Cuando volví de mi viaje de un año y medio por Africa, buscaba entrar a trabajar a Acción contra el Hambre. Apliqué para varios puestos en distintos países en Africa, sin éxito (nunca obtuve respuesta siquiera). Aquí reproduzco, como carta abierta, la "carta de motivación" que adjuntaba a mi CV en aquélla oportunidad:
Era muy chico
cuando la hambruna de Etiopía de 1984/85 se cobró un millón de vidas. O cuando,
años después, volvió a causar estragos en Somalia. Pero al día de hoy aún me
persiguen las imágenes de aquéllas niñas y niños que, iguales que yo, se
debatían entre la vida y la muerte, simplemente por no tener nada para comer. Niñas
y niños que no han llegado a ser adultos como yo.
Creo que fue en
esos momentos que incubé mi deseo de conocer aquéllas tierras lejanas y el
sufrimiento de sus gentes. Después de muchas idas y vueltas, de deambular por
varios caminos, pude hacerlo. Me interné un año y medio en los países más
pobres del mundo, para seguirle las huellas al hambre y verle la cara a la
muerte.
Cuando volví a
mi Buenos Aires querida, ya no era el mismo, ni podía serlo. La vocación,
otrora tenue (y, como tal , fácil de silenciar o marear), se volvió tenaz,
incisiva, implacable. Porque, créanme, ya no nos conmueven las estadísticas.
Nos hemos acostumbrado a escuchar que 852 millones de personas, en este mundo
de abundancia, están hoy severamente desnutridas. O que, cada siete segundos,
un niño menor de diez años abandona esta vida por causas directa e
indirectamente relacionadas con la desnutrición. O
que 2000 millones de personas padecen lo que los técnicos denominan “hambre
oculta”, en virtud de la cual sufren daños irreversibles, interrumpen su
desarrollo, pierden la vista o, con su sistema inmunológico deprimido, sucumben
a enfermedades que, de estar adecuadamente nutridos, serían fácilmente evitables.
Pero otra cosa
es ver a las estadística en carne y hueso, desnuda. En el cuerpo raquítico de
un niño marasmático. En la piel descascarada de una niña con kwashiorkor. En
los ojos anémicos (o ciegos) de un campesino. En la mama seca, inerte y gomosa
de una mujer que, de exhausta y desnutrida, ya no es capaz de dar vida de su
vida, de ofrecerle a su hijo la miel de sus pechos. En la peregrinación cotidiana
de los niños a los centros de nutrición terapéutica. Y esto ocurre,
silenciosamente, todos los días en cada rincón del planeta. Incluso en mi
propio país, que se ha jactado siempre de ser el granero del mundo. Lo que digo
no me lo han contado, lo he visto con mis propios ojos, éstos que, por bien
alimentado, aún ven y brillan.
Si la vocación
es responder a las voces implorantes del mundo, ¿cómo desoír a la de quienes
hoy sufren las tenazas del hambre? Soy abogado, y de derechos humanos. ¿Qué
derecho es hoy más importante que el derecho a la alimentación? ¿De qué sirven
todos los demás catálogos de derechos si no somos capaces, como comunidad
humana, de garantizar, a cada uno de sus miembros, la ingesta de las 2400/2700
calorías que mantienen la delgada línea de la vida humana?
Porque hay alimentos para todos, y de
sobra. Demandar en la escasez es inútil. Pero en la abundancia, deviene
imperioso, obligatorio. Ni Malthus, ni Smith ni Marx creían que, como
humanidad, íbamos a desarrollar tanto nuestra capacidad productiva. Pero hoy,
revolución tecnológica tras revolución tecnológica, recibimos de cada hectárea
cada vez más maná de vida. De acuerdo a la FAO , hoy se producen alimentos en cantidad
suficiente como para alimentar al doble de la población mundial. Y hasta
subvencionamos la limitación de la producción y destruimos cosechas enteras y
ríos de leche para dar juego a las leyes del mercado, y así mantener los
precios adecuadamente altos, por razones puramente especulativas. Y destinamos
gran parte de las cosechas a engordar al ganado en los feed lots, o a la
producción de biocombustibles. Y aún así, por primera vez en la historia de la
humanidad, pululan en la tierra más personas que padecen de obesidad que de
desnutrición, con todos los problemas que ello acarrea en los sistemas
sanitarios. El problema, hoy más que nunca, no es de disponibilidad, sino de
acceso.
Frente a esta
realidad, como abogado de derechos humanos, ¿a qué otro derecho podría dedicar
mis energías con mayor urgencia y satisfacción personal?
Creo saber hoy
cuál es mi vocación, o mejor dicho, ya mi obsesión: luchar junto a otros
hombres y mujeres para abandonar, a nuestra muerte, un mundo sin hambre. Lograr
que este sea el desafío, y la contribución de nuestra generación. Como otras
personas ya lo han proclamado, que podamos recluir al hambre sólo a los
rincones oscuros de un morboso museo. El hambre es, hoy más que nunca, un
problema político. Social. Y es posible erradicarlo.
Por eso hoy
quiero unirme a las filas de Acción contra el Hambre. No es la única
organización que hace de la lucha contra el hambre su objetivo. Pero la he
visto trabajar, en el terreno, y me ha gustado. En Burundi, Malawi y Etiopía.
Con un abordaje integral e, inevitablemente, interdisciplinario. Con
profesionalismo. Pero, además, con una meta en miras muy importante: procurar
que cada ser humano pueda hallar los medios para alimentarse a sí mismo y a los
suyos, mas que simplemente darle una ración de comida.
Si desde el
escritorio en Madrid, o embarrado en el terreno, puedo contribuir a que las
misiones de Acción contra el Hambre en Africa cumplan los objetivos que se
proponen, entonces estaré aportando mi grano de arena. Me estaré saldando una
deuda personal, existencial: la que debo a los niños que conocí, y hoy no
están. Sé que puedo estar a la altura de sus expectativas. Después de todo, el
hambre es el único tema que hoy me perturba el sueño. Si no es en esta ocasión,
será en otra, o no será. Pero de una cosa estén seguros: nuestros caminos han
de cruzarse. Porque, ustedes y yo, caminamos por la senda de los que están
convencidos que quien hoy muere de hambre es víctima de un asesinato. Pero, más
aún, de los que creemos que está en nuestras manos el poder evitarlo. Como
diría un escritor de mis tierras, acaso lo que digo no sea verdadero, ojalá sea
profético. Y, con Neruda, termino: por ahora, sólo pido, la justicia del almuerzo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario