Muchos conocen a Ishmael Beah, el
niño soldado de la guerra civil de Sierra Leona que escribió el libro “Un largo
camino: Memorias de un niño soldado” y se convirtió luego en embajador de buena
voluntad de UNICEF para generar conciencia contra el reclutamiento de niños en
los conflictos armados.
Muchos, empero, ya no se acuerdan de
otro niño soldado de esa misma guerra, Alhaji Babah Sawaneh, quien a los 14
años fue el primer niño soldado en dar un discurso ante el Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas sobre el problema de los niños soldados en Sierra Leona.
Tuve el privilegio de conocerlo a
Alhaji en Freetown en enero de 2011, a través del personal de la Corte Especial
para Sierra Leona, y desde entonces seguimos en contacto.
Diez años después de dar su famoso
discurso, Alhaji ya había pasado al olvido y, a falta de ayuda del Estado, de
Naciones Unidas o de la sociedad civil, estaba en aprietos para pagar sus
estudios y su pensión en la Universidad. El año pasado, después de mucho
esfuerzo, felizmente Alhaji pudo concluir sus estudios universitarios.
Como su historia es digna de ser
conocida, nadie mejor que él para contarla. Aquí me he permitido traducir el
discurso que dio el martes 20 de noviembre de 2011 ante el Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas:
Buen día, damas y caballeros. Mi
nombre es Alhaji. Tengo 14 años y vengo de Sierra Leona.
En 1997, cuando tenía 10 años, me
fui en las vacaciones de Navidad a la aldea de mi tío, Madina Loko, en el norte
de Sierra Leona. Durante la segunda semana de mi estadía escuchamos que los
rebeldes estaban a diez millas de donde estábamos. Corrimos a la selva para
escondernos. A la noche, salíamos en silencio y cocinábamos cualquier cosa que
tuviéramos en la choza. En la segunda noche, mi hermano mayor y yo fuimos a
buscar agua para cocinar, cuando nos encontramos con los rebeldes. Revisaron
nuestros bolsillos en busca de dinero y como no encontraron nada nos pegaron.
Nos llevaron de vuelta a nuestra aldea donde nos ataron, volvieron a pegarnos y
nos dejaron bajo el sol ardiente. Muchas casas fueron incendiadas, muchas
propiedades destruidas y mucha gente fue asesinada. Un grupo de rebeldes que
había ido a la selva en busca de comida encontró a mi tío y al resto de su
familia. Mi tío fue luego asesinado.
Esa misma noche los rebeldes nos
ordenaron ir con ellos a la base de su campamento ubicada detrás del poblado de
Kabala. Estaba a más de 100 millas de mi aldea. Caminamos por más de diez días
en la selva, descansando sólo unas pocas horas, la mayor parte de las veces con
el estómago vacío. Al llegar nos entrenaron para desarmar y disparar rifles AK
47. Desde entonces fui usado para pelear cuando éramos atacados. Durante estos
ataques matamos gente, quemamos casas, destruimos propiedades y cortamos
miembros. Pero la mayor parte de las veces iba en busca de alimento y hacía
trabajo doméstico para la esposa de mi comandante. Esto fue porque era muy
flaquito.
En enero de 2000, dos años después
de mi captura, las fuerzas de paz de Naciones Unidas se encontraron con
nuestros comandantes para explicar el proceso de desarme, desmovilización y
rehabilitación (DDR). Nos dijeron que esa negociación incluía la liberación de
todos los niños soldados. Nuestro comandante retornó a nuestra base a la mañana
siguiente y ordenó a los otros comandantes que nos liberaran. Dijo que aquéllos
que no lo hicieran serían asesinados. La información fue pasando entre todos
los combatientes y dos días después más de 250 niños fueron entregados a
UNAMSIL en el pueblo de Kabala. Nos llevaron a un centro de cuidado en Lunsar.
En Lunsar me registraron para la
desmovilización y luego me entregaron a Caritas Makeni para cuidado y
protección. Me llevaron al centro médico inmediatamente porque tenía todo el cuerpo
cubierto de sarna. No había visto a ningún familiar por dos años así que cuando
Caritas me dijo que harían todo lo posible por encontrar a nuestras familias
les di toda la información. Desafortunadamente no era seguro para ellos ir a mi
aldea así que me pusieron en una escuela secundaria comunitaria. En mayo de ese
año el líder del Ejército Revolucionario Unido (RUF) fue detenido otra vez tras
una manifestación en Freetown. Los rebeldes decidieron atacar otra vez e
intentaron reclutarnos nuevamente. No queríamos pelear más así que nos
escapamos con nuestros trabajadores sociales a la selva. Casi 200 de nosotros
pudimos llegar a Freetown y allí nos recogió Caritas.
