lunes, 17 de junio de 2013

Señales de Vida 5: De Gulu a Addis Ababa


Mi querida gente,

En la última de mis Señales de Vida, omití contarles sobre mi visita a una de las comunidades Batwa, en Kisoro, sudoeste de Uganda. Los Batwa son los descendientes de los pigmeos y constituyen el grupo étnico minoritario de Burundi, Rwanda y Uganda. Desde que fueron expulsados del bosque, su hábitat natural, luchan a diario por sobrevivir en las condiciones más paupérrimas. Junto a la gente de UOBDU (una organización local que lucha por sus derechos) y al cacique jefe, fuimos a visitar una de las aldeas, ubicada en una colina sobre el imponente valle del Rift. Pobres entre pobres, marginados entre marginados, los Batwa se encuentran perdidos en un mundo que les es ajeno. Sumergidos en el alcohol y la apatía, solo vuelven a la vida cuando bailan. Los Batwa, en otros tiempos encargados de entretener a las cortes reales, son aún hoy los mejores bailarines. Cuando  sus cuerpos danzan, su imaginación los lleva de vuelta al bosque, y sus ojos recobran el brillo perdido.
Tras esta pequeña mención de los Batwa (que por cierto me tranquiliza, porque todo el mundo los olvida, y yo los había olvidado también), volvamos ahora a la crónica. Después de Gulu, en el norte de Uganda, fui a la capital, Kampala, donde participé de distintos actos políticos destinados a fomentar las negociaciones de paz entre el gobierno y el Ejército de Resistencia del Señor, en la esperanza de que la gente del norte finalmente halle la paz de la que ha sido privada durante los últimos 21 años. Desafortunadamente,  al momento de escribir estas líneas, las negociaciones lejos están aún de arribar a buen puerto.
En Kampala, ciudad pluricultural, celebré Diwala (año Nuevo) junto a la comunidad hindú y Ed Il Fitr junto a los musulmanes.

Mezquita de Kampala, Uganda

Marcha por la Paz en Gulu

Gulu Talks 2006, con ONG´s y movimientos sociales

Celebración de Diwala -año nuevo hindú-
Los hindúes, una vez expulsados del país por Idi Amin,
constituyen hoy una minoría económica muy poderosa.

Contradicciones de Kampala: un hombre recupera el
agua apropiada por un campo de golf.


Luego partí hacia Mbale, al este del país, pueblo al que me sentí atraído porque aquí tienen lugar, entre mucha pompa y ceremonia, masivos rituales de circuncisión masculina entre los Begisu. Si bien mi visita no coincidió con ninguna festividad de este tipo, tuve oportunidad de conversar con mucha gente, lo que me permitió comprender la significancia y real dimensión de este ritual mediante el cual un niño se convierte en hombre.
Mi siguiente destino fue el distrito de Kapchorwa, donde tuve mi primer contacto de campo con el problema de la circuncisión femenina (o mutilación genital femenina o corte genital femenino) que, bajo diversas modalidades, es practicada en 24 países africanos. Aquí la tribu Sabiny, desde tiempos ancestrales, sella las complejas ceremonias por las cuales una niña ha de transcurrir para convertirse en mujer, mediante la excisión de la superficie del clítoris y parte de la labia minore (la práctica actual es más ligera que la original, en la cual la mujer era vaciada íntegramente de sus órganos sexuales). Permanecí unos cuantos días en este pequeño pueblo y tuve oportunidad de conversar sobre la práctica con todo el mundo: las mujeres que han pasado por el rito, las que se han opuesto, las niñas que se acercan a la “temporada de corte”, la gente de REACH (una organización de mujeres que aboga por la abolición de la práctica, los que por el contrario hacen campaña por mantener la práctica, los hombres, ancianos y jóvenes, los médicos del hospital, el magistrado. Asimismo, me invitaron a un taller de trabajo con las cirujanas (las ancianas de las distintas comunidades que se encargan de materializar el rito) a quienes se está procurando convencer de que abandonen la tarea a la que se han dedicado toda su vida (y que les permite ganarse el pan, después de todo). Esto ha sido una interesante experiencia para conocer la complejidad del fenómeno en el cual una práctica, profundamente enraizada en una comunidad, empieza a chocar con otros valores, y la dinámica (y las contradicciones) que se dan en pos de abandonarla, o mantenerla.

Kapchorwa, a la vera del Valle del Rift

Taller con "cirujanas" Sabiny

Una cirujana Sabiny explica las dificultades que
tiene para abandonar el oficio de toda su vida

Atardecer en Kapchorwa, este de Uganda

Casamiento en Kapchorwa

En el casamiento, la novia y sus amigas están vestidas igual.
El padre del novio juega a ver si logra reconocer a la verdadera novia.

