Son varones, jóvenes y vienen del
estado de Punjab en la India: hoy quiero hablarles de los nuevos Sikhs de la
Argentina.
Mi primer contacto con ellos se dio
en el año 2008, cuando me designaron tutor de un joven llamado Amrinder Singh.
Luego le siguieron otros, todos con el mismo apellido.
Como no tenía ningún conocimiento
del sikhismo y en mi viaje por la India había salteado el estado de Punjab
(conocido como “el granero de la India”), me contacté con Lía Rodríguez de la
Vega, socióloga especializada en la migración india en la Argentina, quien me
introdujo en el fascinante mundo de los sikhs.
En ese entonces, alertada por la
existencia de un “nuevo flujo migratorio”, la Dirección Nacional de Migraciones
denunciaba en la justicia que existía una mafia dedicada al tráfico y a la
trata con fines de explotación laboral en supermercados, que tendría por
presuntas víctimas a los migrantes indios. Un joven que se encontraba bajo mi
tutela, Amandeep Singh, desapareció de la noche a la mañana y pensamos que
había caído en las manos de la mafia: decidimos salir a buscarlo, y
encontrarlo.
Alguien me dijo que probablemente se
encontraría en la Ciudad de Rosario de la Frontera, en el sur de la provincia
de Salta, y allí me dirigí.
Rosario de la Frontera es conocida
por sus aguas termales y por el “Hotel Termas”, fundado en 1880 con el nombre
de “Hotel Martín García”, en cuyas aguas se bañaron personajes ilustres de la
historia argentina. En el año 2010 Rosario de la Frontera estuvo en el centro
de la opinión pública nacional por el extraño fenómeno de la ola de suicidios
adolescentes que allí tuvo lugar.
Pero no muchos conocen,
lamentablemente, que Rosario de la Frontera alberga a la comunidad Sikh más
importante de la Argentina. Y que es, también, la sede del único templo Sikh de
Sudamérica.
Cuando llegué a Rosario de la
Frontera, me contacté con Charan Singh, dueño del hipermercado Kuvefa y uno de
los referentes de la comunidad.
Charan es el sobrino del primer sikh
que llegó a la Argentina en 1930, y me llevó a conocerlo.
Su
tío me contó que, desde que llegó al país, se fue conformando, muy lentamente, una cadena migratoria.
El sobrino de quien se encontraba en Argentina venía de la India y trabajaba y
vivía junto a su tío. Formaba su propio capital y luego abría su propio
supermercado. Y luego llamaba a otro sobrino. Y así sucesivamente.
Los sikhs tienen fama de trabajar
mucho, de “sol a sol” (me dijeron los criollos) y constituyen hoy una minoría
pujante económicamente en Rosario de la Frontera. Los demás habitantes de la
Ciudad les tienen mucho respeto y afecto y reconocen que su prosperidad
económica es fruto del esfuerzo y del ahorro.
Con el tiempo, entre los paisanos
pudieron reunir el dinero suficiente para construir el primer templo sikh de
Sudamérica. Los sikhs llaman a sus templos “Gurdwara”
-palabra que viene del sánscrito y significa “camino a Dios”- y una de las
obligaciones religiosas de los sikhs consiste en asistir, frecuentemente, a la
Gurdwara.
Es hora quizás de que les cuente un
poco acerca del sikhismo.
Para quienes no lo saben, se trata
de una religión monoteísta fundada en el siglo XV en la región de Punjab (hoy
repartida entre la India y Pakistán) por el Gurú Nanak. El término “gurú” viene
del sánscrito y significa “guía”, “maestro” o “mentor”.
Entre 1469 y 1708 se sucedieron diez
gurúes y sus enseñanzas fueron conformando la llamada “Gurmat” (literalmente “sabiduría
del gurú”). El décimo gurú, Gobind Singh, compiló las enseñanzas de los gurúes
en el “Gurú Grand Sahib” –el libro sagrado del sikhismo- y, antes de morir, constituyó
a éste en el “último y perpetuo gurú”. Además, entregó las manos de la fe a la
comunidad religiosa en sí –la totalidad de los hombres y mujeres bautizados- llamada
“Khalsa Panth”. Esto, para evitar que al aniquilamiento físico de un gurú ponga
en peligro la continuidad de la fe, ya que los últimos gurúes fueron objeto de
una incesante persecución religiosa por parte de los hindúes (el sikhismo,
entre otras cuestiones, aceptaba a fieles independientemente de la casta a la
que pertenecieran, lo que supuso un fuerte desafío a los tributarios del
sistema de castas del hinduismo brahmánico).