En Lungi, conocimos a otros niños en
el programa de Cáritas que se habían escapado de otros centros en Port Loko y
Makeni por miedo a ser reclutados nuevamente. Había más de 350 niños en el
nuevo centro. Al principio, la gente de Lungi no nos quería en el pueblo y eso
fue manifestado por el Jefe Supremo. UNICEF y Caritas Makeni tuvieron una
reunión con él y con los líderes locales. Les explicaron que nos habían
desmovilizado y que no queríamos pelear más. Eso cambió sus ideas y permitieron
que nos quedáramos. Aquí también me pusieron junto a otros niños en una escuela
comunitaria.
Las reuniones con la gente no
terminaron con los líderes locales porque los niños de la escuela no eran muy
amistosos con nosotros. Nos llamaban “niños rebeldes”. Gracias a Dios íbamos a
la escuela por la tarde de modo que podíamos evitarlos todo lo posible. Así que
Caritas hizo varias reuniones con distintos grupos de la comunidad para que nos
perdonen y nos acepten. Esto funcionó muy bien porque al final del año una
mujer de la comunidad decidió adoptarme. Sigo viviendo con ella porque mi
familia aún no ha sido encontrada.
Damas y caballeros; es importante
que ustedes sepan que el viaje que he hecho ha sido menos difícil porque he
entrado en el programa DDR. Hice cosas malas en la selva y vi que se hicieron
cosas muy malas a otros niños y adultos. Quitarme el arma fue un paso vital
para mí. El programa me ayudó a sentirme natural y normal otra vez. Me ayudó a
encontrar maneras para integrarme en la sociedad nuevamente.
La ruta como he dicho no ha sido
fácil. En la escuela sufrí el resentimiento de otros niños. Me miraban de modo
diferente, como si fuera un demonio. Quizás tuvieran buenas razones. Después de
todo, solíamos hacerles cosas muy horribles a ellos, a sus familias, amigos y
comunidades. Pero sufrimos tanto como ellos porque fuimos obligados a hacerlo
por nuestros comandantes. Tenemos que pedir perdón y demostrar extremadamente
buenas maneras de vivir.
Con los miembros de la familia, he
tenido que enfrentar mucha desconfianza. Algunos dudan de que pueda volver a
ser un “chico normal” otra vez. Me recuerdan mi pasado muy fácilmente cuando
cometo errores. “No traigas tu vida rebelde acá”, dicen. La gente de las
comunidades puede ser realmente peligrosa. Algunos quieren venganza a toda
costa y de cualquier manera. Con el apoyo de las familias, amigos y las
agencias que trabajan con niños, estamos superando esto.
El programa DDR está llegando a su
fin y estoy muy feliz porque miles de niños han tenido la posibilidad de
atravesar el proceso. Sé que aún hay muchos niños que permanecen reclutados,
especialmente nuestras hermanas. Le pido a este cuerpo en nombre de todos los
niños de Sierra Leona para que hagan todo lo posible para dar un final a
nuestra triste historia. Queremos movernos libremente en nuestro país y poder
ir a las escuelas que queremos. Queremos visitar a nuestros amigos y familiares
en todo el país sin miedo a ser secuestrados, reclutados y estar expuestos a
otros peligros. Sobre todas las cosas, queremos que nuestros padres puedan trabajar y educarnos y queremos
convertirnos en ciudadanos útiles. Esto es lo que significa paz en Sierra Leona
para mí.
Les agradezco el haberme invitado
para contar mi historia en nombre de mis hermanos y hermanas de Sierra Leona y
de otros países en guerra. Espero que en todos los países los gobiernos y las
Naciones Unidas escuchen a los niños y tengan nuestros intereses en cuenta.
Queremos una vida mejor. Queremos paz. Contamos con su apoyo continuo para
conseguirlo.
Con Alhaji, en una plaza en Freetown (2011) |
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