sábado, 8 de junio de 2013

Señales de Vida 1: De Cape Town a Ilha de Mozambique




Entre febrero de 2006 y julio de 2007 me embarqué en un "viaje de derechos humanos" por 18 países africanos y 4 países asiáticos.

Desde distintas postas de la ruta envié mis "señales de vida" al otro lado del charco.

Aquí he querido reproducir esas "señales de vida" intactas: reflejan mi mirada del mundo en ese tiempo y en ese espacio.






Mi querida gente,

Hace ya casi dos meses que he dejado atrás mis queridos pagos para aventurarme en las entrañas de la madre tierra africana. Hora, pues, de emerger de sus profundidades para dar señales de vida al otro lado del charco.
Mi primer destino en este continente fue quizás el que menos propio le es, Ciudad del Cabo, Sudáfrica: ciudad de luces y sombras donde el color de la piel, doce años después del fin del apartheid, sigue cargando la atmósfera. Tierra donde las palabras blanco y negro se filtran, subrepticiamente, en toda conversación. Un enclave blanco sobre el mar siempre intimidado por grandes masas negras hacia el este, a donde fueron trasladadas a la fuerza. Bajo una cara de la luna, las marinas, los fastuosos complejos inmobiliarios sobre las costas, la cocina gourmet, las tiendas de las más prestigiosas marcas internacionales y las agencias de Ferrari y BMW. Bajo la otra, las casas de cartón y zinc, las bombas de agua comunes a donde miles de mujeres hacen su diaria peregrinación con baldes sobre sus cabezas, los caminos de arena y el humo negro que emana de las brasas donde se hacina la carne asediada por las moscas, y que todo lo impregna. Cuando el sol asoma, las razas se fusionan, acudiendo al llamado del mercado laboral. Cientos de miles de negros se atiborran en los taxis comunes para trasladarse hacia la ciudad, a donde ofrecen su único recurso económico, su fuerza de trabajo. Ya nadie les exige el pase que otrora estaban obligados a llevar y producir. Pero la dinámica es similar: dejan su sudor y conmutan, vuelven a sus antiguos ghettos al caer la noche. Empero, ésta es la situación de quienes tienen el privilegio de acceder al mercado del trabajo, que no son muchos. Los demás, vagan día y noche por las calles de la ciudad. Realidad de nuestro doliente tercer mundo, signada por la desigualdad más supina. Por suerte, estas líneas han de ser leídas por ustedes, que bien conocen estas situaciones, por estar también a la vuelta de nuestra propia esquina.
En Ciudad del Cabo estuve en los refugios de los linyeras, las pensiones donde se hospedan los refugiados africanos, asistí a un juicio criminal, recorrí la estación central de policía, ascendí a la Table Montain y fui a Robben Island, la isla donde Nelson Mandela permaneció preso veintisiete años.
El propósito de mi viaje va definiendo sus contornos: aprehender, con la fuerza que sólo los sentidos pueden ofrecer, cuáles son las situaciones más críticas en derechos humanos, y ponerme en contacto con la gente que lucha a diario por mejorar las cosas. Y en Ciudad del Cabo tuve una buena dosis de ambas: Vivienne de una ONG llamada SWEAT me adentró en el mundo de las trabajadoras sexuales cuya actividad, en Sudafrica, está prohibida; la gente de Childline me contó lo que hacen frente a los cientos de miles de llamadas de niños abusados sexualmente, entre otras razones, porque aquí circula un pernicioso mito que asegura que tener relaciones con una niña o niño virgen cura el sida; las misioneras de la Caridad que recogen a los niños abandonados en los hospitales por haber nacido con deformidades; Tanya me ofreció sus últimas energías para mostrarme cómo lucha para ofrecerle a la gente un hogar digno donde cobijar a su familia del frío y la lluvia; la gente del Legal Resources Centre que ofrece su experiencia legal para representar a aquéllos que no tienen nada y, finalmente, estuve conversando con profesores de ciencia política de la Universidad de Western Cape.
Me encontré con un amigo de Columbia que ahora trabaja como asesor legal del Ministro de Finanzas, y me contó lo que sucede, puertas adentro, en un gobierno que, poco a poco, está tratando de satisfacer las necesidades de alimentación, educación y vivienda de la mayoría de la población, no sin la plaga de la corrupción. El me presentó a su primo Mbongani, quien vive en uno de los townships, Khayelitcha y me fui a pasar unos días con él, viviendo como él vive y palpar, de cerca, la riqueza de la cultura africana, sus músicas, sus bailes.



Vista de Ciudad del Cabo desde Table Mountain




Compartiendo "pap" con Mbongani Hoko



Con los niños del Hogar de las Misioneras de la Caridad



El township "Khayelitcha"



La casa de Mbongani Hoko en Khayelitcha



Con Mbongani Hoko y sus amigos



Con los niños de Khayelitcha



Atardecer en Khayelitcha 


Despedida de Khayelitcha



Me quedé diez días en Ciudad del Cabo, y luego me fui a Umtata, una pequeña ciudad que bordea las áreas rurales, Qunu y Mvezo, donde Nelson Mandela vivió sus primeros años. Me quedé en Qunu con un granjero, Daniel Pacquela, con quien compartí su vida en el campo y, de paso, aprendí sobre el lenguaje y la cultura de los xhosas. Estoy aprendiendo, de a poco, a hablar algo de xhosa, zulu y sotho (tres de las doce lenguas) oficiales que Sudáfrica tiene) y único vehículo posible para llegar a la gente.



Daniel Pacquela



Una vivienda tradicional xhosa por dentro



Tejiendo los vestidos para el casamiento del nieto de Nelson Mandela



Montaje del techo de paja en una vivienda tradicional xhosa



De allí me fui a Coffe Bay, una bahía preciosa con unas playas bañadas por las cálidas aguas del Océano Indico. Luego a East London, Gobuni, King William’s Town y Grahamstown. El motivo por el que fui a esta última es porque me puse en contacto con Phelophepa, un tren de dieciséis vagones que brinda asistencia sanitaria a las áreas rurales donde aquélla normalmente no llega y me invitaron a conocerlo, a charlar con los pacientes y con los trabajadores; de paso, visité también a una ONG llamada UMTHATHI, que procura enseñar a la gente de los townships cómo cultivar sus propios vegetales de manera sustentable, para asegurar una dieta saludable a sus familias; la oficinas locales del Legal Resources Centre y de Amnesty International y me reuní con gente de distintas ONG’s que centran sus recursos y energías en ayudar a prevenir la propagación del sida y hacer más digna la vida de aquéllos que ya lo padecen, que aquí son uno de cada tres sudafricanos; también me reuní con gente de una ONG llamada People’s Project que asesora y asiste a otras ONG’s a cumplir con sus objetivos y asistí a un debate en la Universidad de Cecil Rhodes.
Luego partí hacia Durban, donde me hospedé en la casa de un profesor de ciencias ambientales que asesora al gobierno y procura convertir su propio hogar en un modelo de gestión ambiental: paneles solares todo lo alimentan. Allí estuve con tres nuevos amigos, Wesley de Tanzania, Jonah, de Uganda y Elettra, de Italia, con quienes mantuve interesantísimas discusiones.




Coffe Bay



Niños refrescándose en un arroyo en Coffe Bay



Mujeres vestidas para conmemorar el Día Internacional de la Mujer en Coffe Bay


Una joven portando sus materiales de estudio en Coffe Bay


Luego me fui con una médica de Médicos sin Fronteras a visitar Lesotho, donde estuvimos cuatro días. Hicimos una cabalgata de dos días y dormimos en una aldea indígena. En Maseru, la capital, nos reunimos con gente del Programa Mundial de Alimentos y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y visitamos los centros de dispendio de alimentos, feeding centers.





Niños a la salida de la escuela en la frontera con Lesotho 



Con un joven en Lesotho



Niño de Lesotho



Con niños en Lesotho



Niñas en Lesotho



Mujeres cantando para festejar el triunfo deportivo de sus hombres



Niñas en El Reino de las Montañas



Un niño con la vestimenta tradicional sotho



Tres jóvenes sothos


Volvimos luego para Durban, desde donde partimos hacia Richards Bay. Aquí nos encontramos con Gastón, un argentino, y Grant, sudafricano, quienes alquilan su barco Zanj a los arqueonautas, buscadores de tesoros en alta mar, y me uní a su tripulación en el viaje hacia el norte, por la costa oriental de Mozambique. Tras una travesía de diez días por alta mar, y habiendo hecho escalas en Inhambane, Tofo y en las islas perdidas de Caldheira y Goa, arribamos aquí a Ilha do Mozambique, desde donde les escribo.






Atardecer en el Canal de Mozambique



Zanj, surcando las aguas del Canal



Amanecer en el Canal



Voy a quedarme más o menos un mes aquí en Mozambique, recorriendo las aldeas, visitando a distintas ONG’s y órdenes misioneras, en un viaje hacia el sur.
Bueno, como apreciarán, me encuentro vivito y coleando, disfrutando mucho de toda esta increíble experiencia. Estoy plenamente feliz y gozando de una excelente salud (aún no perdí los flotadores que me acompañan hace tiempo). Ahora me adentro en tierra de malaria, y veremos que pasa.
Espero que todos y cada uno de ustedes se encuentren más que bien. Sepan que me encantaría escribirles, en forma personalizada, a cada uno de ustedes, mas aquí es bastante difícil y caro acceder a la Internet.
Por favor escríbanme en sus tiempos libres: quiero estar al corriente de sus vidas porque, más allá de que me encuentre muy bien por estos pagos, no olvido que mi refugio afectivo, la gente que más me quiere y a quien más quiero se encuentra del otro lado del charco (y ahora del continente y del charco).


Les mando el abrazo más fuerte del que soy capaz,


Marcos


Umntu ngumntu ngabantu (en xhosa, “uno es uno a través de los otros”)



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