobi también
conocí a algunas de las organizaciones que están trabajando con los chicos de
la calle, que son, según estimaciones, más o menos 300.000.
Tras esto me regalé una indulgencia en la costa de Mombasa y la paradisíaca playa de Diani, donde
degusté, una vez mas, la maravillosa cultura Swahili. Esta ruta también me llevó a asistir al festival cultural de Lamu, al norte de Malindi.
Vista desde el fuerte de Mombasa |
Paradisíaca playa de Diani, en las afueras de Mombasa |
Survive Man Duty (sobrevivir obligación del hombre) |
El resto, en Kenya,
fue lucha logística. Porque las rutas, normalmente un desastre, con las fuertes
lluvias que cayeron durante mi visita, se tornaron impasables. Así, quedé varado en la ruta entre Garsen y Garissa por dos días, en medio de la nada,
solo con mis compañeros y compañeros del camión en el que viajaba. Alimentados
con leche que compramos a los pastores locales, el increíble humor africano
convierte a toda situación en placentera.
Cuando finalmente
llegué a Garissa, quería visitar dos proyectos (la Aldea del Milenio de Dertu y
el Campo de Refugiados de Daadab) pero con las lluvias fue imposible. Junto a
un periodista local visitamos, empero, precisamente a las 10.000 familias
evacuadas por las lluvias en las márgenes del río Tana que, como han de
imaginarse, tras perderlo todo estaban viviendo en un campo en las condiciones
más míseras (y a la miseria de una catástrofe natural siempre se le suma la
humana, dado que la ayuda se politiza y entra en el perverso juego de los
réditos).
Volví a Nairobi, donde
conocí a varias personas que están trabajando en distintos proyectos de
naturaleza “humanitaria” (las comillas van por mi escepticismo sobre la
naturaleza de la así llamada “ayuda”, punto sobre el cual algún día volveré largo y tendido) en Sudán y Somalia.
Finalmente, la
aventura de arribar a Etiopía. El único modo por tierra es con un camión que
hace la ruta Nairobi-Moyale. Primero junto al maíz, luego junto a las vacas (y
su bosta, claro está), me tomó tres días llegar a la frontera…para conocer que
debía obtener una visa con anticipación. Con lo cual tuve que volver. Esta vez,
cabras (y su bosta) y lluvia torrencial durante seis horas. Gestioné la visa.
Vuelta en camión, pero esta vez cuatro días y medio, cavando en grupo para
desenterrar los camiones hundidos en el fango. No suena alentador, pero créanme
que el secreto se esconde en la historia “durante el viaje”: la convivencia con
las gentes sencillas convierte un trago amargo en miel.
Valió la pena el
esfuerzo. Hoy les escribo desde Addis Ababa, la capital del país. Etiopía es
una tierra maravillosa: excelente comida, excelente café, excelente música,
excelentes mujeres, paisajes soberbios. Tras pasar unos días aquí, fui a hacer
el llamado “circuito” del norte a visitar las ciudades históricas de Bahar Dar,
Gondar, Axum, Adwa, Mekele y Lalibela.
Etiopía, empero, no
está libre de contradicciones: la tasa de analfabetismo es una de las más altas
del mundo y todas las ciudades están llenas de chicos de la calle y mutilados.
Quiero ahora compartir
con ustedes unas buenas nuevas que han acontecido durante estos meses en que
transcurre esta crónica, y que sin duda han modificado el curso de mis planes.
La primera: mi adorada
hermanita espera un nuevo bebé para mediados de julio. Y, obviamente, quiero estar junto a ella en
ese momento. Por eso, he decidido volver a Argentina para fines de mayo.
La segunda: creo
haberles contado que en Sudáfrica me internaron por un problema de salud. Lo
que no les conté en esa oportunidad es que me habían hecho un estudio del
pulmón derecho en el que me detectaron “algo” que podía ser desde tan sólo un
nodo reactivo, un principio de tuberculosis o un tumor (provocado, quizás, por
mi exposición al asbestos en Swazilandia). Tenía que chequearlo a los tres
meses y cuando estuve en Nairobi me hice un nuevo estudio y, por suerte, no era
más que un nodo reactivo que ya desapareció. Esto me dio nuevos bríos para
seguir adelante, porque les confieso que me tenía preocupado.
La tercera: desde
Kenya envié mi renuncia al Ministerio Público Fiscal, así que integro ahora la
gran masa de desocupados de nuestro país (pero por ahora expatriado). Es para
mí un paso muy importante: esta experiencia, creo, me ha obligado a romper con
muchas cosas de mi pasado. Y aventurarme a nuevas, por más inciertas que sean.
Así que, mi querida
gente, la ruta continúa por un tiempito más.
Quiero aprovechar la
ocasión para agradecerles a todos los que en este tiempo me han escrito,
especialmente para desearme felices fiestas. Por favor síganlo haciendo y no se
desalienten con el hecho de que no les escriba: estoy al tanto de todas las
noticias que me transmiten de sus vidas, las albergo y me reservo para futuros
encuentros personales, sin duda mucho más ricos.
Etiopía se rige por el
calendario juliano, con lo cual la Navidad aquí la festejan el 7 de enero (de nuestro
calendario) y el año nuevo en el 11 de septiembre. Por eso, la noche de la
navidad la pasé en la cocina (alumbrada con velas) de una pensión de un pequeño
pueblo perdido en las montañas, junto a las tres cocineras, calentando nuestras
manos sobre las brasas y alimentándonos mutuamente en la boca con injera, como
aquí suelen hacer. Tuvo su magia.
Les deseo a todos un
muy feliz año nuevo.
Como siempre, les
mando el abrazo mas fuerte del que soy capaz.
Marcos
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