El sikhismo tiene aproximadamente 30
millones de fieles en el mundo y el estado de Punjab, en la India, es el único
en el mundo donde la mayoría de la población profesa dicha religión.
Se espera que los sikhs se
conviertan en “Sant- Sipahi” (santos soldados), esto es, que “amen a Dios,
mediten sobre Dios, tengan a Dios en el corazón, sientan la cercanía de Dios”
y, además, “sean fuertes y valientes para proteger a los débiles de las injusticias”.
Los sikhs aspiran a alcanzar el estado de “Chakar vati” – ser siempre libres,
nunca esclavos ni oprimidos.
En Rosario de la Frontera no estaba el joven
que estaba buscando, Amandeep, pero Charan me dijo que se encontraba viviendo
con su tío en Perico, provincia de Jujuy. Así que me dirigí allí.
Frente a la estación de ómnibus de
Perico, se encuentra “Singh Comestibles”, una despensa mayorista de alimentos. Me
presenté ahí y encontré, finalmente, al joven Amandeep. Quería salvarlo de la
mafia de la que supuestamente estaba siendo víctima. Pero. Lejos de ser víctima de una
red de trata de personas, Amandeep estaba trabajando como supervisor del
negocio de sus tíos, tenía registro de conducir a su nombre y manejaba “la
chata” del tío por el pueblo, paraba al mediodía para ir al gimnasio, jugaba al
fútbol y compartía asados con amigos argentinos, recibía un buen sueldo de su
tío que ahorraba íntegramente, vivía con sus tíos y su primo y ya tenía a
varias jovencitas en el pueblo que suspiraban su nombre al verlo pasar.
Amandeep y su primo me invitaron a
cenar a su casa junto a sus tíos. Amasaron roti
(un pan plano con mantequilla) y prepararon un exquisito daal (guiso de lentejas). Como todos los indios, comimos con la
mano derecha. Al terminar de cenar, fui a lavarme las manos al baño y me sequé
con una pequeña tela ubicada en el toallero. Cuando regresé a la mesa, conversamos sobre
las costumbres de los sikhs. Allí aprendí que todos los sikhs varones llevan el
apellido “Singh” (que en punjabi significa “león”) y que todas las mujeres
llevan el apellido “Kaur” (que en punjabi significa “princesa” o “leona”).
Cuando un niño o una niña nacen, se abre el libro sagrado “Gurú Gran Sahib” al
azar y se escoge un nombre que comience con la primera letra del extremo
superior izquierdo de la página del libro. En la celebración del matrimonio, se
encuentran el varón y la mujer junto al Gurú Grand Sahib y para formalizar la unión
dan cuatro vueltas alrededor del libro. A través de la unión del "león" y la "leona" se alcanza la perfección y desde ese momento se considera que hay “una misma
alma en dos cuerpos”.
Los tíos de Amandeep me hablaron
luego de las 5 K´s (panj kakar). Para los sikhs, el 5 es el número sagrado, ya
que en su tierra natal, Punjab, confluyen cinco ríos que forman el valle más
fértil de todo el subcontinente.
Las cinco K´s son artículos de fe
que deben usar en todo momento los sikhs que se precien de ser tales, en
cumplimiento del mandato del décimo gurú del que ya hablamos, Gobind Singh.
Ellos son el “kesh” (pelo largo), la
“khanga” (un pequeño peine de madera), la “kara” (un brazalete de acero o
hierro), la “kirpan” (una daga pequeña) y la “kachera” (una especie de
calzoncillo que se usa debajo del pantalón). Cuando me dijeron esto último,
recordé que quizás lo que había en el toallero no era una toalla, sino una “kachera”.
Les pregunté si por casualidad era así, y me dijeron que sí, que las habían
dejado allí para que se secaran. ¡Resulta que me había secado las manos con uno
de sus artículos de fe! Les confesé mi sacrilegio y me dijeron que no me
preocupara, que no tenía por qué saber, y que ellos no tenían por qué dejarlo
secar en el toallero…
Como es costumbre entre los sikhs,
al terminar la cena bebimos leche caliente, nos despedimos y luego regresé a
Buenos Aires.