Atardecer en Mbale, donde los Begisu celebran complejos
rituales de circuncisión masculina


Luego hice mi ingreso a Kenya, y mi primer destino aquí fue la ciudad de Kisumu, donde visité el Proyecto de Aldeas del Milenio que el Earth Institute de la Universidad de Columbia tiene en la localidad de Sauri, un pequeño pueblo de tan sólo 5000 habitantes. La idea del proyecto es demostrar que los objetivos de desarrollo del milenio, con inyección de adecuados recursos, organización y un enfoque interdisciplinario, holístico y basado en la comunidad, son asequibles.

Frontera entre Uganda y Kenya

Peluquería de frontera

Centro de salud de la aldea del Milenio de Sauri

Cocinas "más eficientes" energéticamente
(maximizan el calor y por ende usan menos leña)

Técnica africana para despabilar a los niños cuando se
están durmiendo a media mañana: mandarlos a
correr dos vueltas (vuelven vivitos y coleando)

Mejores rindes en las plantaciones de Sauri
(ojo: promueve un modelo agrícola de tipo "Revolución Verde")


Tras un breve paseo por las deliciosas plantaciones de té de Kericho (que, dicho sea de paso, como es habitual en Kenya, están concentradas en muy pocas manos y, en general, blancas y extranjeras) fui a dar de nuevo con el Valle del Rift que tiene, siempre, un efecto cautivante. Esta vez, la cita fue Narok y el objetivo conocer el universo de los maasai. Y, una vez más, los diversos problemas de sus niñas y mujeres, en especial el de la mutilación genital femenina. Así, tuve ocasión de conocer a Agnes Paregio (mujer del año de las Naciones Unidas para Kenya 2006) que, con su organización Tasaru Girls (“Tasaru” en kimaasai significa “salvadas”) aboga por la abolición de la práctica, rescata a las niñas que están a punto de pasar por el ritual y les da refugio y trata, luego, de reconociliarlas con sus familias. Pude conversar también con las maestras de las escuelas, los médicos del hospital, el magistrado (en Kenya la práctica, a diferencia de Uganda, se encuentra específicamente prohibida), las ex-cirujanas a las que UNFPA donó un molino de maíz para que pudieran tener un medio de vida alternativo. Pero lo más interesante fue sin duda pasar una noche en una manyata (una pequeña comunidad maasai; real, porque también las hay para los turistas), conversar con todo el mundo pero, mas aún, verlos vivir, en su contexto, su tiempo y su espacio.


Plantaciones de té en Kericho
(en pocas manos, blancas y occidentales)

El molino donado por UNFPA para las cirujanas maasai

Cirujanas maasai encontraron una alternativa
económica a lo que siempre hicieron

Tasaru Girls, donde las niñas maasai son llevadas en la
"temporada de corte" para "salvarlas" del
corte genital femenino

Manyata maasai donde pasé una noche.
Los maasai son polígamos y una manyata tiene una casa
central (donde duerme el marido) y casitas alrededor (donde
viven sus esposas y sus hijos).

Mi anfitrión con sus hijos y su ganado en su manyata

Las vacas son el centro de la vida maasai.
A las vacas les colocan un cuero de ternero para que se
queden tranquilas y puedan ser ordeñadas.
Los maasai disparan una flecha a la aorta para obtener
sangre fresca para cerrar acuerdos y para reconstituir los
tejidos de las mujeres que acaban de dar a luz.

Un varón maasai y una de sus esposas.
Si el varón recibiera la visita en su manyata de un compañero de
promoción (con el cual fue circuncidado), tendría derechos
sexuales sobre una de sus esposas y pasaría la noche con ella.

Mercado de hacienda maasai, en las afueras de Narok

De allí a Nairobi que, como gran ciudad africana, está plagada de contradicciones. Me hice amigo del jardinero de YMCA, Kenneth, un joven de 21 años con ambiciones políticas que vive en Kibera, la villa miseria más grande de Africa del Este, con más de 800.000 personas. Junto a él recorrí en varias ocasiones este inmenso universo de miseria, chapa, basura, barro y mierda (aquí, dada la falta de baños, son tristemente celebres los “baños voladores”: bolsas de plástico donde uno deposita lo suyo y luego lo arroja por la ventana).
En Narobi también conocí a algunas de las organizaciones que están trabajando con los chicos de la calle, que son, según estimaciones, más o menos 300.000.
Tras esto me regalé una indulgencia en la costa de Mombasa y la paradisíaca playa de Diani, donde degusté, una vez mas, la maravillosa cultura Swahili. Esta ruta también me llevó a asistir al festival cultural de Lamu, al norte de Malindi.

Vista desde el fuerte de Mombasa

Paradisíaca playa de Diani, en las afueras de Mombasa

Survive Man Duty
(sobrevivir obligación del hombre)


El resto, en Kenya, fue lucha logística. Porque las rutas, normalmente un desastre, con las fuertes lluvias que cayeron durante mi visita, se tornaron impasables. Así, quedé varado en la ruta entre Garsen y Garissa por dos días, en medio de la nada, solo con mis compañeros y compañeros del camión en el que viajaba. Alimentados con leche que compramos a los pastores locales, el increíble humor africano convierte a toda situación en placentera.
Cuando finalmente llegué a Garissa, quería visitar dos proyectos (la Aldea del Milenio de Dertu y el Campo de Refugiados de Daadab) pero con las lluvias fue imposible. Junto a un periodista local visitamos, empero, precisamente a las 10.000 familias evacuadas por las lluvias en las márgenes del río Tana que, como han de imaginarse, tras perderlo todo estaban viviendo en un campo en las condiciones más míseras (y a la miseria de una catástrofe natural siempre se le suma la humana, dado que la ayuda se politiza y entra en el perverso juego de los réditos).
Volví a Nairobi, donde conocí a varias personas que están trabajando en distintos proyectos de naturaleza “humanitaria” (las comillas van por mi escepticismo sobre la naturaleza de la así llamada “ayuda”, punto sobre el cual algún día volveré largo y tendido) en Sudán y Somalia.
Finalmente, la aventura de arribar a Etiopía. El único modo por tierra es con un camión que hace la ruta Nairobi-Moyale. Primero junto al maíz, luego junto a las vacas (y su bosta, claro está), me tomó tres días llegar a la frontera…para conocer que debía obtener una visa con anticipación. Con lo cual tuve que volver. Esta vez, cabras (y su bosta) y lluvia torrencial durante seis horas. Gestioné la visa. Vuelta en camión, pero esta vez cuatro días y medio, cavando en grupo para desenterrar los camiones hundidos en el fango. No suena alentador, pero créanme que el secreto se esconde en la historia “durante el viaje”: la convivencia con las gentes sencillas convierte un trago amargo en miel.
Valió la pena el esfuerzo. Hoy les escribo desde Addis Ababa, la capital del país. Etiopía es una tierra maravillosa: excelente comida, excelente café, excelente música, excelentes mujeres, paisajes soberbios. Tras pasar unos días aquí, fui a hacer el llamado “circuito” del norte a visitar las ciudades históricas de Bahar Dar, Gondar, Axum, Adwa, Mekele y Lalibela.
Etiopía, empero, no está libre de contradicciones: la tasa de analfabetismo es una de las más altas del mundo y todas las ciudades están llenas de chicos de la calle y mutilados.
Quiero ahora compartir con ustedes unas buenas nuevas que han acontecido durante estos meses en que transcurre esta crónica, y que sin duda han modificado el curso de mis planes.
La primera: mi adorada hermanita espera un nuevo bebé para mediados de julio.  Y, obviamente, quiero estar junto a ella en ese momento. Por eso, he decidido volver a Argentina para fines de mayo.
La segunda: creo haberles contado que en Sudáfrica me internaron por un problema de salud. Lo que no les conté en esa oportunidad es que me habían hecho un estudio del pulmón derecho en el que me detectaron “algo” que podía ser desde tan sólo un nodo reactivo, un principio de tuberculosis o un tumor (provocado, quizás, por mi exposición al asbestos en Swazilandia). Tenía que chequearlo a los tres meses y cuando estuve en Nairobi me hice un nuevo estudio y, por suerte, no era más que un nodo reactivo que ya desapareció. Esto me dio nuevos bríos para seguir adelante, porque les confieso que me tenía preocupado.
La tercera: desde Kenya envié mi renuncia al Ministerio Público Fiscal, así que integro ahora la gran masa de desocupados de nuestro país (pero por ahora expatriado). Es para mí un paso muy importante: esta experiencia, creo, me ha obligado a romper con muchas cosas de mi pasado. Y aventurarme a nuevas, por más inciertas que sean.
Así que, mi querida gente, la ruta continúa por un tiempito más.
Quiero aprovechar la ocasión para agradecerles a todos los que en este tiempo me han escrito, especialmente para desearme felices fiestas. Por favor síganlo haciendo y no se desalienten con el hecho de que no les escriba: estoy al tanto de todas las noticias que me transmiten de sus vidas, las albergo y me reservo para futuros encuentros personales, sin duda mucho más ricos.
Etiopía se rige por el calendario juliano, con lo cual la Navidad aquí la festejan el 7 de enero (de nuestro calendario) y el año nuevo en el 11 de septiembre. Por eso, la noche de la navidad la pasé en la cocina (alumbrada con velas) de una pensión de un pequeño pueblo perdido en las montañas, junto a las tres cocineras, calentando nuestras manos sobre las brasas y alimentándonos mutuamente en la boca con injera, como aquí suelen hacer. Tuvo su magia.
Les deseo a todos un muy feliz año nuevo.
Como siempre, les mando el abrazo mas fuerte del que soy capaz.




Marcos

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