Los jóvenes sikhs que han estado
bajo mi tutela frecuentemente me han invitado a comer. La hospitalidad y la
comensalidad comunitaria son muy importantes para ellos. Los sikhs tienen la costumbre de
celebrar la comida comunitaria, llamada “langar” –normalmente en las gurdwaras-
y si alguien se acerca, es siempre bienvenido a compartir la comida.
Acepté su invitación en dos oportunidades
y ambas tuvieron lugar en un supermercado ubicado en la localidad de Malaver,
Provincia de Buenos Aires. Los sikhs que residen en Buenos Aires viven, sobre todo, en las localidades de Villa Ballester, Villa Bosch y Malaver.
En la primera invitación, conocí a los “muchachos
de la góndola”: detrás de la última góndola del supermercado se improvisaba la
vivienda de los jóvenes sikhs recién arribados al país. Allí están apilados los
colchones, está la computadora –desde la cual se comunican con sus parientes de
Punjab-, la cocina y el altar en honor al Gurú Grand Sahib, acompañado de velas
y manteca clarificada (ghee). Mis anfitriones amasaron roti y cocinaron un delicioso guiso de cordero. Como ya había partido
el último tren de la línea Sarmiento para regresar a Buenos Aires, me invitaron
a quedarme a dormir en el supermercado, y acepté. Luego de cenar y de beber
unas copas –los sikhs tienen un deber de abstinencia de alcohol, pero para
estos jóvenes el fernet parecía ser más fuerte que sus convicciones religiosas- bebimos
la consuetudinaria leche caliente y nos fuimos a dormir, distribuyendo los
colchones en el centro del supermercado. Para los que sufrían de insomnio,
pusieron una película que contaba la historia de la partición de India y
Pakistán, en la que millones de personas se trasladaron de un lado a otro de la
frontera en función de su religión (sikhs e hindués hacia el este y musulmanes
hacia el oeste). Cuando se desató la violencia inter-religiosa, se realizaron
ataques a los trenes en los que viajaba la gente de una u otra religión y se los masacraba, llegando
los trenes al otro lado de la frontera con los cadáveres y unos pocos
sobrevivientes. A la mañana siguiente, me acompañaron a la estación de tren de
Malaver, y regresé a Buenos Aires.
La segunda vez fui con mi pareja y
compartimos una velada agradable. Tras la cena, nos regalaron una pulsera a
cada uno para que “león” y “leona” estuviéramos siempre juntos, y a mi pareja
le colocaron un “tercer ojo” para que “pueda ver lejos”.
Los jóvenes que viven “detrás de la góndola”
tienen buenos trabajos, sea en relación de dependencia o como emprendedores. En
el supermercado desarrollan una vida comunitaria con sus paisanos y ahorran
todo lo que pueden para amasar un capital que les permita iniciar su propio
negocio y, luego, formar su propia familia (porque para tener familia, según
dicen, hay que tener capital).
Del mismo modo que lo hicieron sus
paisanos que, desde 1930, se han aventurado en estas tierras, en busca de una
mejor vida para ellos y sus familias.
Cartel de bienvenida a Rosario de la Frontera |
"Hotel Termas" y el busto de uno de los "ilustres" personajes de la historia argentina que se bañó en sus aguas |
Leyenda en la entrada del templo sikh |
Los Diez Gurúes del sikhismo |
Salón de la "Gurdwara" de Rosario de la Frontera |
Para ingresar a la Gurdwara hay que cubrirse la cabeza y descalzarse |
Fachada del templo sikh de Rosario de la Frontera |
Imagen lateral del templo |
Entrada a la Gurdwara |
Bienvenidos a la Gurdwara |
Imágenes de los Diez Gurúes |
Interior del templo sikh |
Altar del templo en cuyo centro se sitúa el libro sagrado del sikhismo "Gurú Grand Sahib" |
Camita donde descansa el libro sagrado. Por la mañana el sacerdote lo "despierta" y lo lleva al altar principal del templo. Por la noche lo "acuesta" en su camita y lo cubre con una sábana. |
Local Singh Comestibles, en Perico, Jujuy |
Amandeep, su primo y dos empleadas del hipermercado |
Amasando roti |
Con Amandeep y sus tíos |